Hola, pulgarcita…
Durante la visita de la mañana, los médicos nos dijeron el camino a seguir para combatir mi enfermedad. Ya nos lo esperábamos, no es la primera vez que nos enfrentamos a esto. Quimio, operación y más quimio, así que no nos sorprendimos.
Mi madre intentó lucir optimista, me miraba y sonreía, prometiendo que todo estaría bien. Incluso Noah, con todo y lo gruñón que es, sonreía para infundirme valor. Yo les devolví el gesto, aunque, en el fondo, sé que ambos están aterrados. Yo lo estoy.
Teníamos once años cuando perdimos a mi padre por la misma enfermedad, pero hay una cosa que jamás, a pesar de mi juventud, voy a poder olvidar. La noche en la que el doctor que lo atendía llegó a la habitación y le dijo a mi madre, pensando que estábamos dormidos: “No pasará de esta noche”.
A las tres y veinte minutos de la mañana anunciaron su muerte.
Hicieron todo lo de las quimios, entró a cirugía dos veces y nada resultó. A medida que iba creciendo, no sé si por curiosidad o por temor a que la historia se repitiera, ya que la enfermedad es hereditaria, busqué toda la información que pude al respecto. Una de cada diez mil personas padece de este tipo de cáncer y solo el dos por ciento de ellas consigue superar los tres años de vida luego del diagnóstico. No hay cura, solo alternativas para vivir un poco más.
El punto es que sé que voy a morir y si estoy dispuesto a enfrentar todo esto, no es porque tenga esperanza de vivir, ni siquiera unos años más. Hago esto por mi madre y por mi hermano, para que, cuando me vaya de este mundo, no les quede el arrepentimiento de que pudieron hacer algo más y no lo hicieron. Quiero irme sabiendo que tendrán el alma en paz al haber hecho por mí cuanto estuvo en sus manos.
Pero, honestamente, no quiero hacerlo. La enfermedad de por sí es una mierda y cada día que pasa irá a peor; adicionarle los medicamentos, solo la hará insufrible. La falta de memoria comenzó hace unos meses en formas sencillas como olvidar qué comí el día anterior, dónde dejé el celular, mis apuntes o cualquier cosa a corto plazo; en poco tiempo mi memoria a largo plazo será la afectada. Los recuerdos serán eliminados de mi mente poco a poco, hasta que no recuerde ni siquiera a las personas que amo.
Eso me da miedo. No quiero imaginarme un mundo en el que no recuerde a mi madre o a mi hermano, mi otra mitad. Incluso a ti…
Definitivamente, no te quiero olvidar.
Y por si eso no fuese suficiente, mis habilidades motoras comenzarán a fallar hasta que llegará el momento en que no podré levantarme de la cama. Es decir, estaré muerto en vida, esperando que me llegue la hora.
Una mierda, ¿verdad?
Cuando el Doctor Risson, mi médico de cabecera, me recomendó escribir un diario con mis recuerdos, pensé que estaba loco. Ahora que llevo unas páginas, me doy cuenta de que es una buena idea. De esa forma, cuando ya no pueda recordarte, podré saber que existes.
Te extraño, pulgarcita, ojalá y las cosas fuesen diferentes.
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Hola, Ambarmaniáticas, capítulo pequeñito, pero es necesario conocer un poco sobre la enfermedad de nuestro Nathan.
En lo que queda de noche o, tal vez mañana si hoy no me da tiempo, subo otro.
Besos