Hasta que se acabe el invierno

La fiesta

𝐒𝐚𝐦
 

-Llevas cinco cambios de ropa y, ¿aun no te decides?

-Ninguna prenda es perfecta -me vuelvo a poner la misma camiseta de hace un minuto.

-¿Y la que compraste ayer?

-Ayer me gustaba, hoy no.

Camila niega con la cabeza, sonriendo con la boca llena de chocolate.

Está sobre mi cama, ayudándome a escoger la ropa que llevaré a la fiesta. Fiesta a la cual voy treinta minutos tarde por salir tarde de la facultad por un proyecto que estábamos haciendo en grupo y al parecer nadie andaba con ideas coherentes el día de hoy.

Mi teléfono vuelve a sonar con otro mensaje de Riley reclamando mi tardanza.

-Esa falda me gusta mucho y ese vestido... momento, ¡¿ese vestido no es mío?!

-Y esos chocolates que te estás comiendo son míos, estamos en paz -digo retocándome el rubor en el espejo.

-Pensé que no querías los chocolates, como te los regaló Arthur -se defiende.

-A quien no quiero es a Arthur, los chocolates son bienvenidos -me repaso el labial-. Además, con tu condición de los próximos meses le sacaré más provecho yo al vestido que tú.

Camila se apoya con los codos en la cama con dificultad, como si estuviera a segundos de dar a luz.

-La "condición" tiene nombre, y se llama "tu sobrino".

Me mira con los ojos cerrados, fingiendo indignación.

-O sobrina... -una pequeña sonrisa se muestra en mi rostro.

La idea de una pequeña Sam corriendo por los pasillos me llena el corazón de alegría, pero la idea de un pequeño caballerito pegando pegatinas por la habitación y haciendo bromas por ahí hace que la idea de ser tía no suene nada mal. Es como si fuera lo que le hiciera falta a la familia.

Después de dos hijas estoy segura que papá adoraría tener a un niño que corromper.

-Sea lo que sea, tienes que caer en la idea de que vas a ser tía, y ser tía involucra cuidarlo, amarlo y para nada llevarlo a fiestas o planes que involucren invadir su seguridad.

Me doy la vuelta y ahora soy yo quien finge indignación.

-Esa condición no va a saber lo que es tener una vida aburrida y todo gracias a mí.

-Que no se llama condi...

-Le diremos condición -la interrumpo-, hasta que sepamos con qué maravilla nos deleitará la naturaleza, o en este caso, la ruleta de tu novio.

-¡Samantha!

-Ahora, si me permites -abro la puerta de mi habitación-. Debo vestirme, y tu presencia me lo está impidiendo.

Camila sigue en su misma posición, mirándome con una ceja enarcada.

-Adiós -le indico con la mano a que salga.

Suspira y exagera a la hora de levantarse, caminando hacia la puerta con una mano en la espalda y otra en su barriga, con mis chocolates aun en la mano.

Pasa por mi lado y susurra con una sonrisa malvada en la boca:

-Como si no te hubiera limpiado todo eso de pequeña.

Le cierro la puerta casi en la cara, alejándola de mi punto de vista.

-¡Y esos chocolates son míos!

Su risa se escucha desde las escaleras.

Termino decidiéndome por llevar el vestido que le pertenecía a Camila en sus épocas cuando tenía buen gusto por la moda.

Me miro al espejo viendo mi atuendo final. Un vestido corto de tirantes de color negro con brillos, ajustado al cuerpo. Unos zapatos de tacón alto del mismo color, un maquillaje bastante elaborado con sombras negras y grises brillantes y el cabello suelto y lacio hasta la cintura.

Tomo mis cosas y bajo las escaleras hacia el salón donde está papá viendo la televisión con Molly en su regazo y Cam acostada en el otro sillón con un montón de paquetes de comida alrededor.

-¿Ya te vas? -pregunta papá.

-Sí, el taxi está afuera esperando.

-Cuídate mucho. Si necesitas algo, me llamas.

-Sí señor -respondo y le doy un beso en la mejilla.

Miro a Camila mientras salgo del salón y con una mirada nos comunicamos sacándonos la lengua sin que papá nos vea.

-¡Cuando llegues revisaré ese vestido capa por capa, y si le encuentro un solo rasguño, Sam te juro que...!

Cierro la puerta, dejándola peleando sola.

Entro al taxi y le indico la dirección de la casa de Rye. Al cabo de unos minutos estamos frente a su puerta.

-Al fin, me iba a congelar en este frío con tanta espera -dice en lo que sube a mi lado.

-A mí también me alegra verte -respondo irónicamente.

Le doy la ubicación al chofer del lugar de la fiesta y este empieza a avanzar.

-¿Por qué tardaste tanto? Quedamos que a las siete pasabas, ¿recuerdas?

-Salí tarde de la facultad y solo fueron como treinta minutos, Riley.

-Pues por eso, esos treinta minutos casi me cobran la vida allá afuera.

-Pudiste volver a entrar a la casa.

-¿Y soportarme a mis hermanos de nuevo? No, gracias.

Se me escapa una sonrisa mientras la miro.

Después de unos veinte minutos estamos afuera del edificio donde se llevará a cabo la fiesta. Riley y yo bajamos del taxi y empezamos a caminar hacia el interior. Le enseñamos nuestras entradas al portero y este nos deja pasar con una sonrisa.

Entramos al ascensor y subimos hasta la azotea. Las puertas se abren y el ruido de la fuerte música nos golpea.

El lugar está lleno de personas. A mi derecha está una barra y el pasillo a los baños y habitaciones. A la izquierda hay algunos sillones con parejas bastante subidas de tono, más al fondo a la izquierda hay una pista de baile con algunas chicas en bikinis bailando. Varios chicos del equipo se la están pasando en grande mientras bailan con algunas de ellas y lanzan cerveza por todos lados.

Continúo mirando la sala y al frente de mí, al fondo, hay un enorme balcón con una preciosa vista a la ciudad de Londres, donde en él hay varias parejas hablando tranquilamente.

Riley y yo nos adentramos más apreciando el lugar.

Detallo las hermosas decoraciones que inundan el local con los colores anaranjado y negro, que son los mismo que portan los uniformes de equipo de hockey. Hay montones de globos esparcidos por todos lados y luces de todos los colores que no dejan de girar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.