Hasta Que Lo Efímero Se Acabe

Capítulo uno/ Descubriendo mi lugar.

Summer.

Tanto el verano como la primavera siempre me van a gustar. Es como que con la llegada de estas dos estaciones el ambiente cambiara para mejor. No en cambio con el otoño o con el invierno, me deprimen.

Lo siento, así es mi mente. Divaga demasiado mientras me concentro en contar las baldosas que hay en las veredas. No deberían hacer esto como yo lo estoy haciendo, porque en ningún momento me di cuenta cuándo terminaron las baldosas y comenzó la calle. Tampoco me fijé si el semáforo estaba en rojo o verde, ustedes si deben hacer eso. Aprendan de mis errores.

Fui rápida y pude retroceder al momento en el que un auto tocaba bocina desenfrenadamente. Pasó casi rozándome, como si la muerte me hubiera acariciado. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

El conductor que casi me atropella siguió de largo aun tocando bocina y de un momento a otro saca su brazo por la ventanilla y...

­—Maleducado – ¡me mostró su dedo del medio!

Esta vez sí, más atenta, cruzo la calle y me fijo de nuevo en la ubicación que tengo guardada en el celular. Nunca dejen que un mal momento arruine su día, sino sus ánimos también caerán en picada.

Elegí este lugar porque no está muy lejos de mi casa y llego fácilmente caminando. Y también porque a los otros que fui no me gustaron las personas que trabajaban allí.

Ralentizo mis pasos y me detengo cuando tengo en frente mi destino. Paredes blancas, ventanas azules y de dos pisos. Si no fuera por el cartel creería que es una casa.

"Biblioteca Johnson."

Me adentro al lugar y veo miles de estantes llenos de... bueno de libros. Es como un dúplex y por lo que puedo ver del segundo piso también se ve lleno de libros. El ambiente es muy rústico; piso de madera, los estantes también lo son, incluso la escalera.

Miro hacia la izquierda y veo que allí está la recepción. Una señora de unos 60 años se encuentra detrás del mostrador, está tan concentrada escribiendo algo que no nota mi presencia hasta que me aclaro la garganta.

Su vista se dirige a mis ojos y yo envidio los suyos, unos verdes increíblemente intensos. Se ve que es una mujer coqueta; traje rosa, aros, pulseras y además está maquillada de un modo que yo jamás llegaré a hacerlo.

— Hola, querida ¿En qué puedo ayudarte? – relajo mis hombros y le sonrío de la misma manera en la que ella lo hace. Sé que es algo tonto, pero no me quedaba en las antiguas bibliotecas porque los que atendían tenían más ganas de tirarse café caliente encima a que estar trabajando.

—Hola. Estoy buscando libros sobre leyes... o algo parecido. – me mira un poco confundida y luego hace un gesto para que la siga.

Debí decirle que buscaba algo sobre romance. Pero, aunque sé que todavía falta demasiado, necesito concentrarme en esto. Ya perdí un año estudiando contabilidad y dándome cuenta que no me gustaba, dejé esa carrera y no quiero hacer lo mismo con esta, aunque se me hiciera tedioso ver tantas leyes.

Hago un puchero cuando pasamos por el sector de libros de romance y vi "Orgullo y Perjuicio" de Jane Austen. Allí está mi libro favorito.

—Aquí está todo lo que disponemos sobre leyes o "algo parecido". - sonrío con diversión a su comentario-. Cualquier otra cosa que necesites estaré abajo.

Susurro un gracias que espero que haya escuchado. Miro a mi alrededor, hay varios libreros y en un sector se encuentran una cuantas mesas y sillas para que puedas estar cómodo leyendo. Pero apenas íbamos subiendo las escaleras mi atención se centró en el alféizar de la ventana.

Suspiro al ver que todos los libros que hay son de un grosor bastante peculiar, seguro con más de 1000 páginas. Abogacía, quién me manda a inscribirme en esta carrera. Tomo el que, a simple vista, no debe tener tantas páginas y me siento en el alféizar. Tiene una linda vista de la ciudad.

En algún momento me debí distraer y no porque la lectura me atrapó, sino que estaba tratando de descifrar lo que decía allí, y en un abrir y cerrar de ojos, el sol ya no estaba en el cielo.

—Genial. — murmuro y pego la cabeza en la ventana —. Mi tía me va a matar.

Dejando el libro en su lugar, leo un cartel que tienen pegado allí captando mi atención.

Me alejo un poco y veo desde una distancia prudente todo el estante lleno de libros sobre leyes, abogacía y cosas así. ¡Qué emoción! Soy un asco hasta para el sarcasmo. Ni yo misma me puedo dar ánimos.

Camino con pasos lentos y a medida que voy bajando las escaleras, escucho murmullos que provienen de la recepción.

La bibliotecaria está teniendo, por lo que mi corto cerebro entiende, una discusión. Solo puedo ver la espalda de la persona con la que discute. Es un chico, bastante alto o para mi metro sesenta y dos lo es. Por su forma de vestir se nota que es un hombre muy formal; zapatos elegantes, pantalón negro y una camisa azul oscuro remangada hasta por encima de sus codos. Yo me estaría quemando, estamos a mitad de primavera y este con esa ropa.

Por las dudas me acerco sigilosamente con el terror de que él le pueda hacer algo.

—Para lo que trabajo no necesito leer esto. — su voz es firme y un tanto gruesa. Me vino a la mente el color rojo, el rojo como el de la sangre, ese que casi ni se distingue si es rojo o negro, como si estuviera ocultando su verdadero color.

Sonrío cuando la bibliotecaria nota mi presencia. Y eso causa que él también voltease a verme. Reafirmo que él es el rojo de la sangre; en su rostro solo expresa cansancio o aburrimiento, me da un poco de gracia porque me gustaría decirle que sus ojos no dicen lo mismo. Hay tantas emociones en ellos que me es incapaz de descifrar al menos uno.

—Emm... hola. — gente maleducada existen en todos lados. Su mirada viaja desde mis pies hasta mis ojos y ahí quedó. Ni siquiera un asentimiento con su cabeza, nada. Para evitar mi humillación dirijo mi mirada de nuevo hacia la bibliotecaria —. Dejé el libro en su lugar. Solo... Leí arriba que se puede hacer socio de la biblioteca. — ella me mira sonriente y rodea el mostrador para extenderme una tarjeta.




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