Doctor de ojos azules
Collins
— Si tanto quieres besarme, solo acércate—susurró, en una voz melosa, mientras sus ojos color ambar, no se apartaban de los míos. Podía sentir su respiración sobre mi rostro, pero no el peso de su cuerpo, el cual aún se mantenía sobre el mío.
Quería hacerlo, maldita sea. Quería sentir esos finos labios entre los míos y perderme en el paraíso. Pero mi cuerpo no reaccionaba, ¿Por qué no podía moverme? ¿Por qué ella se reía de mí? ¿Por qué esto parecía un sueño? ¿Por qué Issia comenzaba a alejarse? ¿Por qué no podía correr tras ella?
Estaba atrapado en mi auto. El auto iba en marcha y yo no podía hacer nada por detenerlo y luego, se detenía de golpe, justo en el momento que impactaba con algo. Podía ver como mis manos temblaban y yo me movía mareado por lo anterior, caminaba sobre el asfalto, hasta llegar frente al auto y ver el cuerpo inerte de quien se atravesó en mi caminó....
— ¡Mierda!—exclamé, al tiempo que me sentaba de golpe en la cama.
Era un sueño. Solo era un sueño.
Me pase las manos por el rostro y lo restregué para quitarme lo adormecido y eufórico que me dejo ese estúpido sueño.
No podía quitar de mi mente la imagen de esa chica ensangrentada sobre el pavimento. No podía obviar que mi conciencia jamás me dejaría tranquilo.
Revisé la hora en el reloj al lado de mi cama. Faltaban diez minutos para que sonará la alarma. Sin mucho ánimo, salí de la cama y caminé hacía mi armario; correr por diez minutos más, no me vendría mal. Cuando estuve bien cambiado y despierto, baje a la cocina y tomé un poco de jugo de manzana, luego salí del apartamento y me preparé para bajar diez pisos en las escaleras de emergencia.
No, no iba a usar el elevador. Estaba saliendo a correr, eso me servía como calentamiento, claro después del verdadero calentamiento. Cuando salí de la puerta del edificio, un hermoso amanecer me recibió, el sol a penas se asomaba por atrás de los grandes edificios y el cielo estaba matizado de varios tonos de naranja y rosa.
Mientras comenzaba mi rutina hasta el centro, me sorprendió un poco no encontrarme con mi vecino, un estudiante de medicina que usaba esta hora para distraerse de sus cansadas horas de estudio. Me parecía correcto lo que hacía, porque a comparación de muchos médicos y estudiantes que yo conocía, no dejaba que el ejercicio saliera de su vida para encerrarse todo el día en una habitación para tratar de memorizar conceptos inmensos. Entre la mente y el cuerpo tiene que haber un equilibrio, más ejercicio igual a más salud y más salud, igual a mejor rendimiento académico.
Ahora que lo pensaba, tenía que preguntarle su nombre la próxima vez. Corría con él casi a diario y jamás me había interesado por ello.
Observaba a las personas que al igual que yo, corrían a lo largo del parque, y veía como la mayoría se perdía entre la música que escuchaban por los audífonos en sus oídos. Yo nunca los usaba, no solo porque me lastimaban el conducto auditivo externo, también porque prefería que me invadiera el sonido de los pájaros, del viento y de algunos coches que ya circulaban por la ciudad. Lo prefería mil veces más, además así podía analizar bien mis problemas y todo lo que daba vueltas por mi mente.
Sin duda, el día de hoy solo estaba una cosa, más bien una chica. Un par de hermosos ojos color ambar.
No tenía idea de como saqué valor para invitarla a salir o más bien, obligarla a ir. Realmente esperaba que llegará. Me tenía como un loco, jamás una chica me había puesto así. Incluso me sentía como un adolescente con su primer amor y no como un adulto de veintiséis años.
Mientras más pensaba en ella, sentía como mis pies avanzaban más rápido sobre el asfalto. Debía sentirme cansado y así quitaría toda esa preocupación que comenzaba a arremolinarse en mi cuerpo, sin duda era mejor que tomar un montón de medicamentos para controlar mi ansiedad, que según el doctor Foster, era un poco grave. Yo más bien creía que no lo era tanto, tan solo me atacaba cuando estaba en problemas, lo cual no era muy seguido, por eso siempre intentaba mantenerme lejos de ellos. Además para controlarlo salía a correr, lo cual siempre me aliviaba y cuando sentía que era un poco más grave, me fumaba un cigarrillo.
No quería sonar estúpido, pero desde que tuve el primer encuentro con Issia, correr ya no ayudaba mucho.
Cuatro cigarrillos fumé ayer. Dos los que consumí al principio, porque me sentía sofocado con solo recordar lo que sucedió en el bar y luego, luego me fumé otros dos, porque cerraba los ojos y mi cuerpo entero reaccionaba de maneras indebidas con rememorar la manera en que su cuerpo cayó sobre mí y pude sentir como el aire caliente que salía de su nariz, me daba en el rostro.
¿Qué me estabas haciendo, muñeca?
— ¡Vecino! —gritó alguien atrás de mí, logrando que bajara un poco mi marcha.
— Por un momento creí que habías dejado tu rutina—dije, en cuanto se colocó a mi lado y me siguió el ritmo.
— No. Creo que tu saliste antes —explicó y tuve que reconocerlo, porque era cierto. Sin más palabras seguimos andando por el parque, camino al gimnasio.
Luego de hora y media, ambos veníamos de regreso al departamento, esta vez caminando. Era la rutina de todos los días y podía decir que este chico era una de las únicas personas con las que socializaba en la ciudad, además de Corbin, mi mejor amigo y compañero de trabajo; el Doctor Foster y ahora la chica de ojos ambarinos.
— ¿Tu eres psicólogo, cierto? —investigó, mientras cruzábamos la calle.
— Si, ¿necesitas algo?
— No realmente. Solo quería saber si podías aconsejarme que hacer con mi amiga.
— ¿La que sufre de depresión? —pregunté, no era la primera vez que me hablaba de ella y aunque yo le había insistido en que lo mejor era llevarla con un especialista o al menos conmigo para poder tratarla, él insistía en que no era necesario.
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Editado: 25.09.2021