Hasta que nos volvamos a ver (próximamente en Físico)

10. Baile de Invierno

Capítulo dedicado al otro miembro del dúo de las intensas: Alexa Cuevas. Un beso enorme

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Hola, pulgarcita…

Hoy el doctor me dio una noticia; una que, para cualquier otro paciente con mi enfermedad, sería un soplo de aire fresco, una luz dentro de tanta oscuridad; pero no para mí. No cuando sé que, sin importar lo que hagan, mi destino será la muerte.

Al parecer, desde que mi padre falleció, los estudios sobre esta enfermedad han avanzado y ahora existe un tratamiento experimental, palabra clave, que ralentiza, otra palabra clave, el deterioro neuronal. Los médicos dicen que podría prolongar mi esperanza de vida por unos cuatro o cinco años; si tengo suerte, un poco más. La tasa de éxito es baja, pero, oye, es mejor que nada, ¿no?

Al menos eso dice mi madre.

Para mí no es más que otra forma de alargar mi sufrimiento, pero, creo que ya lo dije una vez, no tengo corazón para decirle que no quiero continuar. Si accedemos al tratamiento, puede que incluso logre hacer vida fuera del hospital por un tiempo. Eso, sin duda, es un plus para intentarlo.

Mamá intenta animarme y yo hago lo posible para sonreír, sin embargo, es difícil porque hay dos palabras que siguen dando vueltas en mi mente: “experimental”, es decir, no están seguros de si va a funcionar y “ralentizar”, en otras palabras, no se trata de detener el deterioro neuronal para sanarme completamente, sino una forma de aplazar en el tiempo lo que ya sabemos que es inevitable.

Voy a perder mi memoria y mis capacidades cognitivas y motoras de la misma forma; simplemente no será ahora. Podría ser en unos meses o unos años, pero sucederá igual. Una mierda total; aun así, esas fueron las cartas que me tocaron cuando el destino barajó mi mazo y las repartió. Quejarme, lamentarme y enojarme no cambiará nada.

Comienzo el tratamiento en tres días, así que estaré sin escribirte un buen tiempo; según tengo entendido, mis ánimos caerán en picada. De igual forma, no es que tenga muchas ganas de nada justo ahora.

Bueno, dejemos de hablar de cosas tristes. Se supone que este es un lugar seguro para vaciar mis recuerdos, algo difícil, pues tengo muchos y en cada uno estás tú. Me gustaría poder escribirlos todos, pero sé que no podré, así que me voy a limitar a los más importantes.

Anoche tuve un sueño, uno muy particular que hizo que despertara con una sonrisa en el rostro. Mi madre dice que hacía mucho que no me veía sonreír, supongo que es cierto. Llevo casi seis meses encerrado en este lugar; aparte de las tonterías de Noah, no hay mucho con qué divertirse.

Regresando al asunto. ¿Recuerdas el Baile de Invierno al que asistimos por primera vez como pareja? Qué pregunta, estoy convencido de que lo recuerdas, a fin de cuentas, fue nuestro primer beso, ¿no?

Recuerdo lo nervioso que estaba luego de que te pregunté si querrías asistir conmigo. Noah me estuvo molestando porque, se supone, que no tenía que hacerte la pregunta; éramos una pareja, lo lógico es que fuéramos juntos. El punto es que faltaban como dos semanas para el dichoso baile y yo no podía dejar de pensar en que no sabía bailar. Estaba seguro de que arruinaría tus pies de tanto pisotearlos y pedirle a mi gemelo que se hiciese pasar por mí durante el baile no era una opción: en primer lugar, porque tenía que dejar de tomar el camino fácil cuando las cosas se me complicaban; en segundo lugar, quería ser yo quien te tomara de la mano, te llevara a la pista y bailara junto a ti; en tercer lugar, nos habrías descubierto antes de que la música comenzara y, por último, pero no menos importante, Noah era tan patoso como yo.

Así que se me ocurrió la idea de ir a la academia de baile de la señorita Reinof, cerca de la tienda de comestibles. Sin embargo, me daba pena ir solo, así que Noah se ofreció a ir conmigo.

Hay que admitirlo. Mi gemelo podía ser odioso cuando le daba la gana; era taciturno, introvertido e idiota, pero era el mejor de todos y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por mí. Aunque, honestamente, creo que en sus planes no estaba que la profesora nos hiciera bailar juntos. Juro que Noah me maldijo en varios idiomas y me advirtió de que se las iba a pagar.

Me río intentando imaginar esa escena en la que los dos gemelos bailaban juntos. Me pregunto qué clase de música exactamente.

—¿De qué te ríes? —pregunta Noah, sacándome de mis pensamientos.

—¿En serio fueron a la academia de baile de la señorita Reinof antes del Baile de Invierno?

El chico a mi lado resopla con fastidio, pero termina sonriendo con dulzura y, por la forma en que su mirada se pierde en el horizonte, apostaría que está evocando ese día.

—Ni me lo recuerdes, fue uno de los mayores papelazos que he hecho en toda mi vida.

—Oh, esto quiero escucharlo.

Me acomodo en el banco de modo que quedo frente a él, quien coloca un brazo en el espaldar y se voltea hacia mí.

—Nathan estaba nervioso porque iba a llevarte al baile y no sabía bailar. Estaba tan traumatizado con que iba a arruinar los zapatos negros que te habías comprado para ese día, que incluso tuvo una pesadilla con ello. Creo que eso fue lo que me hizo acompañarlo a ese lugar.




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