Capítulo dedicado a mi querida amiga Mervis. Muchas felicidades en este día tan especial...
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Voy a contarte mi historia y, para variar, comenzaré por el final… El final verdadero, no el que yo creía que había sucedido hace cinco años cuando él me dejó; cuando me abandonó a mi suerte con un corazón roto y miles de sueños hechos pedazos.
Todo comenzó… bueno, terminó hace treinta minutos…
Estaba saliendo de mi última clase del día con Hayley, mi mejor amiga de toda la vida, cuando lo vi.
Estaba en el estacionamiento de la universidad, apoyado en una moto negra justo al lado de mi cacharrito, un Ford de los años ochenta que de puritito milagro camina y que fue un regalo de mi padre cuando cumplí los diecisiete años, poco antes de su muerte.
Mis pies ansiosos por llegar a casa para descansar, se detuvieron ipso facto. Mi corazón se aceleró sin pedir permiso alguno y a mi mente vino ese maldito recuerdo de hace cinco años, cuando lo vi por última vez; el día en que su hermano destrozó mi mundo.
Porque sí, a pesar de que tenían la misma altura, el mismo pelo castaño revuelto, los mismos ojos cafés enmarcados en largas pestañas de las que siempre sentí un poco de envidia; a pesar de que el color de su piel era el mismo, de que sus labios eran igual de rosados y rellenos; a pesar de que eran gemelos, el hombre ante mí, no era mi primer amor.
Ese era el malo, el bad boy del Pre, el mujeriego sexy por el que todas las chicas babeaban, el joven rebelde que siempre vestía de negro; el que, a pesar de todo y muy para mi sorpresa, fue mi mejor amigo durante diez largos años. Ese era Noah Smith.
Miré a mi alrededor sin poder evitarlo. Mis ojos lo buscaron entre el mar de estudiantes, pero no lo encontré; ni a él, ni a su sonrisa hermosa con la que siempre iluminaba mis días; sus ojos risueños que buscaban mi mirada cada vez que hablábamos; su ropa colorida que me hacía reír por lo ridículo que en ocasiones se veía.
Él no estaba…
El chico que me pidió ser su novia a los doce años; ese con el que tuve todas mis primeras veces; ese que amé con locura y que, por esa misma razón, me destrozó, no estaba.
Nathan Smith se fue de mi vida hace cinco años. Pensaba que, para estas alturas, ya lo tenía superado.
Noah se acercó a mí a paso lento, con esa sonrisa ladeada que tantos suspiros femeninos provocaba y que a mí me exasperaba porque significaba travesura y, por lo general, Hayley y yo éramos sus blancos.
Con sus manos escondidas en los bolsillos de su chaqueta, se detuvo ante mí. Sentí cómo mis ojos se llenaron de lágrimas, pues, por mucho que lo intenté, por más que quise convencerme de que estaba bien, extrañé con locura a los dos imbéciles que hacían de mi vida una emocionante aventura.
—Joder, pastelito, no has cambiado nada —dijo con su singular tono de voz grave y no lo pude evitar…
Rompí a llorar como una niña pequeña ante ese mote ridículo que no sabía que había extrañado tanto hasta ese momento. Me lo puso el día en que nos conocimos frente a la pastelería de nuestro vecindario. Había ido a comprar dulces para mis hermanos y yo llevaba uno en la boca cuando choqué con él y caí de culo con toda mi compra esparcida en el suelo. Tuvimos una discusión monumentalmente ridícula y a partir de ese día fui pastelito para él.
Cubrí mi rostro con mis manos, avergonzada por mi llanto y no tardé en sentir el calor de sus brazos a mi alrededor.
—Te extrañé —susurró cerca de mi oído con voz emocionada y yo solo pude atinar a envolver mis brazos alrededor de su cintura.
—Yo… Yo también —murmuré contra su pecho.
No sé por cuánto tiempo estuvimos en ese estado, abrazados el uno al otro, como si de esa forma pudiésemos reparar el pasado, hasta que me armé de valor y pregunté:
—¿Cuándo regresaron?
Mi interrogante tenía doble intención; realmente tenía curiosidad por saber algo de su regreso, pero, en realidad, mi corazón solo quería averiguar si él también había vuelto sin verme en la bochornosa situación de preguntar directamente. Y a pesar de que esperaba una risita burlona, pues él siempre fue bueno descifrando mis intenciones, me sorprendió cuando me respondió:
—Hoy y solo vine yo.
Voy a admitirlo… eso me dolió. Fue como coger cada trocito de mi corazón y volverlos a pisotear sin contemplaciones. Después de cinco años, me había hecho a la idea de no volver a verlo, pero en solo unos minutos, las esperanzas de volverme a ver reflejada en su mirada, regresaron con fuerza.
—¿Cómo has estado? —preguntó, apartándome de su cuerpo con delicadeza y no me gustó lo que vi en sus ojos.
Era algo en lo que no me había fijado por la sorpresa de tenerlo ante mí, pero en ese momento en el que lo tuve tan cerca, me dejó paralizada y esa debió ser la primera señal de que algo estaba mal. Su mirada era triste, desgarradora, contentiva de un dolor casi palpable. Sus bonitos ojos estaban rojos e hinchados, rodeados por unas ojeras que daban miedo.
—Hola, Noah —dijo Hayley, recordándonos su presencia.
—Hola, Hayley. —Noah se le acercó para envolverla en un abrazo y luego besar su mejilla.