Hazel (el otro Radwulf 1)

Capítulo XIII

Mara y Lorret terminaban de atarme las cintas en la espalda de aquel vestido, obviando mis quejidos. La ligera seda azul grisácea se ajustaba a mi figura desde la mitad de mis caderas hasta en busto. Decorada con encaje en el escote en V, las mangas cortas y el bordillo que se alzaba por la izquierda hacia mi cadera. Un puñado de Jnah descendían desde ahí, regándose con sus ramas por toda la parte baja. Mi cabello marrón permanecía sujeto en lo alto, cayendo con suaves ondas sobre mis hombros. Y para resaltar mi lugar entre la gente, el escudo de la familia Real colgando en medio del escote, como único adorno relevante.

Todo como debía ser para la ceremonia de Coronación.

—Listo. —Canturreo Lorret.

Mi reflejo no podía verse más nervioso, aún si lo intentase. Así que asentí, y me encamine entre mis doncellas hacia las puertas de mi alcoba.

Para mi mala fortuna, no había visto a Ambón en toda la mañana. Sólo recibí el anuncio de que Clim había vuelto y se llevaría a cabo la Coronación, tal y como se tenía previsto. El Gran Consejo ya se hallaba por completo en Palacio, y todos los nobles que pudieran iban a estar presentes. Sin embargo, él me había advertido que no permitiría la continuación de la ceremonia sí no me hallaba presente.

Chantajista.

Finalmente fue visible la multitud de nobles que todavía no ingresaban al salón del trono, segundos antes de que, una a una, las miradas cayeran sobre mi. Hombres, mujeres y niños dieron una leve reverencia en mi dirección, despejando el camino hacia las puertas mientras luchaba contra mi bochorno e incomodidad. No veía que algún día me fuese acostumbrar a esos tratos especiales. Empero, había dado mi palabra de que me esforzaría.

Dentro del salón, las paredes terminaban de ser adornadas con lienzos del nuevo escudo, el cual Noemia y yo confeccionamos, y otros tantos del esbozo de la isla. En medio del piso de piedra, desde la entrada hasta los peldaños hacia el trono, se extendía una alfombra dorado-rojiza ribeteada en azul grisáceo. El cielo raso tenía desgastes y manchas por el tiempo, estropeando gran parte de las figuras que lo decoraban, en un contraste abrumador con todo lo nuevo. Y al fondo, alzándose al final de los escalones, estaba el nuevo y reluciente trono de oro y plata entretejidos, acojinado con una réplica de la larga alfombra y el escudo de la familia Real en el respaldo.

Por unos minutos titubee en medio del salón, buscando a mi prometido en los rincones cubiertos por lienzos.

—Hazel —Su voz alivio mi repentino pánico.

Le vi descender los escalones y me apresure a llegar a su lado. Sólo necesitando que sostuviera mi mano, nada más, sólo su mano para que me asentara en la realidad de las cosas. Para que ese día no fuera un simple sueño.

—Ambón —gimotee, sujetando la mano que él extendió hacia mí.

—Tranquila, amor —dijo, deslizando su mano libre por mi mejilla.

Su calor alivió mis inquietudes, y suspirando con placer recargue mi rostro en su palma, sus ojos trabados en los míos. Y por un precioso momento sólo éramos los dos. Ninguna persona, ningún título ni reino, sólo los dos personas entregando su corazón al otro.

—Este, majestad. —Carraspeó Mara, reventando nuestra preciosa burbuja.

—¿Eh? —Y mi hermoso prometido no podía verse más confundido, o apuesto.

Los nobles ya ingresaban al salón, dispersándose a cada costado de la alfombra mientras los doce miembros del Gran Consejo accedían por el pasaje a la izquierda del trono, cubierto por un lienzo con el escudo de Radwulf, y permanecían de pie seis a cada lado del trono.

Entretanto los últimos nobles ingresaban, algunos humildes ciudadanos, doncellas y cadetes, permanecieron detrás con alegres sonrisas.

Ambón dio un apretón tembloroso a mi mano, atrayendo mi atención a él. Con sus ojos vagando por el salón y su labio inferior entre los dientes, era la viva imagen del nerviosismo.

—¿Lista? —murmuró.

Me trague mi réplica de "a ti debería preguntarte eso", conformándome con un asentimiento. Segundos antes de sentir una mirada sobre mi. Al voltear, vi a Clim acercándose con paso tranquilo, y tras él los niños del coro comenzaron a entonar la evocación a los Dioses.

«Sublimes en su Reino de las Estrellas...

De las cenizas siempre retornar...»

El impulso de ir hasta él y comprobar que se hallaba perfectamente, me golpeó justo antes de que Ambón susurrara en mi oído.

—Luego, mi amor.

Suspire, y centrándome en él me alcé sobre mis doradas zapatillas, plantando un beso en su mejilla. Su sorpresa y mi arrebato provocaron risitas y murmullos, pero por primera vez el más avergonzado era Ambón.

Clim llego a mi lado, y todavía luchando contra su bochorno, mi prometido lo saludo con un movimiento de cabeza.

—¿Hazel? —murmuró el pelirrojo, ofreciéndome su brazo.

Asentí y enlazando mi brazo derecho con el suyo, sonreí a mi amado, dirigiéndome segundos después hacia la parte delantera de la congregación, justo a la izquierda del trono y a un paso de los escalones.




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