Hasta que nos volvamos a ver (próximamente en Físico)

1. Los cuadernos

Capítulo dedicado a mi querida amiga Gracie. Feliz cumpleaños mi reina...

 

«Nathan ha muerto…»

«Nathan ha muerto…»

«Nathan ha muerto…»

Observo a Noah con mis ojos empañados producto de las lágrimas; él también está llorando y, aunque mueve los labios, no consigo entender lo que dice. Un pitido desquiciante en mis oídos ha anulado todo sonido exterior y mi mente se ha quedado paralizada con esas tres palabras.

«Nathan ha muerto…»

No…

Eso es imposible.

«Nathan ha muerto…»

No, no, no, no, no, no…

Él no puede estar muerto.

Nathan no…

Él no puede… Él…

—No… —Es lo único que consigo decir, porque la presión en mi pecho es asfixiante.

Tomo una amplia bocanada de aire con la esperanza de que llegue a mis pulmones, pero la sensación de ahogo no hace más que empeorar.

Él no puede… Nathan… él…

Recuerdos de ese niño de pelo castaño llegando a mi vida alborotando todo a su paso, vienen a mi mente y rompo en un llanto descontrolado, desgarrador, de esos que amenazan con dejarte seca. Mis piernas dejan de sostenerme y agradezco en silencio los fuertes brazos del hombre ante mí, que me sostienen antes de llegar al suelo.

Me abraza a su cuerpo y yo, sin poder hablar, pero desesperada porque me diga que es una broma, golpeo su espalda una y otra vez. Su voz se abre paso a través de mis sentidos, pero no consigo entender lo que me dice.

Lloro… Grito y grito sin importarme donde estoy porque necesito sacarme esto que me está matando. Es asfixiante; siento como si hubiesen cogido mi corazón y lo estuviesen sacudiendo, golpeándolo contra el pavimento sin una pisca de piedad. Lloro y lloro en los brazos de Noah que intenta consolarme acariciando mi cabello y murmurando cosas en mi oído que sigo sin ser capaz de comprender.

—Dime… —Sorbo mi nariz—. Dime que no es… que no es cierto, Noah, dime que él… Dime que Nath está vivo, por favor. Dime que estás jugando, te lo pido, por favor, Noah, por favor. No me hagas esto, te lo pido Noah, no me lastimes así. Por favor.

—Lo siento. —Consigo escuchar y la sujeción de sus brazos a mi alrededor se hace más fuerte—. Lo siento mucho, pastelito. Lo siento de verdad.

—No, Noah, no, no puede ser.

Con rabia, me separo de él y paso mis manos por mis mejillas intentando en vano eliminar el río de lágrimas que descienden por ellas.

No puede ser cierto, él está mintiendo. Nathan no puede estar muerto. Él es joven, demasiado joven para no estar aquí.

—Estás mintiendo, Noah, estás mintiendo.

Noah se seca las lágrimas con una de sus manos, mientras con la otra me mantiene cerca. Estamos en el centro del estacionamiento de la Universidad y hay algunos estudiantes a nuestro alrededor como buitres curiosos, pero no me importa. Justo ahora, nada me importa.

—Dime que estás mintiendo, por favor. Él…

—Lo siento, lo siento mucho. Él… —Hace una pausa buscando las palabras que no encuentra y termina desmoronándose—. Oh, joder, April… Mi hermano… Él ya no está. Se me fue.

Sus lágrimas, que hasta este momento habían sido silenciosas, se convierten en un torrente sin barreras y juro por Dios que verlo romperse de esa forma, me parte el alma. Sin saber qué hacer, lo atraigo a mi cuerpo con la esperanza de que encuentre en mí algún tipo de consuelo. Sus brazos se enredan alrededor de mi menudo cuerpo y hunde su rostro en mi cuello mientras me dedico a acariciar su espalda.

Me he derrumbado frente a él sin ser capaz de entender que lo está pasando mucho peor.

No sé cuánto tiempo permanecemos así, llorando, abrazados el uno al otro, como si de esa forma pudiésemos contener nuestro dolor, hasta que él se separa. Pasa las manos por su rostro, mira hacia el cielo, cierra los ojos y respira profundo varias veces.

—Lo siento… No se suponía que te diera la noticia aquí ni de esta forma, pero yo… —Hace una pausa, supongo que para no volver a llorar y suelta un suspiro tembloroso—. Verte ha sido más fuerte de lo que creía… No me pude… No lo pude contener.

Asiento con la cabeza como única respuesta. Estoy atolondrada y la verdad, da igual en qué lugar o de qué forma me lo hubiese dicho, habría sido igual de doloroso.

Analizo cada detalle de su hermoso rostro; ese que tanto me lo recuerda y cierro los ojos ante la opresión en mi pecho. Justo ahora, odio que se parezcan tanto.

—¿Sigues viviendo dónde mismo?

Asiento con la cabeza.

—Ok, te llevaré. ¿La sostienes? —pregunta, tendiéndome su mochila.

No parece muy abultada, aun así, sería incómodo para mí que la lleve en su espalda.

La acepto sin ánimos y la pongo tras mi espalda. Me tiende uno de los cascos y mientras él se coloca el suyo, yo me dedico a jugar con la cinta del mío, perdida en la nebulosa que hay en mi mente. Una vez termina y al ver que yo ni me he movido, me lo pone con la suavidad que siempre lo ha caracterizado en detalles como estos.




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