EN MANOS DEL DESTINO
Collins
Dicen que los seres humanos tendemos a preguntar cosas, de las que no queremos conocer las respuestas. Algunos lo llaman masoquismo, otros estupidez; yo lo llamo: El efecto Issia "muñeca" Haynes.
Sabía que no me gustaría lo que iba a decirme; tenía en cuenta que preguntarlo era como atarme una soga al cuello, ¿por qué? Porqué ella había hecho una muralla al rededor de su corazón y sabía que yo estaba dispuesto a romperlo, costará lo que costará. Sin duda alguna, podría decir que o mi ego era demasiado alto, para creer que ella estaría dispuesta a eso; o una estupidez demasiado grande se apoderaba de mí, cuando ella estaba cerca.
¿Cómo era eso posible cuando apenas habían pasado dos semanas desde la primera vez que intercambiamos palabras reales? ¿cómo era posible que no podía sacar de mi mente lo que ocurrió anoche? ¿cómo es que no podía dejar de verla? ¿Por qué no podía evitar perderme en sus ojos? ¿cómo es que me estaba dejando llevar tan rápido?
Era una idiotez. Tenía que hacer algo.
Alejarme. Sí, eso era la mejor opción.
Lo era y yo lo sabía, pero no estaba muy convencido de realizarla.
Sentí como la saliva que acababa de tragar, bajaba lentamente por mi garganta, mientras esperaba porque ella respondiera la pregunta, sin embargo después de minutos infernales en que solo me observo directamente a los ojos; su boca se abrió, pero no salieron más que un par de balbuceos que fueron interrumpidos por la llegada de un chico de cabello oscuro que se paró al lado de la mesa para saludar a la chica de ojos ambarinos.
Vi el suspiro que mi acompañante lanzó ante tal situación. Se que aún no la conocía profundamente —y vaya que me moría por hacerlo—, pero sabía que hacía eso al sentirse rodeada; era como si lo que salió de mis labios la hubiera sacado de la tierra y la hubiera hecho aterrizar de golpe sobre el pavimento, y el hecho de que ese chico se apareciera, fuera como una mano que la ayudó a levantarse. ¿Tan mala era la idea de volver a vernos? ¿tan estúpido me veía para que ella no quisiera compartir más tiempo conmigo? ¿o es que acaso existía la posibilidad que tuviera el mismo miedo que yo de quemarme? De cualquier manera no quise volver a indagar en el tema. Los escuché hablar por algunos minutos, los suficientes para acabar de tomarme mi café y comerme mi rodaja de pastel, hasta que él chico se despidió de ambos y caminó hacía el otro lado del lugar. No pude obviar el hecho de como le sonreía a Issia y la observaba de más, era claro que al igual que yo él se sentía interesado en ella. No voy a decir que me sentí celoso o incluso o intimidado por la manera en que me veía, además de que yo estaba comiendo con ella —aunque la haya traído obligada—, podía sentir la manera cansada en que Issia le respondía.
Por otro lado, yo no podía reclamar algo que no quería ser mio, ella aún estaba afuera de mi alcance; por más que yo quisiera correr, ella iba varios pasos delante mío.
—¿Puedes llevarme a casa? — No dijo más y yo tampoco la obligue a estar más tiempo dentro. Asentí y luego de pagar la cuenta de ambos, le señalé la salida con mi cabeza.
Caminé a su lado hasta mi auto, la música de la banda que acababa de iniciar a tocar, nos hizo compañía. Fue entonces que descubrí algo más de Issia Haynes: a ella no le gustaba la música. No era muy difícil de descifrarlo, aunque por momentos llegué a creer que solo era la música que yo escuchaba, pero por la manera en que arrugaba la nariz y se sobaba la cienes constantemente, cuando iba al bar; la misma reacción que tuvo cuando la banda comenzó a entonar una canción algo ruidosa. Descubrí que había una razón más profunda para eso.
Comenzaba a notar, que ella era distinta, más distinta de lo que yo creía, más que cualquiera de todas las chicas que yo conocí en el pasado. Y eso la hacía magníficamente más atrayente para mí.
Durante el camino evite colocar la radio, aunque por otro lado el ir sin ningún solo sonido más que el de nuestras respiraciones tranquilas, no era muy agradable que digamos. Pero consideraba que era mejor que comenzar a tararear una canción y luego parar de hacerlo, porque ella le bajaba el volumen a mi equipo de sonido.
—¿No vas a colocar música? — Giré a observarla en el instante que esas palabras salieron de sus labios. Sabía que había sido imprudente de mi parte, pero el hecho de que preguntara tal cosa, me dejo atónito.
—Si quieres puedes escogerla tu —señalé, esta vez sin apartar la vista de la calle algo concurrida. Por el rabillo del ojo, vi la pequeña sonrisa que se formó en sus labios, sin embargo por alguna razón esta fue ocultada de inmediato.
—No lo se, es tu auto.
—Puedes hacerlo—la alenté, dirigiéndole una leve mirada y con mi mano libre mi celular, para que buscara lo que más le gustará. Por otro lado, también quería conocer que clase de gustos poseía.
—Te advierto que tengo gustos muy peculiares—apuntó, mientras tecleaba algo en el aparato y luego lo conectaba al cable de audio que daba a mi equipo de sonido.
—¿Acaso vas a decirme que tienes un cuarto rojo donde latigas chicos?—pregunté en un tono que denotaba tanto mofa, como curiosidad, pues sin querer mi mente había traído a colisión las fotos que había visto en su celular.
En aquella carpeta extraña... en su lista.
Issia lanzó una minúscula risa, que logró que mis pensamientos se dispersaran. Justo en ese instante, un tono bajo de piano inició y siguió y siguió, provocando que los sensores de mis oídos se activaran por los cambios tan sutiles y vivaces que me invadían, aunque también tenía que confesar que la manera lenta y sonora que emitía, me relaja a un nivel que haría que en cualquier instante cerrara los ojos. Y pude haberlo hecho, de no ser por el cambio brusco que existió durante la pieza.
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Editado: 25.09.2021