Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo IV

A poco más de un año, Ambón tenía como prioridad el entrenamiento de Clim, el Bletsun de Fuego que esperaba dejar al mando del ejército. Pero bien sabía, se hallaba demasiado volátil como para tal menester. Entonces, como encargo extra, el príncipe "ordenó" que intentase acercarme al pelirrojo, con sutileza.

Comencé asistiendo a sus ejercicios con el maestro Frün, entregando su vaso con agua o zumo cuando lo requería, o dándole un paño para secar el sudor que se acumulaba en su frente o cuello. Eventualmente, sus miradas cargadas de fastidio dejaron de ser frecuentes.

Luego, me aventure en asistir a sus sesiones de control con Noemia, donde ella le pedía que encendiera cierta cantidad de velas en diversos lugares de la habitación. Su enfoque disuelto, le llevó a casi encender todo el cuarto en más de una oportunidad, pero siempre sofocaba el fuego antes de que fuese peligroso para ella, y para mi.

Y entonces... aquel día.

Me mantenía de pie cerca de la puerta, observando como Noemia instruía a Clim en el ritmo de su respiración, y este, a regañadientes, cerraba los ojos sentado en medio del húmedo y rocoso suelo, y permitía que las palabras de la mujer lo tocaran. No así sus manos.

—Arriba. Esquina derecha. Tres horizontal. Trece vertical. Tres no. Dos si. Abajo izquierda. Ocho no... —Le indicaba, consiguiendo que lentamente él encendiera las mechas de las velas que cubrían gran parte del lugar.

Errando en salto a tres, su fuego comenzó a consumir esas tres velas con mayor brío.

—Vuelve a empezar —gruñó Noemia, en lo que él abría los ojos y extinguía todo fuego, cerrando sus puños sobre la tierra.

—Lo intento —murmuró, con un deje de angustia casi imperceptible.

—Pon más empeño. ¿No querías servir al príncipe? En tu desenfrenada condición, no puedes ni ayudar a un insecto.

Las duras palabras de la mujer tuvieron el mismo efecto que las veces anteriores. Clim se puso en pie de un salto, mientras era envuelto en ráfagas de enardecido fuego surgidas de la misma nada. Empero, en lugar de quedarse a su alrededor, varias lenguas ardientes se lanzaron hacia Noemia. Una barrera invisible impidió que recibiera algún daño, no obstante, yo me hallaba a un lado de esa barrera.

Para cuando ambos se percataron, las faldas de mi vestido habían sido tocadas por el fuego, y este subía tratando de consumir todo el sencillo lino blanco. Fui incapaz de mover un solo músculo tras haber soltado un chillido ahogado... Segundos después, el fuego se extinguió de golpe.

Observe, con una mezcla inusual de miedo y fascinación, como las faldas se habían encogido en un revuelo negruzco hasta un poco más arriba de mis rodillas. Sorprendentemente, mi piel apenas fue rozada. Las voces del niño y la mujer resonaron lejanas, tras un estruendoroso replicar de mi corazón.

Por poco.

—¡No me culpes!

—¡Si me permitieras...! ¡Esto no habría pasado!

—¡... ¿Qué hace aquí?! ¡No debería...!

—¡... aunque sea un poco más de...!

—¡Ella no debería estar aquí!

—¡Hey!

Detuve su griterío, cuando logre enfocar mi mirada en sus figuras de pie, mientras se tiraban dagas con los ojos.

Mis rodillas sobre el frío y húmedo suelo, recalcaron el hecho de que me hallaba de rodillas –sólo sabrán los Dioses en qué momento caí– y la única luz sobre nosotros, proveniente de una lámpara de aceite en medio de la habitación, dejaba ensombrecidas las facciones de ambos.

—¿Te encuentras bien, Hazel? —preguntó Noemia.

—S-sí. —Asentí.

Clim soltó una maldición y salió de la habitación azotando la puerta con tal fuerza, que retumbó y se agrieto en los bordes.

—¡Clim! —Le llamó ella, con una mueca cargada de disgusto.

—¡Espere, Lord Clim! —Corrí tras sus pasos ignorando el consiguiente llamado de Noemia.

Me aventure por los pasillos escasamente iluminados, siguiendo sus fuertes pasos y maldiciones que retumbaban en las paredes. La intensidad de las antorchas y lámparas aumentaba cuando él caminaba junto a estas.

—¡Clim! ¡Espera, por favor! —insistí.

Acelere mis pasos, comenzando a jadear por la falta de aire justo antes de perderle de vista en un pasillo lateral. El húmedo aire rozaba la piel expuesta de mis piernas, siendo parte de mi dificultoso andar. Prometiéndome que comenzaría a ejercitar, tomé aquel pasillo casi tropezando con él a pocos metros.

—¿Qué quieres? —inquirió con un gruñido, dándome una mirada enfadada—. ¿No entiendes que soy peligroso?

—Pero, Clim... yo...

—¡Tu, nada! Ni siquiera sé qué haces siguiéndome. Estuve a punto de lastimarte, ¿por qué insistes? —Dio media vuelta, retomando su andar a bruscas zancadas.

Le seguí tratando de no tropezar, mientras hilaba los pensamientos que debía expresarle antes de perder la oportunidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.