Capítulo dedicado a Zelth
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Dejo el cuaderno sobre mis piernas, apoyo mis brazos sobre él y hundo mi cabeza en ellos mientras lloro sin consuelo. Las lágrimas salen sin intención de detenerse, los sollozos sacuden con fuerza mi cuerpo y los recuerdos de esa maldita mañana me atormentan sin piedad.
Lo odié tanto ese día… Lo maldije miles de veces por jugar conmigo, por robarme el corazón para luego devolverlo hecho pedazos. Me obligué a creer que el Nathan que yo pensaba conocer en realidad no existía; intenté olvidarlo con todas mis fuerzas, repitiéndome una y otra vez que él no me quería, que nunca signifiqué para él ni la mitad de lo que él fue para mí.
Y resulta… resulta que se fue para evitarme un mayor sufrimiento. Se apartó de mi lado por mi bien, para que pudiera ser feliz, mientras su mundo se desmoronaba con el adiós.
Fui tan tonta…
Él no se merecía ni una mísera parte de mi enojo y yo se lo di todo.
Unos brazos fuertes pero llenos de calidez se envuelven a mi alrededor. Noah me atrae a su cuerpo y yo me dejo, aferrándome a él como si de esa forma pudiese alejar el dolor.
—Lo siento —susurro—. Lo siento mucho, Noah. —Sorbo mi nariz sin apartarme de él—. No lo sabía y lo maldije; le dije cosas horribles. ¡Le dije que lo odiaba! —grito y su agarre en mí se refuerza cuando intento apartarme para mirarlo. Luego, sin fuerzas, susurro—: Le dije que lo odiaba. Fueron las últimas palabras que escuchó de mí. Murió pensando que yo lo odiaba y eso me desgarra el alma.
—Shh, tranquila, pastelito —susurra, acariciando la cima de mi cabeza—. Nathan sabía que no era cierto. Todos lo sabíamos. Él lo era todo para ti. Ese día, el dolor, el enojo y la confusión hablaron por ti.
—Pero…
—No te martirices con eso. Nathan se fue de este mundo sabiendo que lo amaste con locura, que fue tu primer y único amor.
—Me arrepiento tanto. Debí suponer que algo estaba mal. —Intento apartarme de él para poder mirarlo a los ojos y esta vez me lo permite.
Su mirada turbulenta, llena de dolor y tristeza, nublada por las lágrimas que se niega a dejar salir, se encuentra con la mía y mi corazón sangra por él también. Todo esto es tan injusto.
—No tenías cómo saberlo, April —susurra mientras limpia con delicadeza la humedad de mis mejillas.
Sé que tiene razón, pero me enorgullecía con el hecho de que los conocía mejor que nadie; debí suponer que había algo detrás de su partida, pero tampoco tenía cómo averiguarlo. Se fueron de la ciudad, cambiaron sus números de teléfono… Desaparecieron de mi vida sin más, dejándome en un camino oscuro, tenebroso y sin saber hacia dónde dirigirme a partir de ahí.
Paso mis manos por mis sienes como si de esa forma pudiese aliviar el incesante dolor de cabeza que se ha adueñado de mí desde que Noah regresó a mi vida y, con el corazón apretado en un puño, regreso a la lectura.
Hola, pulgarcita.
Tengo buenas noticias. ¡He salido del hospital! Joder, casi un año entero encerrado en ese lugar y juro que ya pensaba que nunca podría salir; pero lo he hecho y debo decir que estoy feliz. Feliz y aliviado al saber que podré vivir un poco más antes de tener que partir de una vez de este mundo.
No regresaremos a Andarsa, aunque, a estas alturas, supongo que ya lo imaginabas. Luego de pensarlo, analizarlo y conversarlo con mamá, hemos decidido hacer el viaje del que mi hermano y yo hablamos hace algún tiempo. Tal vez no sea del todo justo con ella, pero acordamos que nos visitaría cuando nos asentáramos un tiempo en una ciudad y se quedaría una temporada con nosotros. Eso me tiene aliviado.
Nuestro primer destino será Malinche. Siempre he querido visitar las Cataratas del Diablo…
Sonrío.
Entonces lo consiguió.
Ir a las Cataratas del Diablo siempre fue uno de sus sueños. Tenía la esperanza subirse al teleférico para atravesar el río, aun cuando es la clase de persona que le tiene pavor a las alturas. Sin embargo, en todos sus sueños, siempre estuve yo, tomando su mano para evitar desmayarse del susto.
—¿Fueron a las Cataratas del Diablo? —pregunto, con una sonrisa en el rostro.
Una risa baja sacude el cuerpo de mi acompañante.
—Espero que se haya subido al teleférico.
Noah me mira con diversión y juro que daría lo que no tengo para estar en su mente justo ahora y poder ver sus recuerdos.
—¿Tuviste que obligarlo? —pregunto con emoción porque es algo que no dudo ni por un segundo.
—¿Obligarlo yo? —Se muerde el labio inferior y me analiza por varios segundos—. Nah, fue mucho más sencillo de lo que creí. En realidad, fue él quien me obligó a mí.
Frunzo el ceño sin entender y él se ríe por lo bajo. Se acomoda en el banco, extiende los pies hacia el frente, los cruza, al igual que sus brazos sobre su vientre y pierde la mirada en el jardín que intento cuidar sin mucho resultado.