Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo VI

¿Decirlo? ¿No decirlo?

En cuanto pude, deje las catacumbas y me interne por los pasillos escondidos de Palacio, evitando que la gente me viera. Ya en mi estudio, traté de centrarme en comenzar a hacer los pinceles. El crin de diversos grosores permanecía en un cazo con agua tibia, mientras preparaba las varillas en que los añadiría. Pero eso ni por asomo me distrajo.

Decidí entonces... comenzar un nuevo cuadro.

Frente al lienzo en blanco, cerré los ojos y analice mis sentimientos. Tenía miedo, eso no era algo de lo que dudar, no obstante, en mi pecho abundaba una calidez dolorosa. Una calidez que gritaba las palabras.

Cogiendo mi último pincel intacto, vertí algunas gotas de diversas pinturas sobre una paleta limpia, y comencé a trazar con oscuros tonos un fondo un tanto deprimente. Piedra pulida, escasa luz sin un lugar fijo del cual provenir, y un suelo pedregoso cubierto con una oscura sustancia rojiza. El espacio blanco en medio me parecía demasiado grande, pero no me atreví a cubrirlo.

Tras una pausa, deje mis herramientas y me sujete el cabello nuevamente, solo que en un desastroso rodete sobre mi cabeza, sujeto por dos pinceles ya inservibles. Comí una de las manzanas que guardaba en una caja, para recobrar energías, y volví a centrarme en el lienzo.

Perdiendo la noción del tiempo, otra vez, me dispuse a volver abajo cuando la poca luz del Sol fue bloqueada por nubes más gruesas. Baje a la primera planta dirigiéndome hacia la entrada de las catacumbas más cercana, cuando un rugido mitad chillido atravesó la quietud, deteniendo mis pasos. Tratando de dilucidar su procedencia, vi hacia la penumbra con mi corazón retumbando asustado... hasta que volví a escucharlo. Temblando por lo cerca que parecía estar, obligue a mis piernas a despertar. Avance tropezando y chocando contra las paredes, hasta que divise las antorchas encendidas a cada lado de la entrada, y entonces corrí esos últimos metros hacia la seguridad de los brazos del guardia.

—Ha-hay algo —Señalé a mi espalda, sin atreverme a voltear.

—Tranquila, milady —dijo el hombre, estrechándome con fuerza mientras daba unos pasos hacia el interior, comenzando a bajar la escalera en espiral sin soltarme.

No respire tranquila hasta que estuve frente al primer puñado de bien iluminados túneles.

—Vuelva a sus aposentos, debo asegurarme de que nadie quedó en Palacio. —Se despidió, dándome un apretón sobre un hombro antes de dejarme de pie bajo la luz.

Reticente, voltee un poco y le vi subir las escaleras con prisa. Un poco de admiración por su valor me embargo, y luego inhale profundamente, obligándome a continuar mi camino por los pasillos húmedos.

Lentamente, evitando caer, me dirigí hacia la entrada secreta del despacho de Ambón, pidiéndole a los Dioses no hallarlo ahí. Fui escuchada. No había rastro de él, ni Noemia, solo una vela encendida en el candelabro del rincón. Me escabullí a mi alcoba y cerré la puerta, para luego deslizarme hacia el suelo recargada en esta, y abrazar mis rodillas contra mi pecho. Permanecí ahí, en la misma posición, ahogando sollozos cargados de pánico, por lo que me parecieron horas y horas. Hasta que unos familiares golpes resonaron tras de mí, y la preocupada voz de Mara llamándome me recordó la gravedad de la situación. ¿Un Monstruos del Abismo dentro de Palacio?

Enjuagando mi rostro en la jofaina, trate de borrar todo rastro de las lágrimas antes de que utilizara su llave y me viera tan desastrosa como me sentía. Más no funcionó. Mara ingreso a mi alcoba y me observo en silencio un minuto. Luego, me pidió que me recostara sobre la cama boca arriba, y comenzó a aplicar compresas frías sobre mis hinchados párpados.

Nunca preguntó, tan solo me cuido.

Cuando la hinchazón bajo, me informo que el príncipe y Noemia me esperaban en la sala, por lo que acudí hacia el lugar con ella tras mis pasos. No me sorprendió encontrarles con los entrecejos fruncidos, ni titubee al sentarme junto a Ambón. Aunque, sí me sentí un tanto excluía de su plática.

—No hay de otra —decía él.

—La gente no estará feliz, era el único tiempo en que podían disfrutar un aire más puro —acotó ella, envolviendo entre sus manos la taza que luego se llevó a los labios.

—Sin embargo, su seguridad es prioridad. No podemos arriesgarnos. —Suspiró él, finalmente dirigiendo su atención a mi.

Me paralice por un momento, al vislumbrar en sus ojos una extraña mezcla de enfado y preocupación. La última algo común en él, pero la primera jamás había sido dirigida a mi.

—¿Te encuentras bien, Hazel? —Me pregunto Noemia.

Desvié la mirada a su persona, frente a ambos, aliviada en parte de no tener que continuar una silenciosa regañina de causa desconocida, y me atreví a mentir.

—Si. ¿De qué hablabais? —Inquirí, inclinándome hacia la mesita para coger mi habitual taza.

—Bueno, veras... —titubeo ella.

—He prohibido que los civiles abandonen las catacumbas —explicó Ambón, fríamente.




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