Hasta que lo Olvide

Capitulo 1

PERFECTA MENTIROSA

Issia

Observé el reloj en mi muñeca, al tiempo que con la otra mano tamborileaba los dedos sobre la mesa.

¡Maldita sea! Media hora de retraso ¡Media hora!

Ya no soportaba ni un minuto más, suficiente tenía con los zapatos que me lastimaban los dedos, la música que quería explotar mis tímpanos y las parejas que pasaban besándose y toqueteándose como locas; si en los próximos cinco segundos el idiota con que Cameron me había citado no aparecía, me iba a ir, hablaba en serio.

Uno...

Dos...

¿A quién estaba engañando?

Me terminé lo que quedaba de agua en mi vaso de un sorbo, tomé mi bolso y me levanté como si nada, como si no me sintiera humillada por haber estado sentada en una mesa sola por tanto tiempo.

Solté un pequeño suspiro, antes de elevar la barbilla, alisar la solapa de mi saco y caminar firme hacia la salida del bar.

Estaba actuando como si estuviera intacta, como si lo que acababa de pasar, no me estuviera afectando, como si la sonrisa que presentaba frente a todos, no fuera una simple máscara.

Estaba siendo igual de patética que siempre.

Quería salir corriendo si fuera posible, porque mientras más rápido llegará al apartamento, más rápido podría dejarme llevar por mis sentimientos y todas esas emociones que se contenían dentro de mí. Así tendría más tiempo para recostarme en mi cama y cuestionarme que había de mal en mí hasta quedarme dormida. Porqué no podía fingir cuando estaba sola, porque mi fortaleza se esfumaba una vez cerraba la puerta de mi habitación.

Era tan débil, tan patética. Tan idiota...

Sin quererlo, yo misma me estaba haciendo sentir mal, cuando solo se trataba de una cita. No era para tanto, no era como si él chico fuera la gran maravilla del mundo —tampoco lo sabría, porque nunca se apareció.

Estúpidas emociones, las que desde hace siete meses estaban más revueltas que de costumbre. En momentos así, es cuando deseaba no haber sido encontrada en el instante en que intenté quitarme la vida.

Continúe mi camino hasta la salida del bar, siendo casi tirada por todos los adolescentes hormonales que no sabían lo que era un cuarto, y casi lo logré.

"Patética" gritó mi mente en cuanto el tropiezo de mis pies con el suelo me hizo caer a él.

Mis rodillas y las palmas de mis manos, estaban impidiendo que mi cuerpo cayera por completo al suelo, y no escuché ni siquiera un lo siento, tan sólo el mismo ruido de los segundos anteriores, con esa música estridente que no conseguía callar la voz que habita dentro de mí y a diario me recuerda lo débil que soy.

Volví a lanzar otro bufido, mientras trataba de levantarme, sin embargo con todas esas personas pasando, se me hacía imposible. Cerré los ojos con fuerza, respiré y me dije que podía levantarme sola y como si nada.

Podía hacerlo, o eso es lo que quería creer.

Cuando por fin decidí hacerlo y tomar fuerza por mi sola, una mano se situó frente a mí. Sin dudarlo dos veces, la tomé. No iba a rechazar ese gesto, en especial cuando la empatía en este mundo poco a poco se está perdiendo.

Una vez de pie, fingí una sonrisa a quien tuvo ese gran gesto de lastima hacía mí.

Lo primero que observé, fueron dos ojos con un azul tan intenso como el mar, con esa misma profundidad, como si pudieras perderte en ellos, tanto que incluso asustaba.

No tuve idea de la cantidad de segundos que pasaron, mientras ambos nos observamos, hasta que el mundo me regresó a la realidad y de nuevo, pude percibir cada uno de los sonidos, los olores y la sensación del leve tacto de la mano del hombre frente a mí sobre la mía. La aparté de inmediato, sin pensármelo mucho.

—¿Estás bien? —preguntó, mientras continuaba observándome fijamente.

Restregué las palmas de mis manos, en la parte de atrás de mi falda, en un impulso nervioso que quería obviar, al tiempo que asentía con la cabeza y sonreía sin abrir los labios.

—Espero que si, muchas gracias—ahora fue él quien asintió, apartando la vista de mi rostro a algo tras de mí. Un pensamiento desaliñado me llegó a la cabeza al desear voltear y descubrir que era lo que observaba, pero sabía que no era de mi incumbencia, así que al darme cuenta que no había más que decir o hacer, volví a sonreír y luego pase por su lado para irme.

Parpadeé varias veces para regresar de nuevo a mis cinco sentidos y sacar de mi cabeza semejantes ojos.

¿Seria tan cliché pensar que él era mi cita?

Claro que si.

Despejé esa idea de mi mente y continúe con mi camino, intentando concentrarme en donde pisaba para evitar otro tropiezo. Una vez en la calle, el fuerte aire de Washington me hizo abrazarme a mi misma y darme cuenta de algo completamente estúpido: Se me había zafado el bolso del brazo cuando caí.

¡Maldita sea!

Lancé una pequeña patada al aire, antes de dar la vuelta para tratar de volver a entrar.

¡Cielos! Era tan descuidada.

Sonreí ante los dos gorilas que merodeaban la puerta y traté de parecer tranquila, aunque estuviera echa un asco por dentro. Si no encontraba mi bolso, perdería el dinero, la billetera, mis papeles y mi celular —aunque él último si quería perderlo.

¡Estúpida! ¡Mil veces estúpida, por no notar algo tan importante!

—Deje mi bolso dentro, ¿Podrían dejarme entrar a buscarlo? —expliqué con la voz repleta de ansiedad, mientras intentaba continuar sonriendo. Ambos se vieron y luego a mí, uno de ellos incluso se bajo los lentes para observarme mejor. ¿Qué tanto veían? No había gran cosa en una chica que iba vestida con un traje de saco y falda tubular, de un aburrido color azul marino, medias y zapatos puntiagudos.

—No puedes entrar por acá, esta es la salida—expresó uno de ellos con más seriedad de la normal.




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