El encuentro
Recuerdo cómo empezó todo, hijo. Y quiero que me escuches bien, porque es una de esas historias que, aunque parezca simple, tiene muchas más capas de lo que uno imagina. De hecho, no me sorprende que lo que te voy a contar hoy haya sido el comienzo de todo lo que vino después.
Era una tarde tranquila, como tantas otras. Yo tenía tus años, no mucho más grande, y pasaba mis días de una forma que, de alguna manera, me hacía sentir que todo era un poco más monótono de lo que realmente era. ¿Sabes? Mi vida no era aburrida, pero no tenía una chispa que hiciera que me sintiera completamente vivo. Y de repente, un día, pasó algo que hizo que todo cambiara. Como si el destino me hubiera dado un empujón para abrir los ojos.
Era un día normal, hijo, y decidí ir al parque. Como sabes, siempre me gusta caminar por ahí cuando siento que la cabeza me da vueltas con mil cosas. Hay algo en ese lugar, no sé cómo explicarlo, pero siempre he encontrado paz entre los árboles y las bancas, entre la gente que pasa sin mirar a los demás, como si cada uno estuviera encerrado en su propio mundo.
Yo estaba solo, con mis pensamientos, cuando la vi. Azul. Esa fue su primera aparición, aunque ni siquiera lo supe en ese momento. Estaba sentada en una banca, tan tranquila, tan quieta, que parecía parte del paisaje. Te lo juro, hijo, que no la vi como vi a otras personas. No era que fuera la más bonita del lugar, ni la más llamativa, pero había algo en ella que me atrapaba sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Era como si su presencia llenara el aire de algo que no comprendía, pero que me decía que debía acercarme.
Me acerqué con cautela, como quien se aproxima a algo que sabe que no puede dejar pasar. "¿Este lugar está ocupado?", le pregunté, tratando de sonar relajado, pero en el fondo, no sabía por qué lo había hecho. Ella levantó la mirada, tan despacio, casi como si hubiera estado en otro lugar y de repente, mi pregunta la trajera al presente.
"No, está libre", respondió con una voz suave, tan tranquila que me hizo sentir como si todo el ruido del mundo se desvaneciera un instante. Su respuesta no fue más que un simple gesto, pero algo en ella me invitó a quedarme.
Así, sin más, me senté junto a ella. No sé si fue casualidad o algo más, pero de alguna forma, algo dentro de mí sabía que ese encuentro no sería como cualquier otro.
Al principio, no hablamos mucho. Yo, acostumbrado a hablar por hablar, me sorprendí de lo fácil que era quedarse en silencio junto a ella. No hacía falta llenar los espacios con palabras. Simplemente estar allí, cada uno en su mundo, era suficiente. Pero claro, como es natural, el tiempo pasó y las conversaciones comenzaron a fluir. Yo le contaba sobre mi día, sobre el trabajo, pero siempre era ella quien parecía dejarme pensar, dejarme reflexionar. Su forma de escuchar me hacía sentir como si cada palabra que decía tuviera algún tipo de peso, como si ella entendiera más que yo lo que estaba pasando por mi mente, aunque no dijera nada al respecto.
Lo curioso de Azul era que no parecía tener prisa por nada. No era como las personas que siempre tienen algo que hacer, que siempre están corriendo. Ella se tomaba su tiempo para las cosas, como si la vida fuera algo que se podía disfrutar a su ritmo. No hablaba mucho sobre sí misma, pero había algo en su forma de ser que me decía que, aunque no lo dijera, había vivido cosas que la habían hecho ser como era. A veces, me parecía que todo en ella era un misterio, pero no de esos que generan intriga de inmediato. No, era un misterio de esos que te atrapan de a poco, que te invitan a descubrirlo sin apuro.
Te cuento esto porque, hijo, no fue de la noche a la mañana que Azul se convirtió en una parte importante de mi vida. Fue en ese parque, en esas tardes tranquilas donde apenas se cruzaban palabras, donde yo fui aprendiendo que tal vez las cosas más profundas no siempre se expresan con grandes gestos. A veces, solo hacen falta los silencios y los pequeños detalles para descubrir algo más grande.
Y así fue como comenzó nuestra amistad, si es que puedo llamarlo así. No sé qué fue lo que me hizo seguir buscando su compañía, pero cada vez que pasaba por ese parque, el simple hecho de saber que la vería allí, en su banca, con esa calma que tanto me atraía, me hacía sentir que algo más estaba por suceder.
A veces, hijo, el corazón sabe cosas que la mente no entiende. Y yo estaba empezando a darme cuenta de que Azul no era solo una chica más. No, ella tenía algo que me desafiaba a mirar más allá de lo que veía. Era como si todo en ella hablara en silencio, como si, por alguna razón, me estuviera enseñando a escuchar más atentamente. Pero, claro, esto es solo el principio de lo que te voy a contar. Lo importante está por llegar.
Con el paso de los días, nuestras charlas se volvieron más frecuentes. No porque yo forzara algo, sino porque simplemente pasaba. A veces llegaba al parque sin esperanzas de encontrarla, y sin embargo ahí estaba, sentada como siempre, con ese cuaderno en las piernas que nunca llegué a ver del todo. Escribía mucho, aunque nunca me dijo qué. Y yo tampoco me atreví a preguntar.
—¿Qué escribís? —me animé una tarde, más por curiosidad que por otra cosa.
Ella levantó la vista y sonrió, como si hubiera estado esperando que lo preguntara.
—Cosas que no me animo a decir en voz alta —respondió con naturalidad, sin vergüenza.
Esa frase me dejó pensando durante días. No solo por lo que significaba, sino por la forma en que lo dijo, como si no necesitara esconderlo. Azul era así: transparente, pero con una profundidad que te descolocaba. Cada palabra suya parecía pensada, pesada, como si llevara historias detrás que aún no estaba lista para contarme.
A veces, en nuestras conversaciones, ella soltaba frases sueltas, casi al pasar, que se quedaban en mi cabeza por días. Tenían algo de poesía, aunque ella no se diera cuenta. O tal vez sí. Azul no hablaba mucho de sí misma, pero tenía esa forma de mirarte que te hacía sentir que ya lo sabía todo de vos. Me escuchaba con atención cuando yo hablaba de mis amigos, de mi casa, de esas cosas cotidianas que para mí no tenían nada especial. Y sin embargo, con ella, todo eso tomaba otro color.
Editado: 03.05.2025