Mía
Era un día como otro más en la cafetería del instituto, con el bullicio constante de las risas, conversaciones y charlas sobre las clases que nunca parecían terminar, al menos para mí.
Desde que tenía uso de razón nunca me habían hecho la vida fácil, siempre había sido la rarita o la fea... pero eso cambio en parte cuando empecé a salir con Marc Anderson, el capitán del equipo de baloncesto del instituto. Marc era alto, musculoso por la cantidad de ejercicio que realizaba, tenía unos ojos del color del chocolate preciosos, que a veces daban incluso ganas de comértelos, y su sonrisa perfecta... era el chico que todas querían y no sabía por que hace cinco meses me había pedido salir. Becca me dijo que aceptara, que me lo merecía, que no perdía nada.
Y si tenemos que ser honestos, las burlas constantes disminuyeron un poco cuando empezamos nuestra relación, aunque seguían ahí.
Pero hoy, que todo seguía su curso, yo sentada junto a Marc, sabía que pasaba algo, me había vuelto experta en observar a la gente y sabía perfectamente cuando había algo que no encajaba, cuando alguien me mentía o cuando iban a dar una mala noticia. Lo mire de reojo, con la esperanza de que me dedicara una de esas sonrisas que solía darme, pero el estaba absorte en su bandeja, removiendo la comida sin prestarle atención a nada. Una sensación incomoda se me instalo en el cuerpo.
-¿Todo bien? -pregunté, tratando de mantener mi tono casual, aunque ya sentía el nudo en el estomago apretarse, nada iba bien, lo sabía, aunque no sabía el por que.
Marc no me miró de inmediato. Bajo los hombros, como si de pronto todo su peso lo estuviera hundiendo en esa silla. El ruido de la cafetería seguía alrededor, pero para mi, todo empezó a desvanecerse, sentía unos pitidos en mis oídos que no me dejaban pensar, quedando solo él, su mirada perdida, y mi ansiedad que estaba empezando a crecer.
Sufría ataques de ansiedad, pero había aprendido a controlarlos, así que rara vez llegaban a darse cuenta de lo que me estaba pasando.
-Tenemos que hablar -soltó al fin, su voz distante, como si le costara decirlo.
Esa maldita frase "tenemos que hablar". Nunca trae nada bueno, al menos para mí. El corazón me dio un vuelco, pero me obligué a mantener la calma, al menos por fuera, mientras intentaba controlar mi respiración. Alrededor de nosotros, los amigos de Marc seguían hablando como si nada, sin notar el ambiente cargado entre nosotros.
-¿Qué pasa? -pregunté, intentando que mi voz sonara firme.
Marc finalmente levantó la vista, pero no fue el tipo de mirada que esperaba. No había preocupación ni culpa, algo que me desconcertó, sabia leer muy bien a las personas. Solo pude percatar una especie de cansancio, como si todo lo que venía arrastrándose finalmente fuera a explotar. No sé por qué, pero en ese momento sentí como mi mundo se empezaba a romper más de lo que ya estaba.
-Mía...-dudó, y me di cuenta de que lo que venía no iba a gustarme ni un pelo-. He estado viéndome con otra chica. Y no solo eso...estamos juntos.
Las palabras fueron como un puñetazo en el estómago. No podía procesarlas. ¿él? ¿Marc, el chico que había estado durante meses dedicándome sonrisas, abrazos, besos que creía cargados de amor...? ¿él? ¿a quién le había confiado muchas primeras veces? ¿Por qué?
Me quede en blanco, mirando su rostro, aguantándome cada lagrima que quería escapar de mis ojos, aun estaba tratando de entender si era una broma o si había escuchado mal. Pero no. Lo dijo con una frialdad que me destrozo, que me hizo sentir más pequeña de lo que ya era.
-¿Qué? -conseguí preguntar después de unos minutos, apenas pudiendo hablar.
El suspiro, como si hubiera esperado mi reacción, pero tampoco le iba a dar la satisfacción de verme llorar. No. Pero ni si quiera parecía arrepentido. No como esperaba que lo estuviera.
-No fue planeado, ya la veía antes de empezar contigo...verás -continuo, pero luego añadió algo que termino por romperme más de lo que pudiese creer posible-. Lo nuestro...realmente solo fue por una apuesta. Los chicos me dijeron que no seria capaz de durar contigo más de tres meses. Y bueno, aquí estamos. Me caes muy bien Mía, pero alguien como yo... no puede estar con alguien como tú. No te lo tomes a mal.
Sentí que el mundo se desmoronaba bajo mis pies. Una apuesta. Una puñetera apuesta. Todo había sido una estúpida apuesta. Mi relación con él, lo que sentía por él, todo reducido a una ¿broma? Las lagrimas empezaron a arder en mis ojos cada vez con más fuerzas, pero me negué a dejarlas caer delante de él, y de sus amigos de los cuales podía escuchar las risas de fondo. No iba a darle el placer de verme rota, aunque ya lo estaba por dentro.
"¿Por qué la vida me odiaba tanto?"
-Entonces... -mi voz temblaba-, ¿todo esto? ¿nosotros? ¿era solo un juego para ti? ¿no hubo nada que significara lo más mínimo para ti?
Marc no dijo nada. No necesitaba hacerlo. La respuesta ya estaba ahí, flotando en el aire, densa y cruel. Como todos habían sido conmigo desde que tenía uso de razón. Marc no era distinto.
Me levanté bruscamente, la silla haciendo un ruido ensordecedor al arrastrarse por el suelo. Sentí las miradas de algunos de los presentes de nuestro alrededor, seguro que todos lo sabían....joder.
"No me importa, pensé una y otra vez."
Tenía que salir de allí antes de que me desmoronara por completo.
-Mía...-intentó decir, pero lo interrumpí, levantando mi mano a la altura de su cara. Le mande una cachetada, más que merecida.
-No me hables -dije, mi voz rota-. No me vuelvas a dirigir la puta palabra en tu vida. ¿Me escuchaste?
Sali de la cafetería sin mirar atrás, con el pecho apretado y las lagrimas luchando por salir. Me dirigí al baño, buscando un lugar donde estar sola, donde pudiera romperme sin testigos. Pero cuando entré, el universo decidió que no había sido suficiente.