Hasta que lo Olvide

Capítulo 4

MUESTRAS DE CARIDAD

 

— Lamento el desorden, no esperaba que quisieras venir —confesó, lo que me hizo esbozar una pequeña risa.

Cláusula número 3: Mostrarse feliz y complacida de salir con cada una de las citas, sin importar la situación.

— ¿Quieres algo de beber? Puedo ir con mi compañero o quizás...

— No creo que necesitemos nada de eso —le interrumpí, antes de colocar mis manos sobre su pecho y empujar su cuerpo, hasta el pie de la cama.

— Nunca te creí tan atrevida —admitió.

Yo tampoco me creía tan atrevida.

— Quizás deberíamos dejar de hablar —alenté, con la mejor de mis sonrisas fingidas.

Sus manos se movieron hacia mi cintura, donde trato de quitar mi saco, no fue necesario, porque yo misma lo saque de mi cuerpo. Lo empujé una vez más, hasta que cayó sentado sobre la cama, me posicioné entre sus piernas y tomé el dobladillo de su camisa, se la saqué y luego me agaché para soltar su cinturón.

Me detuvé unos instantes, para ver de soslayo su pecho y abdomen, que como él había dicho, estaban muy bien trabajados.

Cuando la hebilla de su cinturón se soltó, me encargué del botón y la bragueta de su pantalón de mezclilla. Con muy poca habilidad y casi nada de experiencia, baje sus pantalones, hasta dejarlos en sus tobillos, donde él mismo se encargó de sacarlos por completo de su cuerpo.

Quería verme decidida y evitar ver a ese lugar entre sus piernas, porque sinceramente la vida no me tenía preparada para eso. Ni las noches anteriores o los días con Marcus, me quitarían esa vergüenza.

Vamos, se valiente que muy pronto acabará.

Gritó la voz dentro de mí cabeza, lo que me hizo lanzar un suspiro y terminar con lo que ya había iniciado.

— ¿No estás muy vestida aún, bonita?

No le respondí, simplemente recordé lo que Cameron me había dicho que hiciera, junto con las imágenes de todas esas películas para mayores de edad, que había visto para estar lista para esto. Recosté al tal Bruce sobre la cama y pasé mis manos por su cuerpo, mis piernas habían quedado a cada lado de su cuerpo, lo que a él le daba un mayor acceso a tocarme. Contuve y conté los segundos que sus asquerosas manos recorrieron desde mis piernas, hasta mi cintura. Luego tomé sus brazos y los coloqué sobre su cabeza, sin evitar una sonrisa ladina en mi rostro.

Había dejado el bolso justo a mi lado, así que fue más fácil tomar las esposas y colocarlas sobre una de sus muñecas.

— Espera... —dijo, alarmado por la situación—. ¿Debo preocuparme por esto?

— Sólo si el placer te causa miedo —mentí, antes de terminar de colocar bien las esposas a los barrotes de su cama.

Me incliné sobre él y pase lentamente mi boca desde su quijada, hasta su oreja. Pude sentir como se removió bajo de mí e intento moverse, la que provocó que el metal hiciera ruido sobre nuestras cabezas.

— Esto es una pequeña lección —inicié, susurrando las cosas sobre su oído—. Para que la próxima vez que intentes dejar a una chica al día siguiente de acostarte con ella, pienses las cosas dos veces. — Mordí el lóbulo de su oreja y luego me levanté de mi lugar, me reí de su rostro lleno de confusión y furia, sin embargo fue nada comparado a lo que hizo, cuando vio que sacaba bandas de depilación.

— ¡¿Acaso estas loca?! ¡Sueltame! —gritó, en cuento vio lo que me proponía. Pese a sus lamentos, no me detuvé en continuar con mi plan y colocar las bandas por sus piernas, sus brazos y su pecho
—. ¡Maldita sea! ¡Sueltame jodida loca! —volvió a gritar, yo por mi lado solamente lancé una pequeña risa, luego coloqué las bandas y lo vi directamente a los ojos.

—Algo me dice que estas muy asustado —insinué, sin quitar en ningún momento mi sonrisa.

—No sabes con quien te estás met... ¡Ah, mierda! —exclamó, en cuanto levanté la primera cinta y varios de sus preciados vellos del pecho se esfumaron.

— Claro que se con quien me estoy metiendo —pronuncié, al soltar la siguiente banda, y escuchar como lanzaba otro grito ahogado—. Me estoy enfrentando a uno de los tantos mujeriegos de la universidad — Solté la siguiente, la que estaba en su pierna derecha —. A un idiota que fue capaz de salir con Candy McDonald, por casi un mes, acostarse con ella y botarla al siguiente día, todo con tal de ganar una apuesta —quité la banda que estaba en su otra pierna, ganando un gruñido mezclado con un gemido de dolor de su parte.

— ¿Y tu que eres? ¿La defensora de las mojigatas? —bromeó, con un hilo de voz, en lugar de aquella imponente que tuvo al principio de la cita.

Solté las siguientes bandas, las que estaban en sus brazos, juntas y sin nada de tacto.

— ¡La dejaste embarazada y no fuiste lo suficiente hombre para enfrentar tus errores! —ladré, con más furia de la que deseaba. Lancé un suspiro y luego sonreí con malicia —. Pero bueno, quizás con esto te quede una pequeña lección — Me agaché hasta tomar el bote de pintura en aerosol. Lo agité y luego escribí sobre su pecho la palabra cobarde.

— Buen intento, bonita. Pero mis vellos pueden volver a crecer y la pintura la puede borrar un buen baño —lancé una risa ante sus palabras.

— ¿Olvidas las esposas? Porqué lamento decirte que no tengo las llaves —expresé con desprecio —Oh y también olvidé mencionar que las fotos duran una eternidad —agregué, antes de sacar mi cámara y tomar algunas fotos de su cuerpo mal depilado, su pecho rayado y sus manos amarradas con esposas.

—Suerte con tu vida —comenté—. Por cierto espero que no digas nada, porque sino todos verán semejante foto y no creo que quieras que tu reputación se vaya aún más a la borda —levanté mi bolso y comencé a caminar hacia la puerta de salida—. Aunque considerando que tendrán que venir a soltarte, ya no habrá mucho que ocultar — Le lancé un beso y luego salí, con una gran sonrisa adornando mi rostro. Quería carcajearme hasta ahogarme, sin embargo tenía que esperar hasta salir de la residencia, para no levantar tantas sospechas.




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