Hasta en mi último aliento

Capítulo 1

En cualquier momento iba a escupir mi corazón. Podía sentir sus palpitaciones alojadas en mi seca y rasposa garganta. Mis descalzos pies ya habían dado su mayor esfuerzo, me dolían y sangraban. El aire parecía querer abandonar mis pulmones, ya no tenía aliento. Quería gritar y no podía, mis lágrimas humedecieron mis mejías. En la oscuridad del bosque me detuve para intentar ver por dónde seguir corriendo o esconderme; la maleza que había en la tierra se encajaban en mis pies. El viento soplaba tan fuerte semejante a gritos de dolor. Un golpe en mi hombro me hizo saltar, pensé que me habían atrapado, pero solo era una pesada rama que se movía con el viento. Cogí mi cabello y lo tiré en mi hombro, estaba sucio y lleno de hojas secas. Solo pensé en dos soluciones, seguir corriendo o encontrar donde esconderme. Opté por la segunda. Miré a un costado y vi un frondoso árbol. Impulsada por mi miedo comencé a escalar las ramas del árbol. Las palpitaciones de mi corazón seguían imparables.  
El viento disminuyó, detuve mi escalada y me abracé al tronco del árbol, seguramente me encontraba a cinco metros de altura. Cerré mis ojos para intentar tranquilizarme. No sirvió de nada. Pude escuchar a aquella sombra acercarse al lugar donde yo estaba. Igual se detuvo.  
Mis ojos desesperados trataron de distinguirlo. Era una figura humana, con extremidades largas y el tronco del cuerpo ancho. Ojos redondos, como dos linternas que emitían una luz roja. Olfateó el aire, imaginé que en busca de mi aroma. Comencé a temblar ligeramente. Con subir la mirada me encontraría. Si saltaba seguramente me rompería algún hueso. Sin ninguna opción supe que ese era mi final. Y comencé a decir mis oraciones… agradecí a este cuerpo que habitaba, a la tierra que había sostenido mis pies, al viento que abrazaba mi piel, al agua que me había sanado y cuidado, y al fuego que me acompañaba siempre en todo mi transitar. Pedí paz para mi esencia si lograba escapar, y un nuevo cuerpo fuerte y sano para mí siguiente vida.  
- Oh tierra que das vida. Agua que nutres. Fuego que proteges. Aire que das esperanza -susurré-, protege a este árbol que me ha brindado refugio.  
Me sentí tranquila, con temor por lo que venía, pero tranquila con aquella vida que estaba segura iba a dejar.  
Los ojos rojos de la sombra me encontraron. Su satisfacción no podía ser mayor; de la abertura que simulaba ser su boca dejó ver una sonrisa aterradora. Mis ojos llorosos se abrieron. Intente gritar pero no me salía la voz. 
No había reparado en la luna, su luz era plateada, comenzó a girar hasta tornar el cielo a un blanco segador. La sombra que me había estado aterrando furiosa intentó decirme algo. Su voz retumbó como un  trueno seco.  
- Despierta -sentí el tirón de las sábanas que me cobijaban-. Si sigues moviéndote de tu cama te vas a caer -dijo mi querido hermano. 
Todo había sido un sueño. El aliento que me había abandonado, inundó todo mi ser. Me llevé las manos a la cara, para intentar borrar aquella pesadilla. Estaba consiente de su significado, y en los últimos años estaba siempre allí, recordándome lo que yo me negaba a volver a pasar. Lo que somos, nunca se va de nosotros. Lo que vivimos nos perseguirá siempre. Intentar cambiarlo le ha costado sangre a quien lo intenta. Pero estaba convencida de que yo merecía esta vida con un final mío, esta vez me tocaba ser yo la que pusiera todo para que sea como quiero.  
- Solo fue un mal sueño -confesé ante mi hermano. 
Luciano me sonrió, sus hermosos ojos castaños brillaban. Mis ojos son igual a los de mi hermano, mismo color solo que un poco más almendrados. Parpadeé intentando comprender por qué sonreía como lo estaba haciendo aquella mañana. Levanté las cejas y pregunté: 
- ¿Qué paso?. 
Me hizo un gesto con su mano para que le diera un lado en la cama. Se sentó y me abrazó.  
- Hermana -continuó sonriente-. ¿Por qué no me habías dicho que ya tengo cuñado?. 
Deshice su abrazo y me levanté de un salto de la cama. Fruncí el seño intentando comprender su pregunta. 
- Que no te dije, ¿qué?. De qué estás hablando -pregunté, enfadada.  
Luciano era mi hermano menor, y solía hacer muchas bromas, así que no me tomaba muy enserio lo que él decía siempre. Pero si me molestaba que sus bromas siempre iban dirigidas a mi inexistente vida amorosa. Mi molestia logró que su sonrisa se borrará y pusiera un gesto que indicaba consternación.  
- Discúlpame -susurró-. Llegó un ramo de flores con una tarjeta. Eso me hizo pensar que tienes algún pretendiente o a alguien por allí…  
