Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo II

El reino se halla en serio peligro, me explicó Ambón.

Luego de una grata comida y una siesta de la que desperté a causa de mi nueva recurrente pesadilla, él se presentó en la agradable habitación que me fue dada junto a suya, en el rincón escondido de las catacumbas donde se mantenía oculto la mayor parte del tiempo, para contarme la realidad que se asentaba sobre nuestro pueblo.

Luego de dar muerte a Balkar de Ghnom y robar el Oscuro libro del Caos, Tarsinno de Wllnah y sus cómplices iniciaron pequeños fuegos en diversos lugares de Palacio, desviando la atención de los soldados cuando estos se extendieron rápidamente, consumiendo todo a su paso. Tras lo cual, el Traidor invoco una primera horda de Criaturas del Abismo, ordenando le dieran caza al rey y su Guardia Personal.

La mayor parte de los ciudadanos intentaron llegar a las catacumbas, cuyo hechizo de protección, puesto ahí por el fallecido Balkar, y otro puñado de Bletsun poco después de la coronación del Rey Amilcar, mantuvo y mantiene a cualquier ser del Abismo fuera. Empero, a la hora después de que el primer esbirro emergió en el mismo salón del trono, casi tres cuartas partes de las fuerzas armadas en la ciudad habían sido aniquiladas. Apenas la mitad de los plebeyos y casi la totalidad de los nobles, fueron los único capaces de llegar a las entrañas de las catacumbas, con rasguños o heridas de menor gravedad.

Una vez que la masacre se dispersó, los soldados comenzaron a llegar en grupos por las diversas entradas, cargando los heridos de mayor gravedad con sus últimas fuerzas.

La situación era alarmante. Sin la ciudad Real en pleno funcionamiento como centro de la entrada y salida de recursos, el alcalde de Hishka se vio obligado a acoger en su ciudad dicha función, mientras que los alcaldes de las ciudades restantes –Kuejt, Ro'ime, Ghnom, Preqk, Tallneh, Zufhwyth, Minkah, Onode y Wllnah–, enviaron misivas urgentes cuestionando las acciones que debían llevar a cabo desde entonces. Y que caían en manos del todavía príncipe y su Custodia, Noemia.

Los nobles, incluyendo al Gran Consejo que logró refugiarse en las catacumbas, temían que el poder que ostentaba una Bletsun como Noemia. Sin un Rey y ante la escasa edad del príncipe, veían el futuro de Radwulf en manos de una mujer.

Lo que los nobles no sabían, y que sin duda les habría sorprendido en su momento, era que aquella mujer jamás dio una orden o movió un solo dedo sin que Ambón lo supiera y autorizará. La imagen que proyectaban, en que la poderosa Bletsun tenía a su merced al príncipe heredero y muy seguramente se había coludido con el Traidor –todo errado por supuesto–, fue de ayuda cuando las misivas en respuesta salieron de Real hacia sus destinatarios ansiosos; con las claras órdenes de ceder a las exigencias de Tarsinno y resistir durante el tiempo venidero. Pocas horas antes de que los sobrevivientes de Duhjía llegarán.

El príncipe me explicó que debía mantenerse oculto por dos principales razones. Primero, por mantener la apariencia de que el poder se hallaba en manos de Noemia. Y segundo, por proteger su vida.

El hermano del Rey Ambón, Márkoh, heredaría la corona si él moría. Pero una vez más, el Príncipe Márkoh de Real había demostrado la clase de alimaña que es, al correr hacia las catacumbas a la menor señal de peligro y no asegurarse de que su esposa e hijo llegaran a salvo. El resultado fue la muerte de ambos miembros de la familia Real, y el intenso resentimiento de la mayor parte de los sobrevivientes. Sin embargo, la posibilidad de que atentase contra la vida del príncipe, y además se uniera a Tarsinno sólo para conseguir la libertad que Amilcar le arrebato al ser coronado –como tantas otras cosas, cambiando los estatutos de las leyes que protegían a Márkoh de un castigo por los crímenes que más de una vez cometió–, permanecía latente en la conciencia colectiva.

Su siempre presente estatuto como Príncipe Márkoh del Real, segundo heredero de Radwulf, no había sido un problema hasta entonces.

Toda la situación parecía agravarse ante con cada nuevo dato.

Dheugh, Dios de la Fortuna, solo estuvo de nuestro lado en una cosa: el Bletsun de Fuego, Clim de Kuejt, se hallaba a salvo en las catacumbas. La parte mala era que se encontraba algo más que inestable, malhumorado, y su contraparte, Amace de Quajk, permanecía desaparecida desde ese mismo fatídico día. Sin contar el hecho de que Clim todavía tenía nueve años, aún joven para ostentar el título de Lord, y mucho más como para pelear en una guerra.

Necesitábamos más que unos días para juntar fuerzas, y en eso entraba yo. Por alguna razón, que quizá fuera ser la hija del alcalde Zand, o tal vez mi breve arrebato frente a una buena cantidad de personas cuando conocí a Noemia, la mayor parte de los sobrevivientes de Duhjía alegaron que permanecían ahí por mi. Porque yo era su guía.

—Necesitamos soldados, Lady —dijo Ambón—. Pero soldados que conozcan lo que es enfrentarse a las Criaturas del Abismo. Soldados movidos por los fuertes sentimientos de dolor y venganza, adiestrados con un solo objetivo...




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