Hasta que nos volvamos a ver (próximamente en Físico)

Epílogo

Cierro el último cuaderno y me abandono totalmente al llanto y al dolor. Los sollozos sacuden mi cuerpo con fuerza, mi corazón sangra y mi mente es un torbellino de pensamientos inconexos mientras me pregunto si alguna vez seré capaz de volver a sonreír.

Dios, no puedo creer que haya muerto, que se haya ido de mi vida y de este mundo para siempre, que ya no seré capaz de ver su sonrisa, sus ojos cálidos, su dulzura. Nathan era la clase de persona que te alegraba la vida con solo existir; alejaba la tristeza con tanta facilidad que uno buscaba estar cerca de él solo para sentirse pleno. Era un rayo de luz en la oscuridad y me duele y me enoja a partes iguales saber el destino que le tocó, uno que no merecía en absoluto. Tanta gente mala caminado por las calles, contaminando el planeta con su egoísmo, sus putrefactos corazones y siguen vivos haciendo el mal, cuando Nathan ya no está.

Él no lo merecía. No lo merecía.

—Nathan, ¡no corras! —Escucho la voz de mi madre gritar y levanto la cabeza con rapidez.

¿Qué hora es?

Por la acera del vecindario, un niño de pelo negro, vestido con una bermuda de mezclilla y un pulóver rojo, con una mochila negra colgando de su espalda, corre irradiando felicidad, sin hacerle el menor caso a la mujer tras él.

Rodea la valla que cerca la casa y se adentra al jardín directo a nosotros. Mi corazón late con fuerza al verlo y solo quiero abrazarlo para aliviar el dolor que me atormenta.

Se detiene a unos pasos de nosotros y su sonrisa se evapora al verme. Entrecierra los ojos mientras me analiza con detenimiento y luego se voltea hacia el hombre a mi lado.

Trago saliva con fuerza y me enfrento a Noah que observa al pequeño con los ojos abiertos de par en par.

—¿Quién eres tú y por qué has hecho llorar a mi madre?

Una lágrima silenciosa recorre la mejilla del que fue mi mejor amigo, mientras me imagino los engranajes de su cerebro funcionando a todo dar para entender lo que sucede.

Miro a mi hijo y me doy cuenta del momento en punto en que lo reconoce. Ha visto muchas fotos de los gemelos a lo largo de los años. Me mira.

—¿Mi papá o mi tío? —pregunta y, antes de que pueda contestar, levanta su mano y vuelve a centrar sus lindos ojos en él.

Lo mira de pies a cabezas, mientras el hombre frente a él sigue sin poder reaccionar.

—Eres mi tío —anuncia mi chico con convicción mientras le regala una sonrisa.

Noah me mira.

—Cariño, él es Noah. Noah, él es Nathan Daniel... Mi hijo.

Noah cubre su rostro con sus manos y apoya los codos sobre sus muslos para abandonarse al llanto. El mío aumenta y antes de que pueda hacer algo, Nath se acerca a él y lo abraza. Justo ahora, se parece tanto a su padre, que mi corazón duele aún más.

 

Fin de la primera parte…




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