Hasta que llegaste tu

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¿Alguna vez escucharon los pros y los contras de los rollos de una noche?

Eran bastante beneficiosos, mucho más de lo que las personas creían, lo que me hacía preguntarme porque la gente los desprestigiaba tanto.

Para mí era como un soplo de aire fresco, me traía buenas vibras a mi mente y en especial a mi cuerpo. Básicamente me hacían sentir viva.

Claro pero no podía decir esto abiertamente, era una mujer quien estaba inmersa en una sociedad altamente machista y eso está mal visto. Lo que lo hacía aun peor, era el hecho de que tal vez y sólo tal vez yo era demasiado joven como para estar experimentando esto.

Tenía tan solo 20 años, aunque eso no sería por mucho. De hecho mañana eso acabaría, cumpliría 21 años y por fin podría ser considerada como una mujer adulta. O eso esperaba.

Sabía que para mis hermanos siempre sería la pequeña niña que jugaba a las muñecas y hacia todo lo que sus padres le decían, pero eso se había acabado para el momento en que cumplí mis 12 años.

Ahora era una joven que vivía y respiraba una sola cosa: fiesta, amigos y alcohol. Además de muchos chicos.

Me gustaba desafiar a la autoridad, y no le temía a las consecuencias, si lo hiciera no hubiese usado una identificación falsa para entrar a "Le Noit" y para ser honesta se podía decir que era casi una socia vitalicia de aquel lugar.

Por supuesto que a mis padres no les gustaba todo aquello, pero ya estaba cansada de ser lo que ellos querían que fuera. Quería ser quien yo quisiera ser.

Y por esa razón había decidido en el preciso momento en que abrí mis ojos esta mañana que haría algo que los volvería locos y les dejaría bien en claro que no podrían dominarme de nuevo.

Me levanté de la cama y fui directo a la ducha mientras pensaba en que cosa haría que mis padres se enfadaran conmigo.

Ya había probado casi todo y tarde o temprano acababan por perdonarme. Sentían cierta debilidad por mí y por supuesto que me aprovechaba de aquello.

Mientras enjabonada mi larga cabellera rubia, una conversación que tuvimos hace un tiempo atrás comenzó a reproducirse en mi mente.

Más que una conversación fue un debate que acabó en discusión.

Yo quería un tatuaje y ellos como los padres conservadores que eran, me lo negaban a toda costa.

—Me estás diciendo que no puedo decorar mi piel con algo que me guste,

¿porque eso no es lo que haría una señorita?— inquirí algo molesta.

—No en esta familia— afirmó mi padre mientras me miraba por la montura de sus gafas de lectura.

La edad le estaba afectando y las necesitaba en especial para leer su periódico, como aquella mañana.

—Me estás diciendo que en esta familia se acepta que mi hermanastra se case con su hermanastro, pero no puedo tatuarme mi rostro, aunque sea un diseño pequeño y no muy visible.

—Mía— me advirtió mi madre mientras colocaba sobre la mesa de café un pastel recién horneado.

El favorito de papá por supuesto, manzanas caramelizadas. Esa era su manera de insinuarle que un gran pedido se acercaba.

— ¿Qué?— dije e intenté mantener la calma.

—Sabes que no puedes usar ese mismo argumento todas las veces para conseguir lo que quieres.

—Si puedo, y lo haré, no es posible que hayan avalado que ellos se casaran siendo casi familia y a mí no me permitan hacerme un MALDITO TATUAJE— grité.

Adiós a mi compostura y calma.

—Para empezar— dijo mi padre quitándose sus gafas y colocándolas sobre la mesa para tomar una porción de comida— Ellos ni siquiera están ligados por sangre, ningún crimen se cometió y por otro, tú eres demasiado bella para arruinar tu piel con eso.

Lo miré sorprendida ante las incongruencias que salían de su boca.

—Ven y siéntate, comparte un pedazo de pastel con tu viejo— agregó dándome esa sonrisa conciliadora que usaba para conmoverme.

Le devolví el gesto pero la mía estaba llena de ira y macabros planes.

—Sabes que no me gusta.

Di media vuelta y caminé hacia la puerta.

—Y solo para que lo sepas, la próxima vez que me veas en traje de baño en alguna de nuestras vacaciones en Saint Tropez, tendrás que ver dos veces, porque tal vez haya un Mickey Mouse saludándote y haciéndote este gesto— levante el dedo medio.

—Mía Roma vuelve aquí— gritó levantándose del sofá en el que estaba sentado.


—NO— respondí de vuelta en un volumen tal vez más alto del que se consideraría apropiado para usar con un padre.

—Strike dos— agregó antes de que saliera por la puerta.

Sabía que tenía que volver a casa tarde o temprano y lo haría cuando él estuviese durmiendo, posiblemente.

Para ser honesta me tenía cansada con su lenguaje de béisbol. Lo utilizaba conmigo para amenazarme y hacerme saber que cuando llegara al tres haría algo para ponerme en mi lugar.

En lugar de infundirme temor, me daba risa.

Recuerdo que ese día caminé por mucho tiempo, vagando por las calles de Millestown, buscando algún lugar decente donde podría marcar mi piel, pero todos requerían la autorización de mis padres y era más que obvio que no la tenía.

Tras caminar y vagar por las calles terminé en la puerta del edificio donde se encontraba el departamento que utilizaba Hunter cuando venía aquí, y del que afortunadamente tenía la llave.

Por lo que me quedé a pasar la noche allí y no me fui jamás hasta el día de hoy al ver que mis padres no cambiaban de parecer sobre mis decisiones y desaprobaban la mayoría de ellas.

Por eso al salir de la ducha, envuelta en mí toalla me acerqué hacia donde aún dormía mi conquista de la noche anterior y lo golpeé con uno de los almohadones que yacía tirado en el piso.

—Mason, Mason despierta.

— ¿Quién eres?— dijo abriendo un ojo, claramente dormido aún.

—Soy Mía. Nos conocimos anoche.

— ¿Y qué quieres?

Ok, su encanto había desaparecido de la noche a la mañana.




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