Haunter 2 - El Corazón del Cazador

Ejercicio Matutino

A la mañana siguiente, hice gala de mi fuerza de voluntad y me arranqué a mí misma de entre los brazos de Brandon antes que llegaran los Collins. Me vestí en el baño para evitar despertarlo, lo arropé y salí de puntillas de mi habitación. Isaac y Trisha todavía dormían también, de modo que la mansión estaba deliciosamente tranquila.

La pelotita destelló apenas me detuve ante el salón oriental, y me dirigí a la cocina con Lizzie, Cristine y los mellizos, que seguían a su nueva tía a sol y sombra. Edward y Joseph se nos unieron un momento después.

Quería saber cómo estaba Cristine, y mientras preparaba el desayuno, los Blotter me dijeron que a pesar de su profunda tristeza, se sentía bien recibida y contenida con ellos. Ver con cuánto ahínco trabajábamos para desentrañar lo que le había ocurrido alimentaba su confianza de que pronto hallaríamos una manera de que se reuniera con su familia.

Me preguntaron por nuestras pesquisas y les conté lo poco que sabíamos en concreto y las demasiadas teorías que manejábamos.

—En realidad, no me importa si es una corriente telúrica o alguna otra cosa —dije, trayendo mis platos a la mesa—. Lo que quiero es asegurarme que ustedes puedan irse cuando quieran, sabiendo que nadie será obligado a reemplazarlos.

¿Crees que quitar las estrellas lo solucionaría? —inquirió Joseph.

—Sí, pero aún no sabemos si debemos quitar todas, o sólo una, y cuál. Espero que hoy encontremos las tres restantes —suspiré—. Y luego, tan pronto Amy esté en condiciones, tenemos que intentar cruzar a Cristine.

El problema es que no sabremos de inmediato si funciona —comentó Edward.

—Es cierto. No lo supimos hasta todo un mes después que Ann cruzó. Pero Amy no pudo abrir el portal. Si pudiera hacerlo, ya sería un avance.

¿Y cómo va todo con el señor Price? —inquirió Lizzie.

Me encogí de hombros, sonreí y me ruboricé. No me sorprendió escuchar el eco distante de sus risas. Pero el sonido de pasos bajando la escalera me evitó más preguntas. Brandon entró en su habitual estilo matutino: ceño fruncido, ojos apenas abiertos, cabello revuelto, frotándose los brazos cruzados. Vio las tablets sobre la mesa y se detuvo.

—Buenos días, familia Blotter —murmuró.

Buenos días, señor Price —respondió Edward.

Brandon continuó para inclinarse hacia mí y rozar mis labios con un beso, de camino a la cafetera.

—Buen día, amor. ¿Por qué no me despertaste?

—¿Porque me gusta levantarme temprano y a ti no?

Llenó un tazón de café riendo por lo bajo y se acercó con la cafetera para volver a llenar el mío. Vio que me disponía a levantarme y meneó la cabeza con una de esas sonrisas adorables.

—Yo me haré el desayuno, no te preocupes.

Mi detector de campos de dulzura, sensualidad y adorabilidad quedaron en arco rojo hasta nuevo aviso.

Los dejamos con lo suyo —intervino Lizzie.

—Aguarden —dijo Brandon desde el refri—. ¿Ustedes sabían de estas estrellas de hierro que seguimos encontrando?

No —respondió Edward—. Estamos tan sorprendidos como ustedes.

—¿No las habían visto nunca?

No. Ignoramos cómo llegaron aquí.

—Pero podrían ser de cuando se construyó la mansión, ¿no? —tercié.

No lo creo —respondió Edward—. Son todas iguales, ¿verdad? Pero están en lugares que datan de distintos períodos.

Yo hice construir la casa de huéspedes y esa estrella no estaba en la viga —añadió Joseph.

Brandon cerró el refri con las manos llenas de sus cosas sanas y se volvió hacia mí con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Entonces de cuándo son? —inquirió.

Tal vez fueron colocadas durante alguna reparación —dijo Edward.

—Necesitamos extraer una y tratar de datarla —murmuró Brandon.

Avísennos si podemos ayudar.

—Por supuesto. Gracias, Edward —asentí.

Brandon se envaró al oír el lejano roce que produjeron al salir de la cocina. Como fuera, me encantaba verlo interactuar así con los Blotter, de una manera tan casual y natural. Me hacía feliz que pudiera tratarlos como lo que eran: gente normal y agradable, sólo que vibraban demasiado rápido para que nuestros ojos los percibieran. Era un gran avance comparado con sus aventuras con Cazadores, gritando, provocando y sospechando que toda entidad era un demonio. Bien, básicamente porque los lugares que solía investigar estaban llenos de cosas oscuras.

Terminábamos de desayunar cuando entraron los Collins por la puerta trasera, y poco después salimos a correr. Mi resistencia había mejorado mucho después de varios meses de ejercicio cotidiano, así que no tuve inconveniente cuando, en vez de ir al Quabbin, Brandon sugirió que tomáramos Greenwich Road y trotáramos los casi cinco kilómetros hasta el pueblo. Sólo cuarenta minutos después, nos dejamos caer en el pasto bajo los árboles, en el parque frente a la única cafetería y oficina postal de Hardwick, vaciando nuestras botellas de agua antes de decir una sola palabra. Estaba orgullosa de haber llegado tan lejos, pero aún estaba mucho más agitada que él. El maldito.




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