Haunter 2 - El Corazón del Cazador

Una Promesa

Brandon se enamoró del estudio. Exploró cada rincón de la enorme habitación, que ocupaba el equivalente a medio segundo piso.

—¡Hombre, es increíble!

Entonces descubrió el escritorio, donde estaba mi laptop. Se acercó a descansar sus manos en el respaldo del sillón, acolchado y giratorio, que no tenía nada que ver con el resto del mobiliario. Se inclinó un poco hacia adelante, mirando por la ventana, y giró el sillón para sentarse.

Lo vi allí, un codo en el brazo del sillón, su otra mano sobre mi laptop cerrada, los ojos en el Quabbin al otro lado de la ventana, y tomé mi teléfono, retrocediendo. No se dio cuenta. Tal vez estaba tan habituado a estar rodeado de cámaras todo el tiempo, que había aprendido a ignorarlas.

Mi cámara no capturó del todo la atmósfera del momento, la forma en que el sol lo envolvía en un resplandor dorado, el cálido contraste de luces y sombras, con los estantes atestados de libros tras él. Pero sí lo capturó a él, su aire ausente y sereno, los ojos apenas entornados, como si descansaran viendo el paisaje. Parecía que el estudio hubiera sido construido a su alrededor sólo para ese momento.

Dos notas:

1. Tengo esa foto enmarcada en ese mismo escritorio.

2. Él también la tiene enmarcada, en su oficina de Los Ángeles.

Guardé el teléfono y me acerqué de puntillas. Sintió que le tocaba el hombro y su mano subió a tomar la mía con otro suspiro.

—Qué lugar —murmuró.

—Es perfecto para escribir —asentí en voz baja—. Pero puede resultar solitario.

Asintió lentamente y besó mis dedos.

—Cualquier lugar puede resultar solitario.

Pareció despertar de un trance y alzó la vista hacia mí. Debería haber reconocido esa sonrisita.

—¡Aguarda! —traté de decir cuando me sentó sobre sus piernas.

Su beso interrumpió mis protestas. Luego volvió la vista hacia la pelotita apagada sobre la mesa de café.

—Si hay alguien más aquí, tienen diez segundos para largarse —dijo el Cazador supremo, ya desabotonando mi franela.

Disfruté cada instante de ese momento apresurado, dándome cuenta cuánto había echado en falta su cuerpo. El Cazador no tenía idea lo que le esperaba esa noche. No me importaba si destrozábamos las almohadas a mordiscones para evitar hacer ruido. Estaba condenado.

Habíamos como rebotado del sillón al escritorio, para acabar en el sofá más cercano, donde nos besamos por última vez, sin aliento. Sentía mi pecho a punto de estallar, no sólo de agitación, sino de puro amor y felicidad.

Brandon estaba encantado cuando descubrió un baño completo allí arriba, que le permitiría no tener que volver a vestirse para bajar al de mi dormitorio.

—Lo único que te falta aquí es un minibar —dijo desde el baño.

—Yo diría una cafetera —respondí, cerrándome la franela.

Miré a mi alrededor, como intentando decidir el mejor lugar para instalar una cafetera, y sentí que nunca volvería a ver esa habitación de la misma manera. Simplemente porque él estaba allí, y los recuerdos de lo que aún estábamos viviendo cambiarían el lugar para mí. Mierda. Esto era peor que tener una historia para contar.

Oí que el piso crujía a mis espaldas y sonreí.

—Bien, y una cama —susurró en mi oído, inclinado hacia mí.

Alcé la vista y los brazos mientras los de él rodeaban mi pecho, sus labios rozando mi mejilla.

—¿Otra cerveza? Bajaré a hacerme un café.

—Me sumo al café.

Rodeó el sofá para venir a sentarse conmigo, y descubrió la anticuada manta tejida, prolijamente doblada sobre otro sillón. Reí al verlo tomarla y abrirla con una gran sonrisa.

—Mi abuela tejía estas cosas.

Se sentó a mi lado, las piernas extendidas para descansar los pies en la mesa de café, y se cubrió con la manta, alzando la vista hacia la ventana tras el escritorio, los brazos abiertos descansando sobre el respaldo. Tuve que besarlo. Él ladeó la cabeza, sin mover un músculo del cuello para abajo.

—Ya regreso.

—Aguarda. Préstame tu computadora, así miro algo hasta que vuelvas.

¿Perdón? ¿Y su teléfono? Como si me importara. La desenchufé y se la alcancé.

—¿Contraseña? —inquirió, abriéndola.

Ya estaba junto a la puerta, así que decidí hacerme la misteriosa. Volví la vista hacia él con una sonrisa. El sistema operativo me había pedido que actualizara mi clave y había elegido una relacionada con él.

—Me conoces lo suficiente para adivinarla —repliqué con un guiño, y salí.

En el primer piso, puse a hacer el café y me asomé al salón oriental, donde la pelotita destelló de inmediato.

Te ves contenta —dijo Lizzie con la tablet.

—Me temo que soy una tonta enamorada. —Me encogí de hombros sonriendo—. Muchas gracias por dejarlo venir y quedarse.

Es tu hogar, Fran —respondió Ann.




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