Haunter 3 - Los Ojos del Cazador

Un Nuevo Día

Me incorporé sobresaltada al oír que Brandon se movía. Sus dedos se agitaron levemente y cubrí su mano con la mía, mi corazón latiendo con fuerza. Su cabeza se inclinó un poco hacia mí y entreabrió los labios.

—Tranquilo —susurré.

Intentó hablar y frunció el ceño.

—Tranquilo, amor. La cirugía salió bien.

Sentí que trataba de presionar mis dedos. Tomé su mano y la llevé mis labios.

—Salió bien, Bran —repetí, por las dudas—. Vas a recuperar la vista.

Su suspiro tembloroso me indicó que había comprendido. Su otra mano se alzó con lentitud a palpar el vendaje que cubría sus ojos.

—Eso se quedará allí por varios días.

—¿Salió bien? —musitó, mientras sus dedos exploraban el vendaje con cuidado.

—Sí, amor. Y si seguimos las instrucciones del doctor, estarás bien en unos meses. Tal vez incluso mejor que antes de la infección.

Su gemido sofocado me llenó los ojos de lágrimas.

—Descansa, amor. Pasaremos la noche aquí.

—Doctor —murmuró.

—Le diré a Cake que vaya por él.

Seguramente, despertar alteró su ritmo cardíaco y respiratorio, alertando a la enfermera rubia, que se presentó cuando yo estaba en el corredor con Cake. Así que lo envié a buscar al doctor y entré a la habitación pisándole los talones a la mujer.

Brandon todavía estaba adormecido por la anestesia, y el médico se negó a abrumarlo con detalles. Se limitó a asegurarle que todo había salido a pedir de boca y regresaría más tarde a revisarlo. Brandon asintió, incapaz de hacer ninguna pregunta. Lo ayudé a beber un poco de agua y casi me eché a llorar cuando tomó mi mano y la apretó contra su pecho.

—Duerme, amor —susurré besándole la frente.

Se sumió en un sueño profundo por otro par de horas, para despertar por unos pocos minutos y volver a dormirse. Cake seguía trabajando de madre, trayéndome café o un bocado, porque me negaba a apartarme de Brandon. El doctor volvió tal como dijera y me explicó que con todo el stress que pasara Brandon, especialmente la semana anterior, no le sorprendía que durmiera tanto.

Dormitaba en el sillón cuando su mano se movió en la mía, despertándome. Era medianoche. Se aclaró la garganta y se tocó el vendaje.

—¿Fran?

—Aquí estoy —respondí parándome—. ¿Quieres agua?

Asintió, pero no me permitió ayudarlo a beber, insistiendo en hacerlo solo. Respiró hondo, volvió a aclararse la garganta y me devolvió el vaso.

—¿Cómo te sientes?

—Agotado —murmuró—. Pero bien. Y bien despierto. ¿Cuándo nos vamos a casa?

—En la mañana, después que te cambien el vendaje. Creo que podríamos estar allí para el almuerzo.

—Bien. —Me palmeó la mano con una mueca fugaz—. Me alegra que estés aquí, pero no deberías quedarte.

—No iré a ningún lado sin ti.

Una sonrisa fatigada reemplazo su mueca. —No creo que esté en posición de discutirlo.

—Exacto.

—¿Dijo cuánto tendré que usar estos vendajes? —preguntó, su voz aún un murmullo enronquecido.

—Al menos una semana.

—Será una semana larga. ¿Y luego?

—Deberías preguntarle al doctor en la mañana, porque no creo recordar todo lo que dijo.

—Vamos, dame tu versión libre.

—Demandará mucho cuidado y detallismo, eso por descontado. Cremas y gotas, una almohada especial, evitar pantallas y stress. Pura diversión.

—¿Y mi vista?

—Permanecerá como hasta ayer por unos días. Luego comenzará a mejorar paulatinamente, durante las próximas semanas y meses, hasta que la recuperes totalmente. Si hacemos bien las cosas, tal vez ni siquiera precises lentes.

—¿Meses?

—Al menos tres. Máximo seis.

—Mierda. ¿Qué haré todo ese tiempo?

—¿Mandonear a todo el mundo desde casa? Y podemos mudarnos a la mansión en primavera. El doctor dijo que le haría bien a tus ojos.

—Por supuesto que lo dijo. ¿Cuánto le pagaste?

—Maldición. Me descubriste.

Oír su risa breve, ronca, me hizo sentir tan bien. Era como si me quitaran una tonelada de rocas del pecho y pudiera volver a respirar.

—Estuve pensando en eso —comenté.

—¿En sobornar al doctor?

—Eso ya está hecho. Me refería a todo este tiempo que tendrás libre, especialmente los primeros dos meses, cuando todavía veas borroso y no puedas ni acercarte a una pantalla. —Me acodé en el borde de la cama y volví a besar su mano—. ¿Recuerdas en Año Nuevo, cuando me contaste cómo Isaac y tú comenzaron con Cazadores?

—Creo que sí.

—Y me hablaste de cómo las investigaciones te habían cambiado, y lo que sentías al respecto.




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