- ¿Me enviaron flores? -murmuré para mis adentros. 
Ladeé la cabeza. La última vez que salí con algún chico fue cuando estaba estudiando el último grado de la maestría; después de mis años de estudiante me dediqué a mi trabajo. Me compré una casa con un gran terreno a las afueras de este pueblo. Y me pasaba el tiempo libre investigando sobre temas que me causaban curiosidad, cuidaba las plantas de mi jardín, así que no tenía mucho contacto con las personas. Me gusta mi vida, tranquila y sin sobresaltos, con una rutina marcada con mi esfuerzo y disciplina. Así que no imaginaba quien podía estar interesado en mandarme flores, además de que tenía en la parte delantera de mi casa mi jardín repleto de rosas y flores de todos los colores. Seguí a mi hermano hasta la cocina en la plata de debajo de mi casa. Sobre la mesa redonda en medio de mi cocina estaba el arreglo floral con una pequeña tarjeta. Luciano se dirigió a la nevera, mientras me apuntaba con el dedo el arreglo floral. Me acerqué cogiendo la tarjeta. La abrí [Para la chica con la sonrisa más hermosa. Firma: Z.W.]. 
- El repartidor te menciono que eran para mí. 
- Eso dijo. Fue tu nombre el que mencionó.  
- No conozco a nadie que tenga esas iniciales en su nombre -dije refiriéndome a las iniciales con las que firmó la persona que envió el arreglo floral.  
Luciano se sentó a la mesa a desayunar un vaso de zumo de naranja y una hamburguesa de la noche anterior. Cogí una sartén, esperé que se caliente y le estrelle dos huevos. Mientras me comía mi desayuno, miraba mi regalo indeseado. Mi hermano terminó de comer en silencio, se levantó, llevó a lavar el plato y el vaso. Le pedí que me sirviera un vaso con zumo. Me lo bebí rápidamente. 
- Iré a pasar el día con mis amigos -me avisó. 
- No vuelvas tarde -pedí sin apartar los ojos de las flores.  
Mi hermano y yo vivíamos juntos desde hace un año. Él me había pedido quedarse en mi casa, después de que nuestro padre y él habían tenido unas diferencias. Su mamá me llamaba una vez cada dos semanas para preguntar por él. Nuestros ocho años de diferencia no habían presentado dificultad para llevarnos bien. Aún que él era menor que yo, siempre se comportaba como un hermano protector, amoroso y muy  bromista.  
Cuando escuché que la puerta se cerró detrás de mi hermano, me levanté, aventé el plato y vaso en el grifo. Tomé entre mis manos el arreglo floral. De la alacena cogí un frasco de azúcar y otro de canela en polvo. Me encaminé al patio trasero. Dejé todo en el suelo. Me aproximé a mi huerto y tomé una pala. Regresé al lugar donde dejé el arreglo floral y comencé a cavar un agujero en la tierra. Cuando estuvo en la medida que sentí perfecta, vertí la azúcar y la canela en forma de triángulo invertido. Levanté el arreglo floral y lo acerqué a la altura de mi rostro. Soplé lo más fuerte que pude, nueve veces sobre el arreglo floral.  
- Madre tierra, a ti regreso estás flores y las bendigo para que tú las cubras con tu calidad materna. El aire se llevará cualquier mala intención si es que la hay. Que así sea – aventé el arreglo floral en el agujero, cubrí con tierra ayudándome de la pala.  
Desconocía la procedencia de aquel presente que había sepultado, por eso sentí que lo que había hecho era lo mejor. Mi mañana de sábado transcurrió tranquila. Después de regar las plantas de mi jardín y mi huerto, terminé de planear las clases del mes. Tomé una ducha tibia, me peiné el cabello tratando de no mojarlo. Me volví cepillar los dientes. Del armario tomé una falda  floreada, larga como siempre suelo usar, la coordiné con una blusa blanca y un chaleco de mezclilla. Use mi collar favorito con una piedra púrpura. Pasé mis dedos por mi cabello para acomodarlo y pasarlo detrás de mis orejas. Use máscara de pestañas y labia. Cogí mi bolso. Eché un vistazo al espejo, me sentía bien, me veía bien. Me calcé mis botas, y me encaminé a la puerta.  
La casa de Salma estaba a quince minutos en automóvil de la mía. Llegué puntual a nuestra cita de todos los sábados. Por fuera era como cualquier otra casa, con un jardín en la entrada, un camino de piedras. Una gran puerta de madera. El exterior era de color blanco y por dentro tenía tonos más oscuros. Al pisar el camino de piedra la gran puerta se abrió sola. Pase y se cerró.  
- Estoy en la cocina -informó  Salma. 
Dejé mi bolso y mi chaleco colgados a un costado de la puerta de entrada. Y me deslicé a la cocina. Su cocina era igual de amplia que la de mi casa, la única variación era que sus lozas eran de un rosado claro y la de mi casa eran blancas con girasoles. Salma estaba leyendo su viejo libro de recetas y mezclando algunas hierbas y aceites.  
