Hasta Que Lo Efímero Se Acabe

Capítulo siete/ Castigo para ambos.

Summer.

A esta altura del día ya puedo controlar mis nervios.

Me han acompañado desde que Teo me mandó un mensaje con los horarios; doble turno y con una paga que excede a lo que yo pensaba, ni una queja al respecto hubo de mi parte.

Esta mañana me desperté una hora antes que la alarma sonara porque, antes de los nervios, estaba la ansiedad. Me levanté, arreglé y frustré con el tipo de ropa que debía usar. Me rendí y me frustré otra vez hasta que mi tío que me llamó para que nos fuéramos juntos. Sus días de trabajo están por terminar porque pronto comenzarán las vacaciones, pero luego entra en ese curso de literatura, así que prácticamente él no tiene vacaciones.

Estaba tan nerviosa que, hasta mi tío que me tiene mucha paciencia, pidió que me callara un poco. En mi defensa diré que los nervios siempre harán que hable incluso hasta por los codos y que mi mente empiece a recordar un sinfín de chistes sin sentido y sin gracia, pero todo terminó cuando cada uno tomó su camino y yo solo estaba a una calle de la biblioteca.

Llegué cinco minutos antes y Marta ya estaba abriendo la puerta. Al entrar ella me dedicó unos minutos para explicarme el orden de todos los libros y decirme que debía conseguirme un cuaderno para anotar lo necesario porque ella, como dijo aquella vez, no se maneja muy bien con la tecnología. Aunque me sorprendió cuando la escuché tarareando una canción de Bad Bunny.

Ella atendió al primer cliente para enseñarme, pero luego de eso me dejó a mí. La verdad que Marta puede ser toda una dulzura, pero sus ojos jamás se despegaron de mi en toda la mañana. Es como si esperara que en cualquier momento iba a pisar el palito, por suerte y gracias a quien sea que me escuchó, todo salió bien, y los más importante, me gustó. No me fue difícil atender a las personas o conocer a los que Marta me presentaba y me dijo que son los que vienen frecuentemente, nunca me molestó sonreír a quienes sea que entren por esa puerta, aunque algunos que venían tenían un humor horrible; y sé que dije que era absorbente en cuanto a los sentimientos de otros, pero estaba tan cómoda trabajando que no me permití que nadie arruinara mi día.

La mañana fue así, entre nervios y ver que, en realidad, ese lugar me encantaba.

Luz fue la primera que vi en casa, entonces Luz fue la primera en escuchar mi día. Luego mi tío, y ahí quedo porque mi tía con su mirada me dijo, básicamente, "ni te me acerques maquina habladora".

En la tarde ya no estaban los nervios, así que mi mente estaba tranquila mientras me arreglaba para ir a mi otro turno a las cinco.

Marta me ha dejado casi todo el trabajo a mí, que tuvo hasta el descaro de pintarse las uñas sobre el mostrador mientras yo subía y bajaba por las escaleras guiando a las personas, pero con los jefes uno nunca se queja.

Terminado el turno ya casi no necesitaba revisar mi cuaderno "provisorio" para saber dónde estaba cada sector de libros. Hablaba con más soltura y pude organizarme mejor.

Cuando estaba despidiendo a un señor interesado en ser socio de la biblioteca, Marta se acercó a mí y tenía una sonrisa en su rostro. Ella hizo eso muchas veces, lo de tomar su bolso y salir afuera o esconderse de mí y luego regresar con una sonrisa, pero como dije, ella es toda una dulzura, pero sigue siendo mi jefa.

Me fui a acomodar unos libros que habían dejado en el mostrador para dejarlos en su lugar. Por suerte no necesitaba subir para dejarlos, mis piernas no estaban acostumbradas a subir y bajar tan seguido las escaleras.

Escucho que alguien abre la puerta y me volteo para informarle que ya estamos cerrando, sin embargo, aunque quisiera tanto echar a esta persona, no puedo. Porque se trata de Teo. El ser oscuro. Y al parecer Marta le tiene mucho aprecio a este hombre.

Sus ojos topan con los míos y sigue estando la misma cara de fastidio o de indiferencia que siempre me dedica, yo le regalo una sonrisa, falsa, pero sonrisa en fin.

—¿Dónde está Marta? — sí, hola para ti también. Idiota.

—Fue al baño.

Suspira, sin decirme gracias, y camina hasta el mostrador.

Que fastidio convivir con este hombre. Lo miro por sobre el hombro antes de volver a ordenar los libros. Estaba subiendo las mangas de su camisa, las veces que lo he visto he notado que su forma de vestir es bastante formal. No sé en qué trabaja, pero algo aburrido debe ser. Como banquero, contador o abogado... ¡ah, no!, yo voy a estudiar abogacía. Es súper divertido.

Su actitud también es un poco peculiar, aunque aparenta no más de veinticinco tiene un carácter que se lo regalo a mi abuelo. Puede ser también que forme parte de esos afortunados hereditarios de una genética increíble, donde su colágeno jamás se va y siempre aparenta menos edad.

Sacudo mis manos cuando termino y me acerco hasta el mostrador. Mi curiosidad me gana, por lo tanto, lo primero que le digo es:

—¿Cuántos años tienes?

—¿Qué? — me mira un poco perdido.

—Aparentas de unos veinticinco, como mucho. Pero tu actitud demuestra lo contrario. Como si fueras un hombre de cincuenta años, que está en la espera de su divorcio porque su esposa no lo soporta más.

Se queda en silencio, creo que asimilando lo que dije. Su ceño fruncido me dice que no está de acuerdo y hay un poco de enfado en su rostro y creo que está... ofendido.

Sí lo está porque me suelta con aire superior:

—Tengo veinticuatro. — creo que será mejor que apacigüe esto porque, si las miradas mataran, él ya estaría preso.

—¡Qué bien! — rio de manera nerviosa y con mi puño golpeo suavemente su hombro —. Eres todo un joven lleno de vida.

Mira su hombro por unos segundos y cuando levanta su mirada me recorre un escalofrío por toda mi espalda. Creo que no se quedará conforme, creo que buscará vengarse, creo que viene su contrataque.

—¿Cuántos años tienes tú?

Me da miedo responderle.

—Diecinueve — mi voz sale un poco dudosa.




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