Haunter 3 - Los Ojos del Cazador

Esperanza en Lugares Oscuros

Preferí no esperar a que Amy regresara. Se daría cuenta que había pasado algo y haría preguntas que no quería responder. De modo que tomé mi chaqueta liviana, porque no había llevado más abrigo a Los Ángeles y me fui al asilo. Gracias a Dios era una noche cálida.

Lee, el empleado que reemplazaba a Brett, sabía que iría. Me recibió con un saco de dormir, mi propio LED con baterías nuevas y el termo de Brett lleno de café recién hecho. Hasta me ofreció acompañarme a Tinicum Hall. Casi le pido que se case conmigo, pero descubrí el K2 en su bolsillo trasero. Lo enfrenté alzando las cejas y se encogió de hombros con una sonrisita incómoda.

—Hace meses que hay rumores sobre el carroñero, pero dicen que acercársele sin ti es peligroso —confesó—. ¿Te molesta si te acompaño?

No me negué. Brett ya me había advertido que sería difícil guardar la presencia de Kujo en secreto, sobre todo desde que comenzaran las escaramuzas con Quaker Hall, así que prefería que el fulano viniera conmigo, y no que saliera a buscar a Kujo por las suyas. A decir verdad, no sabía cómo reaccionaría Kujo si desconocidos se acercaban demasiado a los niños a su cuidado.

Lee pareció sorprendido cuando no me dirigí directamente a Tinicum Hall a través del patio de cemento junto al edificio Mayflower, pero me siguió por la pasarela hacia Quaker Hall sin hacer preguntas. Se llevó un buen susto cuando arrojaron una piedra pequeña desde las ventanas rotas del segundo piso, que vino a caer a un par de pasos.

—¡Mierda! —exclamó, deteniéndose bruscamente.

Le indiqué que retrocediera y me volví hacia el edificio oscuro, abriendo los brazos con sonrisa desafiante. Otra piedra llegó volando a golpear la baranda. Barrí lentamente el edificio con el LED. Oímos con toda claridad un golpe, como si alguien se hubiera tropezado con algo. ¿Tal vez en el apuro por esconderse de la luz?

—¿Qué mierda? —murmuró Lee.

—Apunten mejor la próxima vez, estúpidos —les dije a los invisibles atacantes, y seguí caminando.

—¿Trataban de golpearte a ti? —preguntó Lee sorprendido, apretando el paso para alcanzarme.

—No les gusta que les digan que no, y ya los enfrenté un par de veces —respondí.

Dejamos la pasarela donde doblaba hacia Devon Hall y tomamos el sendero hacia Tinicum Hall bajo los árboles. Sentí vibrar el suelo y apagué el LED, dejando cuanto traía e inclinándome hacia adelante con una gran sonrisa.

¡Fran!

—¡Mi niño!

Kujo se me vino encima como la aplanadora que era, arrojándome al pasto como siempre. Lee retrocedió de un salto cuando me vio caer de espaldas en el pasto riendo. Kujo volvía a ser una masa consistente de bruma oscura, su silueta ondulando en las sombras, y me lamió la mejilla hasta que me hormigueaba toda la cara.

Me senté y me envolvió los hombros en su calor, frotando su frente contra la mía.

—¿Todo en orden, mi muchacho? ¿Los niños están bien?

Gina. Afuera.

—Perfecto. ¿Problemas con los vecinos?

No.

Lee miraba con los ojos como platos, listo para dar media vuelta y salir por piernas.

—Kujo, éste es Lee —dije, sonriéndole al pobre empleado aterrorizado—. ¿Te molesta si te toca?

No tocar.

Bien, eso era nuevo, pero no iba a discutir.

—Lo siento, no le gustan los desconocidos. ¿Quieres darme el K2?

Lee me lo dio manteniéndose tan lejos como podía. Moví el instrumento en torno a Kujo, haciéndolo encenderse hasta el rojo y mantenerse así hasta que lo aparté.

—Gracias —murmuró Lee, retrocediendo un paso tan pronto como le devolví el aparato—. Los dejo tranquilos. Si me necesitas, estaré en la oficina de Brett.

Se alejó a paso rápido por la pasarela. Al parecer, después de conocer a Kujo no le alcanzaba el valor para tomar el camino más corto y más oscuro hacia el Mayflower.

Kujo y yo rodeamos Tinicum Hall hacia el este, hacia el claro del árbol caído, donde nos reunimos con Gina y sus niños. Abrí el saco de dormir en el pasto y me senté en él bajo un árbol con Kujo.

Era extraño, pero tenerlo a mi lado me hacía sentir tan contenida y querida, que resultaba un bálsamo para mi corazón roto. Seguramente olió o percibió mi tristeza.

Dejó Brandon —dijo de la nada.

—Me temo que sí.

Fran cuenta.

—Luego, cuando Gina lleve a los niños adentro.

Se enroscó en torno a mi espalda sin insistir.

Gina reunió a los niños una hora después. Nos aseguró que no era necesario que fuéramos con ellos, y que nos avisaría si ocurría algo. Cuando nos quedamos solos, me serví un café y le conté a Kujo mi última pelea con Brandon. Mierda, estaba harta de hablar de nuestras separaciones. De todas formas, mientras hablaba, me pareció tener un atisbo de algo escondido bajo su agresividad y sus demandas.

¿Brandon miedo? —inquirió Kujo cuando callé.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.