Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo VII

Ambón.

 

Me sentía herido, tenía que admitirlo. Aquella noche, la falta de Hazel a mi lado fue un duro golpe, al que no supe cómo reaccionar.

¿Qué debía hacer? Ella ni siquiera había desayunado conmigo la mañana siguiente. Pero todo en lo que podía pensar, apartándome de mis deberes pese al esfuerzo que hacía en concentrarme, era en ella. Ella y su sonrisa. Ella y su sinceridad. Ella y la calidez que me brindaba sin reparos.

Había esperado durante horas a verla aparecer, casi sin apartar mi atención de las puertas. Cuando la preocupación se había presentado, y fui hasta su alcoba con el alma en un hilo, no recibí respuesta alguna a mis suaves golpes. Entonces insistí con un poco más de energía, y trate de abrir. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que Hazel había cerrado con llave.

De vuelta en mi alcoba antes de que alguien me viera, no deje de darle vueltas a la última vez que le había visto: durante la cena. Su apagada mirada y escasa atención, la había ligado con cansancio. Aparentemente había errado.

Y ahí me hallaba, paseando por el escaso espacio de mi estudio, incapaz de desviar mis pensamientos hacia algo provechoso. Las mil preguntas nacidas durante la noche, y que había esperado en vano expresar durante el desayuno, martillaban en mi sien con molesta insistencia.

¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué?

Noemia ingreso por la puerta escondida, deteniendo mi nervioso andar. La sutil sonrisa en sus labios murió, siendo reemplazada por un ceño fruncido.

—¿Qué te ocurre? —inquirió.

—¿Dónde está Hazel? —pregunté, ignorando su respingo por mi brusquedad.

—Quién sabe —murmuró, estrechando su mirada—. No programamos clases para hoy, así que no sé. Puede estar con algún Noble, paseando por ahí, hablando con la gente... —Voltee, molesto por su imprecisa respuesta— o en su estudio.

Girando con brusquedad ante lo último, casi perdí el equilibrio antes de alcanzarla.

—¿Qué estudio? —Le pregunté bruscamente, sujetándola de los hombros.

Con una mueca cargada de disgusto se apartó, cruzando sus brazos sobre el pecho.

—No me toques —gruñó lentamente, antes de tomar aire y responder con igual hostilidad—. Su estudio de arte, Ambón. La conoces hace más de seis años, ¿y no sabías que ella ama pintar? ¿De qué se supone que han hablado?

Sacudí la cabeza, no queriendo escuchar su sermón.

—¿Dónde se supone que está ese estudio? —Gire hacia mi escritorio, para coger el abrigo colgado en el raspando de la silla.

—En el ala este de Palacio, quinto nivel. ¿Dónde se supone que vas? —Su último gruñido me persiguió hasta el pasillo.

Dejándola atrás, junto a sus regaños y quejas, me aventure a pasar por la cocina. Las sonrientes y gentiles mujeres ahí, me tendieron unas galletas y frutas antes de permitirme salir, alegando que debía comer más pues me hallaba muy delgado.

Una vez lejos del alcance de miradas curiosas, me interne por los pasillos, subiendo hasta una de los portillos que daba hacia Palacio. El guardia apostado ahí, me saludo con torpes ademanes, evidentemente nervioso por mi presencia. Dejándolo atrás, con una disimulada orden de que no comentará mi presencia a nadie, seguí el camino más corto hacia el ala oriente. Desviándome sólo cuando divisaba algún soldado o civil que podría haberme detenido.

Una vez en aquella ala, ascendí hasta el quinto nivel sin molestarme en evitar las miradas. Ya arriba, trate de adivinar en qué habitación podría hallarla, cuando me tope con dos mujeres. Una señora que enseguida reconocí como Lady Maica, y una de sus doncellas.

—Oh, majestad, buen día. ¿Qué le trae por aquí? —Me saludo lo mujer, con su sonrisa apenas enmarcada por las arrugas.

—Buen día, Lady Maica, señorita. Busco a Lady Hazel. —Explique sin rodeos.

Los ojos de la mujer brillaron, antes de saltar en una diatriba sobre "el hermoso trabajo de Lady Hazel", y "su fabuloso talento que, admite, envidia", hasta que finalmente me señaló que en última la puerta, del pasillo interior que acababa de abandonar, se encontraba ensimismada en su trabajo.

Despidiéndome con la mayor cortesía posible, me apresure en la dirección indicada. Las puertas abiertas y desgastadas, me permitieron vislumbrar la infinidad de diversos paisajes, retratos y bocetos indeterminados que cubrían las paredes, o reposaban sobre algún destartalado mobiliario. Sin embargo, mis ojos se posaron casi de inmediato en la figura medio iluminada, cerca de una sustanciosa abertura de la pared este. Moviéndose frente a un lienzo, con una firme mano plasmando trazo tras trazó una imagen, que desde mi lugar no lograba vislumbrar. Hazel resplandecía. Iba ataviada con uno de sus sencillos vestidos dorados y un pequeño delantal manchado, su cabello recogido sobre la cabeza, y su entrecejo fruncido en concentración. Todo conjugando una inexplicable escena de ensueño.




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