NARRA KIRAN
Había pasado una semana desde aquel incidente en el bosque, y aún podía sentir los latidos de su corazón. No los míos, por supuesto. Los de ella.
La joven que mostró más valentía de la que he visto en muchos guerreros. La misma que me miró sin temor y, incluso al borde del abismo, obedeció cuando le pedí que cerrara los ojos. A veces me preguntaba si lo hizo por confianza... o por resignación.
Yo había regresado al anonimato que conocía tan bien. Oculto entre la multitud, disfrazado con la ropa sencilla de un viajero, observaba la ciudad desde la distancia. Caminaba por los senderos de piedra, escuchaba los pregones en el mercado, y a veces, aunque no debía, me acercaba a los muros del jardín del clan Xiao. Pensé que con desaparecer sería suficiente. Salvar una vida, dejarla seguir su camino... y volver al mío. Eso era lo que siempre hacía. Pero esta vez no fue así.
Xiao Mei habló. Le contó todo a su padre: sobre los hombres que intentaron llevársela, sobre cómo forcejeó, y sobre el extraño que apareció de repente para salvarla. Un hombre con ojos azules, piel clara y cabello oscuro. Un forastero. No mencionó violencia. No lo adornó. Solo dijo la verdad. Y pidió encontrarme. No para enjuiciarme. Para agradecerme.
Yo escuchaba desde la distancia. Una parte de mí pensó en huir. Cambiar de rostro, de nombre. Desaparecer. Pero otra parte... la que aún recordaba lo que era ser humano... me empujó de regreso.
Una semana después, crucé el umbral del patio interior del clan Xiao, guiado por un soldado que me miraba con curiosidad. Mi túnica era simple, negra y sin adornos, la capa negra que siempre llevaba sobre mis hombros, no llevaba ninguna arma visible, solo un bordón de viajero, ya desgastado por los caminos.
El patriarca del clan me recibió en la terraza de su hogar. Era un hombre de aspecto severo, con el cabello encanecido, pero mantenía una postura firme, como si alguna vez hubiera sido temido en batalla. Sus ojos, oscuros y astutos, se fijaron en mí en cuanto di el primer paso en la sala. Me recibió con recelo, y lo entendía. Yo también me miraría con desconfianza si me viera desde afuera.
—¿Fuiste tú quien salvó a mi hija en el bosque? —me preguntó, directo y sin rodeos.
—No lo sé, señor. Solo ayudé a una joven que lo necesitaba. Si ella era su hija... entonces sí.
—¿Tu nombre?
Tomé un segundo para pensar. Lo suficiente para enterrar a Kiran una vez más. Mi voz salió serena.
—Li Bao.
Hubo un silencio. El nombre me pareció adecuado. Lo había escuchado días atrás en boca de un niño que jugaba con juncos junto al río.
—¿De dónde eres?
—De ningún sitio al que valga la pena regresar —respondí—. He vagado durante muchos años. El norte, el oeste... los nombres de las tierras se mezclan cuando uno camina tanto.
—¿Familia?
—Extinta. Desde hace demasiado tiempo. Un grupo de bandidos atacó el pueblo de dónde vengo. Ya no me queda nada que valga la pena en este mundo.
Él me observó con atención, como si intentara leer las grietas de una piedra antigua.
—Mi hija habla bien de ti. Insistió tanto en encontrarte que no tuve más opción que abrir una búsqueda.
Me quedé en silencio, sin saber qué decir ante eso.
—Dices que no tienes oficio ni linaje, pero tienes la presencia de un hombre que ha luchado. No puedes ocultar tu postura, y eso solo me hace desconfiar aún más.
—La desconfianza es una forma de sabiduría —respondí con calma—. Yo también la practico.
Una risa seca se le escapó, sin rastro de alegría.
—Tengo una propuesta. O tal vez sea una orden. Dependerá de ti.
Lo miré, intrigado.
—Desde aquel día, no he encontrado paz. Mi hija... estuvo en peligro. Quiero evitar que eso vuelva a suceder. Sé que puedes defenderte. Sé que puedes matar.
Se acercó un paso más.
—Quiero que seas el escolta personal de Xiao Mei.
Negué con la cabeza casi de inmediato.
—No puedo aceptar. No estoy hecho para quedarme en un solo lugar. Y mucho menos en uno que merece tranquilidad.
—¿Por qué no?
—Porque no soy quien aparento ser. Porque donde voy, la muerte me sigue.
—Hablas como un mercenario —dijo, cruzando los brazos.
—No lo soy. Pero sí soy alguien que ha visto morir demasiados rostros.
Me di la vuelta, listo para irme. No quería quedarme allí más tiempo del necesario. Entonces, escuché su voz. No la suya. La de ella. La claridad de su voz era como el agua fluyendo sobre las piedras. Era dulce, pero también firme.
Me di la vuelta. Allí estaba Xiao Mei, de pie, luciendo un vestido de lino celeste, con el cabello recogido en un moño bajo y una flor blanca sujetando un mechón. No pensé que la vería de nuevo tan pronto.
—Gracias —dijo, sin dudar—. Por lo que hiciste. Sé que no esperabas que te encontraran, pero... necesitaba verte.
No supe qué responder.
—No solo fue un acto valiente —continuó—. Fue humano. Y hoy, en este lugar, eso tiene un gran valor.
Asentí en silencio.
—Sé que mi padre quiere que seas mi escolta —prosiguió—. No estoy segura de que sea una buena idea, pero...
Hizo una pausa, bajando la mirada. Luego, me miró con más determinación.
—Te lo pido yo. A mí realmente me gustaría que te quedaras. No por obligación... sino porque confío en ti.
Su sinceridad me sorprendió. En un entorno lleno de reglas, esa honestidad era inusual... y hermosa.
—¿Y si no soy digno de esa confianza? —pregunté.
—Entonces, con el tiempo, lo sabré —respondió sin titubear.
Guardé silencio un momento. No debía aceptar. Pero rechazarla era imposible.
—Está bien —dije al fin—. Me quedaré.
—¿Bajo qué condición? —preguntó con una leve sonrisa.
—No busco títulos ni reconocimiento, no tengo ambiciones. Tampoco puedo quedarme para siempre en este pueblo. Solo pido una cosa —dije, mirándola fijamente—. Cuando llegue el día en que deba partir, no intenten retenerme.
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Editado: 29.05.2025