Haunter 2 - El Corazón del Cazador

Fintas en las Fintas

Lunes por la mañana.

Lady Audrey llegó a las nueve, su Mercedes precediendo una camioneta grandota con dos tipos grandotes que, tal como Ann anticipara, no querían mujeres metiendo la nariz en su trabajo, especialmente una chica tan corpulenta como una ardilla que parecía recién egresada de la secundaria.

Apenas entraron en la casa de huéspedes, empezaron a hablar de derribar paredes, cambiar baños de lugar y hacer esto o aquello. Cuando traté de hablar, Lady Audrey me palmeó el hombro con ese aire de superioridad que me daba ganas de abofetearla.

—Deja que los profesionales decidan, querida —dijo—. Ellos saben.

No me molesté en responderle. Saqué el teléfono y llamé a Brandon, que atendió todavía en cama, como si en la Costa Oeste fueran sólo las seis de la mañana.

—Hola, amor —murmuró, los ojos apenas abiertos—. ¿Algún problema por allí?

—Lo que esperábamos.

—Bien. Te llamo en cinco minutos.

Cortó y enfrenté a los grandotes expertos con sonrisa forzada.

—Por favor, recorran a gusto. Regreso enseguida. ¿Me acompañaría, señora Anderson?

A la señorona no le gustó mi tono, ni que la apartaran del centro de la acción, pero me siguió a la mansión y al salón oriental.

—Buen día, Abuela, Lizzie —saludó al entrar.

—Disculpen que las moleste —dije—. ¿Podrían hacerle compañía a la señora Anderson mientras Brandon habla con los contratistas?

Por supuesto. Toma asiento, Audrey.

—Gracias. Volveré enseguida para ver los documentos.

De salida, le pedí a Susan que le llevara té a nuestra huésped y que invitara a su chofer a la cocina a tomar un té o un café. También le pedí a Mike que fuera a la casa de huéspedes, para responder cualquier pregunta que los hombrones tuvieran. Decidí seguir mi instinto y llamé a la doctora Arbosky desde el jardín, donde nadie podía oírme.

—Estaba segura de que llamarías hoy —dijo—. ¿Precisas que vaya?

—Si fuera posible. Era lo que quería pedirle. Aún no he visto los documentos, pero tengo el presentimiento que sería mejor que usted estuviera aquí para leerlos conmigo.

—Llegaré en media hora.

—¡Muchísimas gracias!

Apenas corté, entró la videollamada de Brandon. El pobre todavía trataba de resucitar su cerebro. Pero comentarle lo poco que había oído decir a los grandotes pareció bastar para despertar un saludable malhumor mañanero que haría milagros.

—Déjame hablar con ellos —dijo con ceño tormentoso.

De regreso en la casa de huéspedes, los oí hablar en el segundo piso. Estaban en el dormitorio que había usado Isaac, y seguían hablando de demoler todo.

—Caballeros —dije, uniéndome a ellos, y giré el teléfono para que vieran la pantalla—. Éste es Brandon Price, su cliente.

La mirada que intercambiaron me bastó para darme cuenta que no sabían que no trabajarían para la Fundación.

—Buenos días, señores —dijo Brandon por teléfono—. No sé si saben quién soy, pero soy una persona ocupada, así que seamos breves.

Tuve que apretar los dientes para no reírme de los tipos grandotes mientras íbamos de habitación en habitación, y Brandon les daba instrucciones como si fuera un capataz veterano y ellos albañiles novatos que jamás hubieran trabajado en una obra, diciéndoles qué hacer en cada cuarto. Para peor, tuve un atisbo de la sonrisita de Mike cuando Brandon les advirtió a los constructores que si hacían algo sin mi autorización previa, los despediría y no les pagaría un centavo. Y que él mismo vendría sin previo aviso a constatar el progreso del trabajo.

—¿Estamos de acuerdo? —ladró cuando regresamos a la sala—. Bien. Que tengan buen día.

—Muchas gracias, señor Price —dije, girando el teléfono hacia mí.

Esperó a verme en pantalla y me guiñó el ojo conteniendo la risa, antes que sus labios formaran un mudo te amo. Ésa fue la sonrisa más difícil de ocultar.

Los hombrones esperaron a que cortara y se disculparon con expresión solemne. Como había pensado, estaban convencidos de que se trataba de otro trabajo para la Fundación, y que sería Lady Audrey quien tomaría las decisiones.

—Entiendo. Pero la señora Anderson se limitó a traerlos, porque sabe que siempre han hecho trabajos de alta calidad para la Fundación, y yo no aceptaría menos para Casa Blotter.

—No quisiera ser indiscreto —terció uno de los hombrones—. Pero, ¿ése era el Brandon Price de la televisión?

—Sí, es él.

—¿Vamos a trabajar para él? —preguntó el otro.

Asentí y volvieron a mirarse. Seguramente ya imaginaban qué bien quedaría en su sitio web una reseña positiva de alguien tan famoso.

Acordamos que la semana siguiente comenzarían a traer los materiales para empezar a trabajar el primero de abril. Se disculparon una vez más y se largaron.

—Gracias, Mike —dije, viéndolos irse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.