Hay Un Monstruo En Mi Acuario

Capítulos 1 y 2

1

A cualquier chica le gustan los cumpleaños. ¿A qué niño no le agrada recibir atenciones, comer pastel y en especial recibir regalos. La latente posibilidad de una bicicleta nueva, ropa de marca, de un Cd de rock and roll, incluso de un videojuego. Ah, y por supuesto de recibir tu propia tortuga.

Lógico, ¿Quién podría pensar en juegos de video o unos patines cuando puedes entretenerte tanto con una estúpida tortuga? Puedes sacarla a pasear, enseñarle trucos y pasar grandes horas de diversión con ellas… ah, no, espera; ¡No puedes!

No podía creerlo cuando partido mi pastel y cantadas las mañanitas, el único regalo para abrir de parte de mis padres, las personas que me quieren más que nadie en el mundo, era una caja no más grande que una billetera, y con pequeños agujeros.

Agujeros… eso no podía ser buena señal. Si la caja hubiera sido un poco más chica, habría podido pensar que se trataba de un Iphone, pero no podía darme ese lujo. Comencé a pensar que se trataría de una tarántula o un escorpión, pero luego pensé, ¡No! Mis padres no me quieren dejar tener un perro, mucho menos me dejarían tener una mascota genial como esas.

–Hija, sabemos que los últimos días has deseado tener un perro– dijo mamá.

–Sí– dije, confundido, mirando el paquete –Pero aquí no hay un perro, ¿O sí?

–Ábrelo y lo verás– dijo mi papá con una sonrisa.

Abrí mi paquete desatando los cordones con impaciencia y dificultad, y se me atoraron entre los dedos. Finalmente abrí la pequeña caja para descubrir un pequeño reptil de caparazón redondo que me miraba con expresión tranquila. La pequeña tortuga se había hecho del baño dentro de la caja y arañaba la pared de ésta, tratando de salir.

Se me quedó viendo con una expresión aburrida. Imaginé que de haber sido un perro, habría saltado de la caja y me habría lamido la cara hasta humedecerme, pero su mirada parecía decirme que no tenía pensado rebajar su dignidad haciendo eso, ni yo tenía deseos de que lo hiciera. Definitivamente se trataba de una mascota emocionante, pensé sacada de onda.

–Una tortuga– le dije, sin poder creerlo –Les pedí un perro y me compraron una tortuga.

Mis padres notaron la inconformidad en mi expresión, lo cual no era para menos, pero no dejaron de sonreír.

–Cuando nos demuestres que puedes hacerte cargo de este animalito– dijo –Te compraremos el perro que quieras.

–Muy bien– le dije, sosteniendo al animalito que de inmediato empezó a arañarme para liberarse de mi mano que la sostenía con dos dedos desde su caparazón.

–Cuidar una tortuga– me dije –No hay problema.

Entonces, frente a mis padres, la tortuga me arañó y logró liberarse, y se me cayó al suelo, haciendo un ruido similar al de una piedra. Apenada, miré a mi madre, cuya sonrisa había desaparecido y después al animalito, asustado y dentro de su delicado caparazón.

–Bueno– dije, tratando de cambiar mi tema –¿Y dónde está mi regalo?

Ambos padres se lanzaron una mirada de complicidad.

–La tortuguita es tu regalo de cumpleaños, Helue–dijo papá sin poder contener la emoción.

Miré a la tortuga y ella me miró con su deprimente expresión. Hasta ella sabía que no podía haber un regalo más aburrido. ¿Qué rayos les pasaba?

–No– dije –¡En serio!

–Es en serio.

¿Acaso tengo cara de ser el tipo de persona que prefiere un reptil en su cumpleaños que unos patines o un Cd?

Me dirigí a mi habitación bastante decepcionada, pero no era la primera vez, así que no me importó mucho. Tenía a la pequeña tortuga en mi mano, cerrada en su concha con mi puño cerrado, para evitar que volviera a arañarme.

–¿Por qué me odias?– Le pregunté. No se me hacía normal que un animal torpe y lento como una tortuga arañara y mordiera tanto. –Ah, ya– recordé que la había dejado caer.

No imaginé en ese momento la enorme responsabilidad que tenía en mis manos.

No imaginé en ese momento que esa responsabilidad se tornaría más enorme, terrible y aterradora…

 

 

 

 

 

 

 

2

Miré al pequeño animal tratando de imaginarme qué podía hacer con él. La verdad es que no sabía absolutamente nada sobre tortugas, de haberlo sabido, quizás me habría evitado muchos problemas, muchos sustos…

La tortuga me miró, y yo la seguí observando. Finalmente había dejado de tratar de arañarme y parecía interesada en mí. ¿Qué sentía? ¿Tenía hambre, miedo? No había forma de saberlo. Busqué en la bolsa al lado del tortuguero en el que mis padres la habían comprado y saqué un paquete de “Tortuguetas”. El tortuguero era pequeño como una jícara y tenía una elegante base con una palmera de plástico en el centro. La coloqué encima de mi mesita y llené su tazón de agua. La miré nadar un momento hasta que se subió a la base y volvió a quedarse quieta.

Tomé uno de los pequeños churros y lo puse frente a la tortuga, preguntándome cómo rayos iba a comerlo un animal que no tiene dientes. El pequeño animal miró fijamente el alimento sin ánimo de acercarse a comer. “Tal vez es tan pequeña que al principio necesita molerle la comida, o quizás tenga que esperar a que el agua la disuelva para comenzar a comer”, pensé.



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En el texto hay: adolescentes, suspenso, mascotas mutantes

Editado: 20.04.2020

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