Hasta una próxima vida

6. El silencio que dejó su ausencia

NARRA XIAO MAO.

Cuatro meses. Ese fue el tiempo que pasó desde aquella noche en que mi padre, con una media sonrisa, me habló de su edicto sellado por el emperador, hasta el instante en que todo mi mundo se detuvo. Cuatro meses en los que, a pesar de la amenaza latente de aquel falso prometido, sentía que nada podría tocarnos mientras él estuviera vivo. Me equivoqué.

Esa mañana, el sol salió como siempre, pero nada en mí volvió a ser igual.

La noticia llegó con la brutalidad de una espada mal guardada: mi padre, líder del clan Xiao, había sido encontrado sin vida en su habitación. Los médicos mencionaron causas naturales, un corazón que sucumbió ante los años y el peso del liderazgo... pero algo en sus rostros decía que ni ellos estaban del todo convencidos. Las criadas no habían oído nada extraño. Nadie había entrado ni salido de su cuarto. Todo parecía en calma. Demasiado en calma.

Solo Li, con su mirada fría y sombría, se mantenía en completo silencio. Sabía que algo no estaba bien. Lo vi en su postura, en cómo sus ojos se afilaban cada vez que el supuesto prometido hablaba con un tono condescendiente. Pero no dijo nada. No en ese momento.

El funeral fue un momento solemne, tal como mi padre lo merecía. Lo celebramos tres días después de su partida. Todo el pueblo se reunió, vestidos con túnicas de luto, llevando ofrendas de incienso, flores y plegarias. Los ancianos lloraban en silencio, mientras que los niños, confundidos, preguntaban por qué todos estaban tan tristes. Mi corazón dolía, pero mis lágrimas apenas salían. Me mantenía erguida, como él me enseñó, pero por dentro me sentía devastada.

Estaban presentes líderes de clanes menores, el grupo de consejo y hasta funcionarios del Imperio. Pero fue la llegada del emperador la que hizo que el aire se volviera denso. Apareció rodeado de su séquito, con un rostro serio y un paso medido. Colocó una ofrenda personal en el altar y me lanzó una mirada que no supe cómo interpretar: una mezcla de pesar, respeto... y algo más, algo profundo.

Las plegarias se extendieron hasta el atardecer. El cielo, cubierto de nubes grises, parecía llorar conmigo cuando la urna fue colocada en el santuario familiar. Cada palabra que pronunciaron los monjes me sabía amarga. Cada cántico me desgarraba un poco más.

Esa noche, encerrada en mi habitación, no tenía ganas de ver a nadie. Solo dejé que Li entrara.

Él cruzó el umbral en silencio, cerró la puerta detrás de él y se sentó a mi lado sin pronunciar una palabra. Durante un largo rato, simplemente compartimos el silencio. Ese mismo silencio que ahora llenaba los pasillos de la casa, el mismo que se había instalado en mi pecho desde que lo perdí.

—No sé cómo seguir —murmuré con voz apagada, con los ojos aún húmedos. Miré al suelo como si allí pudiera encontrar las respuestas que mi padre solía darme con solo una mirada.

Li bajó la vista, con las manos entrelazadas. Noté un ligero temblor en sus dedos. Era la primera vez que lo veía vulnerable. No físicamente, sino en su alma.

—Él partió en paz, Xiao Mei —dijo finalmente—. Con la certeza de que habías crecido con fuerza y compasión. De que podrías continuar.

No pregunté cómo lo sabía. Tal vez no quería saberlo. Quizás, en el fondo, ya lo sospechaba. Había algo en él... algo que lo hacía hablar de la muerte con una extraña familiaridad, como si la hubiera encontrado más de una vez.

Me incliné hacia él. Mis brazos se enroscaron en su cuello y me aferré como si eso pudiera evitar que el mundo se desmoronara por completo. Él me rodeó con cuidado, con una calidez que nunca había mostrado tan claramente. Por un instante, no éramos Li el forastero y yo la heredera del clan. Éramos solo dos almas perdidas buscando consuelo.

—Me lo prometiste, ¿recuerdas? —susurré contra su hombro—. Dijiste que me cuidarías.

—Y lo haré —respondió, sin dudar—. Incluso si el mundo entero se vuelve en mi contra.

Su voz fue como una armadura que me protegía del dolor. Me permitió respirar. Me hizo sentir segura, aunque solo fuera por un momento.

Al día siguiente, me confirmaron la audiencia con el emperador. Una reunión privada para discutir el destino del clan Xiao. No dormí esa noche. La ausencia de mi padre pesaba más que cualquier manto de seda.

Pero al menos, mientras Li estuviera cerca, aún podía respirar. Aún podía ser fuerte.




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