Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo VIII

El puñado de siguientes días, evite con cierta dificultad a Noemia y exitosamente al príncipe. A pesar de la prohibición, tenía un enorme punto a mi favor: la cantidad de entradas son superiores a la cantidad de soldados. Así que, con mis conocimientos sobre las catacumbas, logre hallar un lugar propicio para mi "pequeño proyecto".

Tras algunas vueltas por aquí y allá, antes de subir hacia el acceso que daba al interior de una de las mansiones circundantes a Palacio, logré mantener a raya cualquier mirada curiosa. La única pequeña dificultad había sido trasladar el lienzo y las pinturas que necesitaba desde el quinto nivel, ya custodiado por soldados. Lo cual me llevó a agradecer la insistencia de Noemia, a que aprendiera los pasadizos secretos de todo Palacio.

Algo muy complicado.

Pero al fin tenía un lugar, más o menos seguro, donde dedicar algunas horas al último trabajo que haría. Aunque me doliera.

Entonces, me hallaba terminando aquella imagen cuando escuche un estremecedor crujido desde el tejado. Sin permitirme titubear, cubrí la obra con una manta y la oculte tras el sofá de aquella habitación, tratando de ser lo más silenciosa posible. Luego baje las polvorientas y maltratadas escaleras, sorteando los escalones que crujían más de lo que era bueno, y fui directamente a la entrada a las catacumbas. Solo deteniéndome a encender la lámpara, antes de continuar por la oscuridad hacia el gran comedor.

Una vez sentada junto a Clim, Lesson y Garb, comí escuchando su escueta platica, respondiendo a algunas esporádicas preguntas sobre mi opinión de uno u otro tema. Mientras mi acelerado corazón se calmaba.

Cuando Clim y yo incluso comíamos nuestras porciones de fruta, Lesson y Garb se marcharon, con la idea de una "revancha" en espadas cuanto antes mejor. Por lo que quedamos a solas.

—¿Cuanto te falta? —inquirió, dejando su pocillo a un lado.

Evidentemente se refería al cuadro, por lo que fingí meditar un poco en ello. Mi lentitud, una molestia para él, reflejada en sus facciones.

—Mañana —dije al fin, riéndome a costa de sus gruñidos.

—No olvides llevarla contigo. —Medio gruñó, poniéndose de pie.

Sabía que se refería al puñal, pero preferí ignorar su comentario y desviar la conversación. No es que lo olvidara, pero prefería evitar a toda costa tener que utilizarla.

—¿Te gustaría acompañarme? Se que le gustas a Lady Maica, y tu presencia me ayudaría a evitar sus preguntas sobre el príncipe. —Le mire con súplica, esperando que cediera aunque fuera por esa vez.

Tras desviar la mira con una mueca, él me explico:

—Lo siento, quede en entrenar mi puntería con Noemia.

Sintiendo algo de decepción, acepte su excusa como verdadera, puesto que nunca me había mentido ni decepcionado.

—Bien. —Asentí, levantándome a regañadientes—. Tendré que ingeniármelas. Tal vez pueda inventar una excusa, e irme antes de que comience con eso.

—Eso. No te desanimes. —Agito mi cabeza con una mano, enredando mi cabello.

—¡Hey! —Me queje, dándole un manotazo antes de intentar arreglar el enredo.

Él cogió nuestras bandejas y las llevó hasta la mesa de la vajilla sucia, con una sonrisa tirando de sus labios.

Una extraña sensación me persiguió hasta mi encuentro con Lady Maica, y no me dejo, incluso cuando me escurrí hacia mi alcoba, encerrándome a estudiar antes de que el príncipe o Noemia me vieran. A la mañana siguiente, la sensación parecía haber crecido. Ya fuera por la pesadilla habitual, o la soledad que me embargó al ver los oscuros rincones de mi alcoba. Pero presionaba mi pecho, instándome a buscar la seguridad que el príncipe alguna vez me brindó.

Con una triste sonrisa, ante mi renuencia infantil a siquiera pensar su nombre, espere hasta la llegada de Mara y Lorret, quienes me ayudaron a tomar un baño, vestirme, y finalmente me acompañaron por el pasillo en dirección a la cocina. Pasando fuera de la sala, sentí la tentación de comprobar si Noemia o el príncipe se hallaban ahí. Reduje el paso, y escuche unos murmullos que finalmente me detuvieron. Mara y Lorret me imitaron, dándome una mirada cargada con curiosidad. Trate de esbozar una sonrisa, sintiendo que el impulso de verles ganaba mi batalla interna, aunque luego tuviera que inventar una excusa si era descubierta.

Suspirando, retrocedí un poco y gire lentamente el pomo, para luego empujar la puerta poco a poco. Mis doncellas tuvieron el tacto de no hacer ruido.

—... digas eso —decía Noemia.

—Sabes que es verdad —decía el principie, de pie frente a ella, dándome la espalda—. Hazel no será mi esposa, no será la Reina de Radwulf. Así que deja esa idea...

Su espalda se tensó. Vi el rostro de Noemia, observándome con sorpresa y... lástima. Y entonces él volteo. Su mirada reflejando la de ella, pero con un borde cargado de tristeza.

No se que reflejaba mi rostro, pero él dio un paso hacia mi. Inmediatamente retrocedí ese paso, y luego otro, y aparte los ojos de aquella escena, tratando de evitar caer en el profundo abismo que se abrió en mi pecho.




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