Habían pasado unos días desde aquel encuentro nocturno en la biblioteca. Theo se estaba cambiando de ropa cuando Draco irrumpió en la habitación de manera abrupta. Apenas había abotonado la mitad de la camisa cuando lo vio entrar, con el rostro pálido y los ojos encendidos por una tensión que no lograba disimular.
—¿Qué te pasa? —preguntó Theo, arqueando una ceja.
Draco no respondió de inmediato; en cambio, lo miró con una mezcla de rabia y ansiedad, y luego, de pronto, estalló.
—¡No te metas en lo que no te importa, Nott!
El tono le habría arrancado una respuesta afilada a cualquiera, pero Theo no era de los que desperdiciaban energía en discusiones inútiles. Se limitó a guardar silencio, terminó de abotonar la camisa y, sin una palabra más, salió de la habitación. Dejó a Draco allí, respirando agitadamente como si se hubiera librado de una batalla invisible.
Caminar hasta el Gran Comedor no alivió su mal humor. Se sentó en la mesa de Slytherin y empezó a servirse un poco de tostadas y té, todavía molesto por la actitud de Draco.
—¡Buenos días! —canturreó Irene, dejándose caer en el asiento a su lado.
Theo alzó una ceja, pero no la apartó. Con el paso de los días, había aprendido a soportar su incesante parloteo… al menos un poco. Como siempre, Irene comenzó a hablar sin tomar aire, enlazando un tema con otro como si fueran cuentas de un collar infinito.
Desde el otro extremo del salón, Snape la observaba con una mirada que mezclaba recelo y cálculo. Irene, sin embargo, no parecía notarlo… o quizá lo ignoraba deliberadamente.
Theo siguió comiendo, pero de pronto notó otra mirada. Esta vez provenía de la mesa del profesorado: Dumbledore observaba a Potter con un gesto impenetrable, como si tratara de leerle el alma. Theo apartó la vista; no tenía ningún interés en verse atrapado en esa clase de enigmas.
Mientras untaba mantequilla en su tostada, Irene seguía hablando, ajena a todo, llenando el aire con sus palabras como si no existiera nada más importante que lo que tenía que decir.
Después del desayuno, las clases comenzaron como de costumbre. Theo, sin embargo, no lograba concentrarse del todo; su mente divagaba entre el extraño comportamiento de Draco, la insistente presencia de Irene.
En la segunda hora, el profesor anunció que trabajarían por parejas en un ejercicio de hechizos defensivos. Por una serie de casualidades —o mala suerte, en opinión de Theo— le tocó hacer equipo con Hermione Granger.
Theo permaneció imperturbable, serio como siempre, mientras Hermione fruncía el ceño ante su inexpresividad. Desde el primer momento, ella trató de marcar el ritmo del trabajo, recitando indicaciones y citando pasajes de libros como si temiera que él no estuviera a la altura.
No obstante, para su visible irritación, Theo ejecutaba cada movimiento con precisión impecable. No necesitaba repeticiones, ni correcciones; sus hechizos eran exactos y fluidos, como si hubiera nacido con una varita en la mano.
En menos de la mitad del tiempo que el resto de la clase, habían completado la tarea. El profesor, sorprendido, les dio permiso para salir mientras los demás seguían trabajando.
Fuera del aula, el silencio entre ellos era espeso. Hermione cruzó los brazos, intentando iniciar una conversación que no pareciera forzada.
—Eres… eficiente —dijo finalmente, como si fuera lo más neutral que podía conceder.
—No me gusta perder el tiempo —respondió Theo sin mirarla.
—Podrías al menos intentar sonreír —replicó ella, alzando una ceja.
—Podrías tú intentar hablar menos —dijo él con calma, pero con el filo de una daga en las palabras.
Hermione resopló, visiblemente contrariada, y prefirió no responder. Caminaron el resto del pasillo sin mirarse, cada uno pensando que el otro era imposible… aunque, en el fondo, ambos sabían que habían hecho un trabajo impecable juntos.
Theo estaba a punto de despedirse de Hermione cuando, por el rabillo del ojo, vio una figura familiar pasar a toda prisa por el pasillo. Draco Malfoy, con el rostro tenso y el paso casi descontrolado, avanzaba sin reparar en nadie.
—¿Qué…? —murmuró Theo, girando la cabeza.
Hermione también lo había visto.
—¿Por qué corre así? —preguntó, frunciendo el ceño.
Theo no respondió de inmediato.
—No lo sé, pero eso no es normal.
Hermione lo miró un instante y luego, sin esperar permiso, echó a andar tras Draco.
—¿Vienes o no?
Theo soltó un suspiro y la siguió.
—Esto es ridículo… —refunfuñó mientras doblaban una esquina.
—Ridículo sería ignorarlo —replicó Hermione, acelerando el paso—. Algo le pasa, y no es de ahora.
Ambos recorrieron un par de corredores, bajaron unas escaleras que se movieron en cuanto las pisaron y casi tropezaron con un grupo de alumnos de tercer año. Cuando creyeron estar a punto de alcanzarlo… Draco ya no estaba.
—¡Pero si estaba aquí! —Hermione miró a ambos lados, incrédula.
—Hogwarts es grande. Y tiene demasiados lugares donde esconderse —dijo Theo con tono seco—. No es como si fuera a dejar un rastro.
Hermione lo fulminó con la mirada.
—No tienes curiosidad por saber qué está tramando tu amigo?
—No es mi amigo —respondió Theo, encogiéndose de hombros—. Compartimos casa. Eso es todo.
—Ajá… y sin embargo lo sigues —replicó ella, con una media sonrisa.
Theo apretó la mandíbula.
—Lo sigo porque algo anda mal y quiero saber si puede afectarme. Eso es todo.
—Lo que sea —dijo Hermione, aunque su tono sonaba más divertido que molesto—. Pero reconócelo, te intriga tanto como a mí.
Regresaron al pasillo principal en silencio durante unos segundos, hasta que Hermione habló otra vez.
—Nott, ¿qué crees que le pasa?
Theo suspiró.
—No lo sé. Y aunque lo supiera, dudo que me lo contara. Draco no es del tipo que comparte sus problemas… ni siquiera con los que se supone que son sus amigos.
Editado: 15.08.2025