Capítulo dedicado a Zeidhy
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Cierro el cuaderno y entierro mi rostro en mis manos mientras lloro sin consuelo. Los sollozos sacuden mi cuerpo con fuerza y la opresión en mi pecho amenaza con hacerme perder la conciencia. Duele, duele tanto.
Duele saber que ya no está, que ese chico de sonrisa preciosa y ojos alegres se ha ido de este mundo para nunca más regresar y duele aún más recordar la última vez que nos vimos. La vez en la que le grité con rabia, con enojo, lo mucho que lo odiaba, cuando, en realidad, me estaba muriendo por dentro. Esa mañana mi corazón se hizo trizas y jamás pudo reconstruirse a pesar de que lo intenté.
Sabía que algo no iba bien desde que olvidó nuestra cita, pero jamás imaginé que se debía a una enfermedad. Por ese entonces yo tenía 17 años, él 20 y ya estaba en la Universidad. Si bien nunca me dio motivos para sospechar de él, yo no me sentía segura. Estaba rodeado todo el tiempo de chicas altas, hermosas, maduras y no es que me sintiera menos que ellas, es solo que ya no nos veíamos tanto como antes y temía que se aburriera de mí. Para colmo, veía a Noah con una chica diferente cada día y eso me hacía pensar que tal vez, su hermano quería hacer lo mismo. Ese pensamiento se recrudeció el día que me dejó plantada en esa cena.
Supe que había salido con unos amigos y me dolió muchísimo que se hubiese olvidado de nuestros planes; pero entiéndanme, ¿qué me iba a imaginar yo que ese olvido no era por falta de interés hacia mí, si no debido a una enfermedad hereditaria?
Estuve unos días sin hablarle y no dejé que Noah intercediera por él. Para colmo, me frustraba ver que no se molestaba en arreglar las cosas. Sí, intentó hablar conmigo en tres ocasiones y yo lo planché en cada una de ellas; pero el Nathan del que estaba enamorada se habría colado en mi habitación y me habría convencido de escucharlo con solo un par de sonrisas tiernas, algunos pucheros y su mirada risueña. Sin embargo, el Nathan de esos días tenía la cabeza en cosas más importantes que su novia celosa. Estaba volviéndose loco ante la posibilidad de estar enfermo.
Dios, ¡qué tonta y egoísta fui! ¿Por qué no lo escuché?
Los recuerdos de esa maldita mañana vienen a mí en un torbellino que oprime mi corazón y, por primera vez, puedo ver las cosas con dolor, pero sin rabia; por primera vez, puedo no odiar al chico que tanto quise…
Estaba en el baño aseándome cuando sentí el jaleo en la casa de al lado. Me asomé por la ventana del pasillo frente a mi habitación y me extrañó ver a Noah acomodando un maletín en la minivan de su madre. Recuerdo haberme preguntado si se iban de vacaciones, algo que me asustó, pues nadie me había comentado nada. Regresé al baño, terminé de enjuagarme la boca, me vestí corriendo y sin perder tiempo en buscar zapatos o peinarme, bajé las escaleras a toda velocidad.
—¡¿Qué haces?! —grité desde mi portal.
El cuerpo de Noah se tensó al escuchar mi voz y todos sus movimientos se detuvieron mientras yo me obligaba a avanzar a través de mi jardín hacia el suyo. No tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero tenía un muy mal presentimiento.
—¿Noah? —lo llamé, pero no se volteó. Sujetó con fuerzas el borde del maletín negro frente a él, pero no se atrevió a mirarme—. Noah, ¿sucede algo?
En ese momento, Diana, también conocida como señora Smith o madre de los gemelos, llegó a nosotros, deteniéndose ipso facto al notar mi presencia.
Mi corazón se aceleró al ver su mirada de pánico; sus ojos marrones estaban inyectados en lágrimas e hinchados. Iba desaliñada a pesar de ser una de las mujeres más elegantes que había conocido jamás y por un momento tuve la sensación de que en solo unos días, había envejecido años.
—¿Qué sucede? —pregunté.
Diana abrió sus labios no sé si para contestar, pero los volvió a cerrar sin emitir sonido alguno. Miró a su hijo que le devolvió el gesto, aun de espaldas a mí, permitiéndome ver solamente su perfil. No entendía qué demonios estaba sucediendo.
—¿A dónde van?
Silencio.
—¿Van de vacaciones? —Volví a preguntar, pero algo me decía que no era así. Estábamos en pleno curso escolar, no podían ausentarse de la Universidad por mucho que esta les diera libertades—. ¿Cuándo… cuándo regresan? —Esta vez, el nudo en mi garganta me traicionó y mis palabras salieron entrecortadas.
Noah me miró y el mundo bajo mis pies se abrió.
El irreverente Noah Smith, había estado llorando.
Tragó saliva con fuerza y estaba a punto de decir algo, cuando la voz de su hermano lo interrumpió.
—Es el último.
Mi mirada lo encontró de pie en el portal, sujetando otro maletín, esta vez azul oscuro, que cayó al suelo cuando me vio.
—¿Nathan? —Fue lo único que pude decir mientras las lágrimas se acumulaban tras mis ojos.
Bajó las escaleras a paso lento y, al igual que el resto de su familia, pude notar que había llorado. Pensé en varias posibilidades, no lo sé, tal vez había fallecido algún familiar, pero los conocía lo suficiente como para saber que estaban solos en el mundo. Solo eran ellos tres.
Se detuvo a varios pasos de mí.