Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo IX

Ambón perdió la conciencia antes de que pudieran colocarlo en la camilla, boca abajo sobre la gruesa tela. Dirigiendo mi mirada a las profundas marcas de garras que atravesaban sus ropas y espalda, y la sangre que continuaba emanando, el pánico atizo mi pecho. Clim me sostuvo, obligándome a hundir mi rostro en la curva de su cuello. Un chillido reverbero a nuestro alrededor. Solo el ardor en mi garganta llevándome al efímero pensamiento de su origen, antes de que Clim me cogiera entre sus brazos y la neblina de dolor me cegara.

Cuando fui tendida en las familiares pero frías mantas de mi lecho, salí de la dolorosa conmoción exigiéndole a Clim que me llevara con Ambón. No necesitando mucho para convencerlo.

Las horas siguientes... fueron un suplicio.

Doncellas de todas las edades entraban y salían de su alcoba, acarreando trapos limpios y sucios, con sangre y pus, agua tibia o helada, cristalina o con sangre. Durante esas largas horas, no pude hacer más que sujetar su mano y esperar que el ungüento de Noemia funcionara.

Negándome a dejar la habitación, termine cediendo a la petición de Noemia de ir al cuarto de aseo del príncipe, y quitar de mi piel y ropas los rastros de aquel día. Sabiendo que su recomendación de "no verme tan desastrosa cuando él despierte", era una cuestión sensata.

—Se repondrá —decía Lorret, quitando la sangre de Monstruo de mi cabello con manos temblorosas—. Ya verá, la medicina de Noemia es muy efectiva.

Mara se limitó a colocar más brazas bajo la tina, asintiendo a las palabras de Lorret con la mirada perdida.

Ya limpia, volví a mi lugar junto a su lecho, recibiendo tazas con brebajes que apenas saboree, pan caliente y frutas en trozos que apenas lograba tragar. En un momento dado, deslice mi mano por su mejilla quitando su cabello de sus ojos. Un cabello que necesitaba ser cortado, pero su suave cabello color marrón, enmarcando unos ojos dorados.

Mis parpados pesaban y mi corazón retumbaba en mis oídos con una mezcla de amor y preocupación, mientras mi mente viajaba a la primera vez que le había visto así, durmiendo. Una de aquellas primera noches.

Me había dormido en su lecho, cálida y cómoda, sin embargo... algo me despertó. Abriendo los ojos con reticencia, me descubrí a unos diez centímetros de su rostro. Sus rasgos suavizados por el sueño aceleraron mi corazón, una reacción a la que ya estaba acostumbrada, pero sabía que esa no era la razón de mi repentina inquietud. Sobre mi cadera, permanecía un agradable peso.

Me basto una mirada entre nuestros cuerpos, para saber que uno de sus brazos me sostenía ahí, o se aferraba a mi, cualquiera fuese el caso, no sentí el menor impulso de apartarle. Esperando que el sueño y la calma volvieran a mi, inhale su aroma y repase sus rasgos lentamente. La curva de sus cejas, sus pestañas, la pronunciación de su nariz, el contorno de sus labios, las puntas de su cabello que rozaban lo alto de su pómulo. Ahí, sobre la curva de su ceja izquierda, y a un centímetro de la raíz de su cabello: una peca. Solo una pintita marrón claro, pequeña y suave, casi imperceptible, que tenía toda la apariencia de llegar a ser el lunar distintivo de su madre, la fallecida Reina Bala. Me costó un largo minuto percatarme de su mirada, y mucha voluntad no pegar un brinco.

¿No puedes dormir? —inquirió con voz ronca. Su cercanía, un bálsamo inquietante y relajante a la vez.

Asentí lentamente, temiendo que mi voz delatara mi reciente inspección.

Él pestañeó somnoliento y apartó su brazo con lentitud dirigiéndolo a su nuca. Tras rascar su cabeza, desordenando aún más su cabello, hizo todo lo contrario a lo que temí. Me envolvió entre su brazos, jalándome hacia su pecho. Su aroma me embargo, y obedeciendo a su suave y silenciosa petición, cerré los ojos dejando de pensar. Deseche los planes, las preocupaciones, el dolor y me centre en él. Nada más que él.

—Hazel... —Tarde un momento en reconocer aquella voz—. Hazel, deja de pelear conmigo y métete bajo las mantas.

Pestañee varias veces, recobrando los sentidos lentamente. La cama, Ambón, los Monstruos del Abismo.

—Hazel —gruñó Clim.

Girando mi rostro, vi que Clim sujetaba mi mano libre, que yo mantenía firmemente cerrada en un puño, mientras que con la otra todavía sujetaba la mano de Ambón. La dureza de los músculos en mi brazo y su ceño fruncido, fueron la única señal de mi violenta reacción adormilada.

—Oh —murmuré, luchando contra las repentinas lágrimas.

—Métete bajo las mantas —dijo lentamente, soltando mi mano.

Obedeciendo, alce las mantas y me acurruque junto al príncipe, tratando de no pensar en las múltiples razones por las que no debía hacer aquello, y volví a aferrar su ya cálida mano. Noemia apareció en el lado opuesto de la cama, y se inclinó para tocar la cabeza de Ambón. Detuve el repentino impulso de apartar su mano, recordándome que jamás le lastimaría. Segundos después, ella se apartó hacia la suave penumbra soltando un suspiro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.