Hasta que lo Olvide

Capítulo 7

IMPULSOS

Issia 

 —  For months on end I've had my doubts
Denying every tear
I wish this would be over now
But I know that I still need you... 

Detuve la canción, en el momento que esas palabras terminaron de salir de la radio e invadieron mi mente. Tan solo con escuchar las primeras dos estrofas, supe que no quería o mejor dicho debía, continuar escuchando tal cosa.

— Yo estaba escuchando la radio —reclamó mi acompañante, al momento que intentó volver a encender el aparato para continuar llenándose con esa canción que aunque tenía un buen ritmo, no podía decir lo mismo de la letra. Era tan deprimente, con tan poco tacto y  menos si hablaba de un rompimiento.

— No me gusta esa música —mentí, porque de hecho no me gustaba ningún tipo de música.

¿Extraño? Pues para mí ya no lo era.

Lo escuché lanzar un bufido, al instante en que su mano volvió a intentar llegar a aquel botón, y mi mano la detuvo, golpeándola levemente.

  — Por hoy ya  me has golpeado demasiado —recalcó, lo que me llevó a mí a lanzar una leve risa, al recordar la forma en que se doblo sobre si mismo, al instante en que mi pie estampó con su espinilla y no me arrepentía, claro que no; él se merecía tal cosa por no permitir que me largara.

De lo que si me estaba arrepintiendo, era de permitir que me convenciera para que aceptara subirme a su auto. ¿A donde íbamos? A mi apartamento, ambos acordamos que la noche ya había sido lo suficientemente larga, como para añadirle cualquier cosa más.

— Tengo que confesar que eres la primera chica que no ama esa música —dijo, sin dejar de ver en ningún momento al frente.

— No todas las chicas somos iguales.

— Bueno, en mi mente creía que si.  

— Y yo creí que eras de los chicos que manejan motocicletas y tienen todo un historial de chicas. No el chico que maneja un Honda de modelo reciente, color gris y escucha baladas románticas dentro de él—solté, aún cuando sabía que estaba completamente fuera de lugar.

Lanzó una risa carente de humor, ante la confesión de mis pensamientos poco profundos con respecto a su personalidad de chico malo y misterioso.

— ¿Acaso también me creías un matón o incluso un prepotente que se mete con una mujer distinta cada noche? ¿o un imbécil que se cree el dios del mundo? —investigó, con la misma voz arrogante con la que me habló el primer día en que nos vimos—. Creo que has leído demasiados libros. No por el hecho de que visité un bar, me vista con ropa oscura y haga apuestas, tengo que necesariamente ser uno de esos tipos. 

— Lo se. Tan sólo te decía lo que pensaba de ti a grandes rasgos —bufé.

No debí abrir la boca, ¿Qué seguía? Que le dijera que también lo creía un arrogante, un imbécil egocéntrico que se creía superior a cualquier espécimen en la tierra. 

— Yo sigo creyendo que la chica que le muestras al mundo, no es quien en verdad eres—comentó en el momento en que nos detuvimos frente a un semáforo.

— ¿Y por eso te refieres a mí como una zorra? —esta vez fue mi turno de defenderme y sacar lo que desde hace poco llevaba contenido.

— No me refiero así de ti, simplemente no considero que sea adecuado lo que haces. Además no era eso...

— Tu no tienes ningún derecho en decir que es o no adecuado en mi vida. Si yo quiero enrollarme con un hombre distinto cada día, es mi problema, no tuyo ni de nadie más —exclamé, con un tono de voz fuerte, para que comprendiera que odiaba que se metieran en mi vida sin que yo los invitará.

— ¡Si lo se, tu no eres mi problema!—gritó, sin mover el auto a pesar de que el semáforo había cambiado de color a verde —. A mi no me importa si quieres salir con idiotas que van a dejarte botada a mitad de la calle, para que luego camines sola varias cuadras para llegar a tu casa. Lo que yo trataba de decirte es que no eres la chica ruda que aparentas ser, se que hay algo más en ti. Se que detrás de toda esa capa de oscuridad que tu misma has colocado, hay un poco de luz esperando por salir de nuevo.

En el instante en que esas palabras terminaron de salir de sus labios, no supe como reaccionar, sabía que mi boca estaba abierta y dispuesta a hablar, sin embargo mi cerebro no le mandaba ninguna clase de señal para decir algo, para defenderme, para hacer cualquier cosa.

«Dile que no puedes sacar la luz, porque tienes miedo. Explícale que la vida te ha tratado tan mal que a veces te da miedo seguir  confiando. Dile que la chica ruda es la única manera en que puedes seguir sobreviviendo»   

Pero a pesar de los intentos de mi mente por convencerme en decir tal cosa, no lo hice, porque sabía que no podía confiar en él, al menos no aún. No quería volver a caer en aquel agujero, no quería sentirme más débil de lo que ya lo hacía. No quería eso, ya no más. Me había prometido que jamás volvería a suceder y trataría de cumplirlo.

  — Quizás me gusta más lo oscuridad de lo que alguna vez me gustó la luz —fue lo único que dije, en un leve susurro, con una voz automática que no sabía de donde había salido, mientras giraba mi rostro hacia el frente y evitaba ver ese par de ojos azules que me taladraban la pupila.

No hubo una respuesta, de hecho no hubo ni un solo sonido más, mas que el del motor del auto y la respiración calmada de ambos.

Las calles de la ciudad por las que nos movilizábamos eran ya tan conocidas por mi mente, que ni siquiera me daba el tiempo de prestarles la suficiente atención, tan solo veía los mismo edificios, con las mismas luces, el mismo color y la misma personalidad fría; por momentos incluso me imaginaba que yo me había convertido en uno de ellos. Que ya no tenía esencia, que ya no había luz en mí, que al verme —al igual que Collins—, pensaban que era una chica sin carácter. Que pasaba desapercibida, con la misma rutina, con la misma cara fría y con el mismo dolor que se impregnaba a ratos en mis ojos.




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