Hazel (el otro Radwulf 1)

Epílogo

Era casi mediodía y el sol brillaba en lo alto, creando suaves sombras en el jardín central de Palacio, en medio del cual se ubicaba la gran estructura de la glorieta de Unión. Los asistentes de la nobleza se movían incómodos entre los doce pequeños matorrales de Jnah, que se aferraban a los pilares y que representaban las doce puntas de la estrella guía, mientras que los humildes ciudadanos y los orgullosos soldados comenzaban congregarse alrededor.

Antiguamente, la presencia de los plebeyos en una ceremonia Real estaba prohibida. Sin embargo, el fallecido Rey Amilcar se había desecho de una norma tan absurda, demostrando con su propia Unión que no había cabida para la exclusividad en una ceremonia que compete a todo Radwulf. Y Ambón, no sería una excepción.

Desde hace más de una semana que habían comenzado a llegar carruajes y carros desde todas las ciudades y pueblos, con cientos y cientos de personas que ansiaban presenciar el hecho. La unión entre Hazel de Duhjía y Ambón de Real era celebrada por todo el reino. Las peticiones a los Dioses de una plena vida y muchos hijos para el Rey y la nueva Reina, se escuchaban allá donde fueran. Cánticos a los Dioses se alzaban uno tras otro, y hasta una nueva tonada en honor a ellos había sido creada.

Los malos presagios quedaron completamente descartados.

Pero dentro del Palacio, en el área de la familia Real, Lady Hazel se observaba en el espejo de pie dentro de su alcoba. El vestido de un suave dorado que caía sobre sus muslos, cuyo corsé se ceñía a la suave curva de su cintura y realzaba el sutil escote de su busto, terminando e iniciando con una franja de encaje con flores de Jnah, soles y lunas entretejidas, y compuesto por ligeras capas de los tres materiales ceremoniales; lana, lino y seda. Daba un toque extraño a sus ojos grises.

Sin maquillaje, con la piel suave por los aceites y pomadas con que había sido tratada por sus doncellas, y el cabello suelto en naturales y suaves rizos, se veía más hermosa de lo que creyó posible. Bien sabía que su belleza "de niña" era la que más destacaba en su día a día, pero su reflejo entonces era el de una mujer. Una digna Reina para Radwulf.

Suspirando, volteo para verse en los cálidos ojos de Noemia. La mujer le había dado un cariño incondicional todos esos años, y cuya insistencia de involucrarla en los asuntos de Ambón era más que importante. Sin ella, seguramente ese día no habría llegado. Hazel, ni en sus más alocados sueños se imaginó que lograría casarse con él, el joven príncipe de Radwulf, el necio y sobreprotector muchacho que le había dado tanto, y que amaba irrevocablemente.

—Que los Dioses bendigan tu Unión y el fruto de esta, Hazel.

Los ojos de la nueva Reina se empañaron por la emoción. Sin poder hablar se abalanzó a los brazos de Noemia, agradeciendo a los Dioses haberla conocido.

—Gracias —murmuró, siendo envuelta por el calor maternal de la mujer.

Aquel mediodía, la gran multitud que se congregó en el jardín central de Palacio y en los pasillos exteriores de los pisos superiores en torno, fueron testigos de un juramento sincero entre dos personas que dieron y darían todo por las tierras que aman. Atestiguaron con inmenso orgullo, como su tierra se pintaba con nuevos colores.

Aquel día, fue coronada una nueva Reina para Radwulf.

 

 

 

Fin de la precuela.

Continuar la lectura con Hielo en mis venas.




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