Hasta una próxima vida

4. Más cerca de lo que imaginas

NARRA XIAO MEI

Desde que Li llegó, algo comenzó a transformarse en mi vida. Al principio, no sabía cómo describirlo. Era solo una sensación tenue, como el aroma de una flor desconocida flotando en el aire. Pero con el paso de los días, se volvió imposible de ignorar.

Las mañanas se sentían más ligeras. Reía sin razón aparente. Hasta las criadas se dieron cuenta. Lin, mi doncella de toda la vida, fue la primera en mencionarlo:

—Desde que él llegó, pareces otra —me dijo Lin mientras trenzaba mi cabello—. Hasta los cerezos florecen más rápido.

—No digas tonterías —le respondí con una sonrisa forzada, aunque por dentro... no sabía cómo contradecirla porque era verdad.

Desde su llegada, yo... reía más. Dormía mejor. Me sorprendía a mí misma esperando encontrarlo en los pasillos, buscando su mirada sin querer admitirlo. Incluso en los momentos de silencio, su sola presencia traía una paz especial. Y, sin embargo, era una paz extraña... porque también traía una inquietud. Una que no comprendía del todo, pero que me encantaba.

Li también había cambiado. Era más amable, más atento, aunque no parecía darse cuenta. Había algo en su forma de mirarme cuando creía que no lo notaba, algo que me intrigaba y que deseaba descubrir al mismo tiempo.

Los árboles eran como viejos guardianes de mi infancia, y me encantaba perderme entre sus raíces. Pero esta vez, estábamos solos. No había criadas. No había guardias. Solo él y yo. Y el viento.

—¿No extrañas tu tierra? —le pregunté mientras caminábamos sobre las hojas secas.

Li tardó unos segundos en contestar. Su voz sonó más suave de lo habitual.

—No puedo extrañar algo que no tengo.

Me detuve a mirarlo. Él también se detuvo.

—¿Qué quieres decir?

—Mi tierra se perdió hace mucho tiempo. Y con ella... todo lo que algún día fui.

Quise indagar más, pero la expresión en su rostro me detuvo. Había una sombra en sus ojos, una herida invisible, pero palpable.

—Tal vez —dije con suavidad—, a veces no se trata de recuperar la tierra... sino de encontrar un nuevo lugar donde echar raíces.

—¿Y tú crees que este podría ser ese lugar?

—No lo sé. Pero estás aquí, ¿no? Algo te trajo.

Li no respondió, pero sus ojos se mantuvieron fijos en los míos más tiempo de lo habitual. Luego, bajó la mirada y continuamos caminando.

Avanzamos por un sendero de piedra húmeda. El musgo se aferraba a las grietas, y yo intenté esquivarlo, pero fue inútil. Resbalé.

Antes de caer, su brazo me envolvió con firmeza y me atrajo hacia su pecho. El mundo se detuvo. Mi respiración se entrelazó con la suya. Su calor, su cercanía... me desarmaron.

—¿Estás bien? —preguntó, casi en un susurro.

—Sí... solo fue un tropiezo.

No nos movimos. Su mano permanecía en mi cintura, su cuerpo pegado al mío. Pude sentir el latido de su corazón.

—Debería soltarte —murmuró.

—Sí... —respondí, pero no hice nada.

El momento se sintió largo y breve al mismo tiempo. Un instante eterno que se rompió solo cuando uno de los pájaros alzó vuelo.

Nos separamos rápidamente, como si el aire hubiera cambiado de temperatura.

—Lo siento —dijimos al unísono. Y ambos reímos, nerviosos.

El camino de regreso fue más lento. En parte, por el silencio tenso que se había instalado entre nosotros, pero también porque mi tobillo comenzaba a doler. Cada paso era como una punzada.

Finalmente, tropecé y caí sentada entre las raíces de un viejo árbol.

—Ya no puedo... —admití, sintiéndome avergonzada—. Me torcí el tobillo antes.

Li se arrodilló a mi lado. Examinó mi pie con cuidado, sin tocarlo aún.

—No está roto —dijo—. Pero no deberías forzarlo.

—Puedo caminar...

—No.

Se puso de pie y me dio la espalda.

—Sube —ordenó, con voz firme.

—¿Perdón?

—Voy a llevarte de regreso. No hay discusión.

Dudé, pero su tono no dejaba lugar a protestas. Me subí a su espalda, sintiendo el calor de su cuerpo y la fuerza de sus brazos.

Durante el trayecto, ninguno de los dos dijo una palabra. Pero esa caminata decía más que mil conversaciones. Sus pasos eran constantes. Su aliento, firme. Y yo, por primera vez en mucho tiempo... me sentí cuidada.

Al llegar, ordenó todo con precisión:

—Traigan al médico. Avisen al señor Xiao. Preparen agua caliente y vendajes limpios.

Me llevó hasta mi habitación. Me recostó con cuidado y, justo antes de irse, nuestras miradas se cruzaron una vez más.

Hubiera querido decirle algo. Gracias, tal vez. O algo más profundo, más peligroso. Pero me quedé en silencio.

Minutos después, escuché a mi padre entrar en la casa con prisa. Lo interceptó fuera de mi cuarto.

—¿Qué ocurrió? —preguntó.

—Un accidente. Fue solo una torcedura, pero la traje cargando para evitar complicaciones.

—Ven conmigo.

Y así, se lo llevó a su estudio, dejándome solamente con Lin, que me miraba algo curiosa.

—A veces quisiera ser una mosca para poder saber qué es lo que mi padre quiere hablar con Li —dije, pensando en voz alta.

Lin solo soltó una leve risa y luego comenzó a ayudarme a acomodarme en la cama.

NARRA KIRAN / LI BAO

Cuando el padre de Xiao Mei me llamó a su estudio, lo seguí en silencio. Sabía que esto iba a suceder. Cargarla en mis brazos había sido inevitable, pero también había revelado demasiado.

El estudio estaba débilmente iluminado, impregnado del aroma de tinta y madera envejecida. El señor Xiao me ofreció té antes de sentarse frente a mí.

—¿Cómo está mi hija?

—El tobillo está torcido, pero no hay fractura. El médico esta revisándola. Estará bien.

—Gracias por traerla de vuelta.

Asentí en silencio. Ya había aprendido que, en esta casa, los silencios decían más que las palabras.

—La llevaste tú mismo, ¿verdad?

—Sí. Estaba adolorida por la torcedura. No podía caminar sola.




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