Hasta que se acabe el invierno

¿Acompañante?

𝐒𝐚𝐦
 

-¡Taylor! ¡O apagas el maldito despertador o te juro que te asfixio con la almohada!

Abro los ojos de golpe, sentándome de un tirón.

El corazón me late rápido, tengo la garganta seca y un dolor de cabeza intolerable.

Adiós fiesta, hola resaca.

Me froto los ojos aclarando la vista.

¿Dónde carajos estoy?

Miro a todas partes identificando el lugar. Medallas y trofeos. Planos y maquetas. Patines y trajes. Estoy en mi habitación y, aparentemente no sola, ya que Riley acaba de pegar un grito que pudo despertar hasta el vecino.

El despertador de la mesa de noche no para de sonar, haciendo que Riley, que estaba durmiendo a mí lado, se levante e intente caminar hacia la puerta, pero se queda de pie en media habitación, con el pelo revuelto, la marca de la almohada en la cara y una fina línea de baba en la boca, preguntándose mentalmente también, dónde carajos está.

Da una vuelta completa a la habitación con una ceja enarcada, deteniéndose en mi dirección.

-¿Qué carajos hago en tu habitación?

-Lo mismo me pregunto.

Dirige la vista hacia la mesa al lado de mi cama, fulminando el despertador con la mirada.

-Apaga esa cosa ya o... agua -susurra eso último.

-¿Agua? -pregunto, confusa.

-Agua -señala la mesa con ojos brillosos.

Giro la cabeza hacia la mesa y en ella se encuentran dos botellas de agua, con unas píldoras blancas a la par.

Inconscientemente trago saliva. Es como estar viendo el cielo en dos botellas.

Riley toma una de ellas y la termina sin respirar.

-Sabe a gloria.

Hago lo mismo, agradeciendo mentalmente a quien haya hecho esto mientras el agua entra en mi sistema.

Nos quedamos un momento así, quietas, pensando.

¿Cómo llegamos a mi casa? O a mi habitación exactamente, porque no recuerdo haber subido las escaleras, o haberme acostado con la cobija encima, mucho menos quitarme los zapatos y ordenarlos de manera tan perfecta en la esquina de la habitación, y Riley venía peor que yo como para haberme ayudado.

Y mentira que papá nos iba a subir amablemente hasta mi habitación. Nos hubiera despertado de un tirón con un balde de agua fría a ambas en la puerta de la casa, pero no veníamos solas...

Connor y el ahora chico con identidad, Alex, venían con nosotras, pero lo último que recuerdo fue estar en su auto y verlo mientras entraba en un profundo sueño...

Riley se tira sobre la cama, con cara de arrepentirse hasta de lo que haya hecho desde primaria y exhausta como si hubiera caminado por días. Pero yo, por el contrario, la intriga es suficiente motivo para esconder la resaca y levantarme de la cama decidida a ir por respuestas a la casa de Connor, que para mi suerte está unas casas más arriba de la mía.

Me quito las sábanas de encima y me levanto caminando hacia la ventana, corriendo las cortinas de golpe y dejando que el bello sol del mediodía ilumine la habitación.

-Arriba.

-Cierra esa cosa Sam, se me van a freír los ojos con tanta luz.

Busco en mi armario algo rápido para vestirnos.

-A la ducha, rápido.

Le lanzo una prenda en la cara.

-¿A dónde...?

-Que te duches, Riley, que apestas a ya sabes qué y no creo que quieras que papá te vea así y se lo reporte a tus hermanos, ¿cierto?

-Espero que tengas bastante acondicionador -se levanta rápido al baño.

Tomo mis cosas y me doy una ducha rápida en el baño de invitados, planteando cada pregunta que le haré al jugador.

Lo sentaré en una silla y lo haré soltar cada acontecimiento que pasó desde que salimos de la fiesta. No, más antes, desde el partido, porque él debe saber de algo que Alex le haya dicho de mí si se sorprendió cuando nos vio juntos en el balcón.

Ambas terminamos de alistarnos y salimos de mi habitación, rumbo a las escaleras.

-¿Ahora si me puedes decir a dónde vamos?

-A casa de Connor.

-¡¿Casa de Connor?!

Bajo las escaleras a toda prisa, con Riley pisándome los talones.

-De seguro que no está en casa, Sam. Posiblemente esté en entrenamiento... -escucho decir a Riley, entre balbuceos nerviosos.

-¿Un domingo?

Llego hasta la puerta principal y tomo el pomo.

-Bueno, tal vez...

-¿A dónde van ustedes dos? -suena de manera acusatoria, por el pasillo.

Me detengo antes de girar el pomo. La voz de papá no suena para nada feliz.

Misión obligar a Connor a hablar: fallida.

Riley y yo giramos con precaución en el pasillo, viendo desde nuestro punto a papá y Camila en la cocina. El primero nos mira con una ceja enarcada, claramente molesto, y la segunda esconde una sonrisa llevándose la taza de café a los labios.

Nos mantenemos en una postura bastante sospechosa, pensando en una respuesta a la señal de la luz.

-Nosotras... -empieza Riley.

-íbamos...

-A...

-Dar un paseo -termino por ella.

Se miran entre ellos, planteándose si es verdad.

-¿Dar un paseo? ¿A las plenas doce del día? -Camila indaga, echándole más carbón a la hoguera.

Entrecierro los ojos en su dirección, advirtiéndole.

-¿Van a salir en pleno medio día la que odia la vida social y el exterior y la que parece que hubiera visto un fantasma de lo rápido que bajó esas escaleras? -hace caso omiso a mi advertencia.

Empezamos un duelo de miradas. La mía de molestia y traición y la de ella como si estuviera teniendo el mejor momento de su vida.

Me las vengaré después.

-Antes de que crucen el umbral de esa puerta, necesito ciertas explicaciones -reclama papá.

Riley y yo nos miramos, sin saber de qué explicaciones nos habla.

-¿Explicaciones? -la voz de ella sale aguda.

-Como por qué la barandilla está rota -miro la barandilla de reojo, que parece que le quitaron media parte-. O por qué el alimento de la gata desapareció de manera irrelevante -el empaque del alimento de Molly está vacío sobre la isla-. Y por qué Molly parece haber salido de la tercera guerra mundial.




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