- Solo hago una pócima de fertilidad para una vecina. Lleva cinco años intentando y aún no logra embarazarse -informó con serenidad -. No pongas esa cara. No sabe que yo lo preparo.  
- Sabes lo que pienso de hacer favores a gente que no conocemos -dije mientras me sentaba frente a ella.  
- Descuida -sonrió-. Le dije que conozco una tienda naturista y que de allí pensaba traer está pócima.  
Me encogí de hombros. Y cerré la boca. Salma es un poco más baja que yo. Su cabello negro y brillante le llega al los hombros. Sus ojos son de color verde oscuro. Tiene pómulos altos y una nariz recta.  
Cerró el frasco dónde había vertido la pócima, lo guardó en uno de los estantes. 
- Bien, ¿Dónde iremos a cenar esta noche? 
- No tengo antojo de nada. Elige tú en esta ocasión –pedí. 
Salma y yo teníamos historia juntas. Mucha historia. No era la primera vida dónde coincidíamos. En dos ocasiones habíamos nacido en la misma familia. Habíamos sido hermanas, y amigas de vida. Teníamos pactos de sangre que se remontaban desde nuestros inicios. Ella o yo siempre nos buscábamos, sin importar la dimensión dónde estuviéramos.  Claro está que en otras vidas igual tuve hermanas y hermanos, pero la conexión que Salma y yo alcanzamos está más allá de toda la que pude tener con otras esencias astrales.  
Eligió que debíamos ir a cenar a la ciudad. Tomamos nuestros bolsos y nos abrigamos para abordar mi carro y dirigirnos al restaurante. Llegamos después de un viaje de cuarenta minutos. Solo a nosotras se nos ocurría viajar por ese tiempo para ir a cenar. Aunque el lugar valía los cuarenta minutos conduciendo. Las mesas estaban al aire libre, se iluminaba con unas farolas y tenía jardineras hermosas. El capitán nos dirigió a una mesa bien iluminada. La música de fondo era suave y armoniosa. Salma pidió una botella de vino blanco para empezar la noche. Nos entretuvimos viendo la carta mientras el muchacho que nos atendía esa noche, servía el vino. El mesero nos dio tiempo para pedir, mientras atendía otras mesas. Bebí de la copa, y volvía a llenarla. 
- Calma, no es agua -advirtió, Salma. 
- Me está pasando otra vez -confesé-. Vuelve a mi otra vez. No sé cuánto tiempo me quedé en este cuerpo. Igual no sé si podré volver a la vida. Tengo tantas cosas que hacer.  
- ¿Por qué estás pensando eso? -sus manos cubrieron mi mano derecha. 
- La noche de ayer -tome un sorbo más de mi copa-, sentí que venían por mí. Soñé que me encontraba indefensa. Promete que me consagraras a la madre tierra si pasa -le apreté sus manos cálidas mientras me reflejaba en sus ojos. 
- No digas tonterías -pidió enojada-. Nos hemos encargado de vivir dignamente, y ya hemos pagado todas nuestras deudas kármicas. No somos las mismas de hace ocho vidas atrás. 
- Francamente hay cosas que no recuerdo claramente -bajé la mirada-. Sé que la perversidad me dominó por mucho tiempo. Pero no recuerdo que tanto hice, y si eso ya se a pagado.   
- Yo elegí no atormentarme por eso -abrió los ojos, me soltó y bebió de su copa-. Nadie nos ha seguido. La luna llena pasada abrí un portal. Mientras tú te dedicabas a lo que sabemos que haces todo el tiempo. Yo hice un hechizo de protección en las dos dimensiones abiertas. Por eso te digo que no hay nada que temer.  
Una no puede negar para siempre lo que es. Había noches especiales que ambas hacíamos rituales, y viajes a otras dimensiones. Era nuestra forma de divertirnos. La gente normal va al cine, ve una película o serie en casa. Sale a alguna fiesta con sus amigos. Nosotras como hijas de los elementos, hacíamos lo que nos enseñaron a hacer. Mientras no lastimemos a nadie y no nos metamos con el ciclo natural de la vida, yo no le veía nada de malo a nuestro don.  
- Simplemente quiero saber por qué no hemos coincidido desde hace mucho tiempo -murmuré por lo bajo, sintiéndome miserable-. Tal vez si carga mortal está afectada por mi influencia. O quizás se perdió en otro plano. 
- Si como digas -dijo sin tanta convicción. 
- Bueno. Pediré el salmón con ensalada y… 
Mi corazón se detuvo un instante, saboreé en el aire un aroma familiar… miedo, desesperación, angustia y dolor. No fui la única que lo sintió, los ojos de Salma reflejaron que igual ella pudo saborear aquel aroma. 

 



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En el texto hay: vidaspa, hechicera

Editado: 15.02.2021

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