Haunter 3 - Los Ojos del Cazador

El Fantasma del Cazador

Pobre Lizzie. Bien, y pobre Charlotte. Necesitaba desahogar toda la angustia y el miedo que me causaran las novedades, pero no podía hablar con Trisha, ni Amy. Así que la pobre Lizzie tuvo que ofrecerme su hombro fantasmal para llorar a mares. Esas dos semanas fueron las más largas de la historia, y las pasé luchando contra mi urgencia por dejar todo e irme a Los Ángeles. De hecho, estuve a punto de hacerlo en tres ocasiones.

La peor fue cuando Brandon encontró a Cake hablando conmigo y perdió el control. Hice silencio y no descubrió que era yo, porque había perdido tanta vista que no era capaz de discernir mi cara en pantalla. Pero se enfureció tanto, sospechando que Cake estaba hablando de él, que no sólo amenazó al hombrón, sino que hasta le arrancó el teléfono de las manos y lo estrelló contra el suelo, pisoteándolo hasta que lo rompió.

Pobre Lizzie otra vez, porque alcancé a verlo.

No era más que una sombra de sí mismo. Pálido y consumido, su perilla siempre prolija convertida en una barba desaliñada. Vestía todo de negro de nuevo, como un reflejo de su estado de ánimo, la camiseta colgándole floja de los hombros porque estaba en los huesos. Y sus ojos. Buen Dios, sus hermosos ojos azules habían desaparecido tras una pátina blancuzca que le cubría las córneas.

Esa imagen de él me acosó en sueños desde entonces, convirtiéndolos en amargas pesadillas. Pero no hizo vacilar mi determinación mientras rayaba días en el calendario como una prisionera.

Desde entonces, Isaac se convirtió en intermediario entre Cake y yo, de modo que no volví a tener noticias de su estado de salud. Gracias a Dios ya era veintiséis de octubre, y dejaría la mansión en tres días.

Me senté con Mike y Susan a hablar de las próximas semanas, porque realmente no tenía idea cuándo regresaría. Tal vez fuera el dos de noviembre, porque Brandon me echaría a puntapiés del hospital. O tal vez fueran meses. Opté por decirles que dependía de una operación a la que Brandon se sometería. No hicieron preguntas, y se comprometieron a no comentar los motivos de mi ausencia con los Blotter, que llegarían el próximo fin de semana. Ni qué decir que Susan no lograba disimular su alegría por volver a quedar a cargo de la mansión hasta nuevo aviso. Seguramente rezaría para que fueran meses. Yo también.

Y finalmente llegó el veintinueve. Empaqué mi equipo de campamento, dos mudas de ropa y unas pocas cosas más. Entonces tuve que despedirme de los Blotter. Parecían más conmovidos que yo, tanto que Charles no dijo nada fuera de lugar, y a Joseph no se le ocurrió ninguna broma. Sostuve las manos de cada uno, les agradecí sus buenos deseos y prometí mantenerme en contacto a través de Amy. Porque si tenía suerte y podía quedarme con Brandon, no precisaría traicionar su secreto al hablar con ella.

Llegó por la tarde en la bestia roja. Cenamos temprano, guardamos los bocadillos que Susan nos preparara para el camino y dejamos la mansión.

—Qué extraño —murmuró mirando por el espejo retrovisor—. Es la primera vez que los Blotter salen a despedirnos porque nos vamos a Pennhurst.

—Sí, es extraño —me encogí de hombros.

Apenas tomó Greenwich Road me lanzó una mirada interrogante.

—¿Qué te ocurre, muchacha? No te ves bien.

—Estuve leyendo demasiado y me duele la cabeza.

No le había dicho lo que ocurría. Ni siquiera le había dicho que no regresaría a la mansión. Si mis suposiciones sobre lo que Brandon se proponía con el episodio doble eran correctas, me daría excusas de sobra para fingir una súbita urgencia para ir a su encuentro después de Halloween.

Y vaya que me las dio.

Pero no aún.

A pesar de que a Amy no le gustaba conducir de noche, lo hacíamos para llegar a Spring City cansadas por la mañana, y poder dormir durante el día. Yo pasaría la noche siguiente con Kujo, acampando en el salón diario de Tinicum Hall. Y Amy… haría lo que quisiera. Visitar a Brett, quedarse en el hotel. No lo sabía ni me importaba.

Fue el más largo de tantos días interminables desde que descubriera lo que le pasaba a Brandon. Pero por fin el sol se aburrió de molestarme y se fue a dormir. Y yo estuve en libertad de escabullirme a Tinicum Hall con todo mi equipo de campamento y cuanto precisaba para la noche.

Aunque el evento tendría lugar en la Costa Oeste, comenzaría a las diez de la Costa Este, de modo que me quedaban un par de horas para montar todo mi circo. Pude tomarme mi tiempo para el reencuentro con Kujo, rodando con él por el suelo, dejándolo lamerme hasta que me hormigueaba toda la cara y rascando su espesa pelambre de sombras.

Los niños ya no se mostraban tan tímidos conmigo, y me tomé otro rato para jugar con los más atrevidos, que hacían rodar una pelota o un globo hacia mí, o hasta empujaban un autito de madera. Gina me dijo que viera las pizarras magnéticas. Las dos decían Bienvenida, Fran, y yo estaba tan susceptible que el gesto me hizo llorar.

Mientras montaba la tienda, le hablé a Kujo de lo que ocurriría en sólo una hora.

—¿Puedes mirar la pantalla de la computadora? ¿O te lastima la luz? —pregunté—. Porque me encantaría verlo contigo.

Fran —respondió, y de alguna forma comprendí que decía que él también, o algo así.




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