Heradise: Redención

XII. Dilia

Sitara no tenía palabras. Pim estaba convencido de que era ella y expresaba su incesante felicidad.

—¡Es Minerva!

—Sí, es ella, ¿cómo la conoces? Konan me contó que era confidenc… ¡¿estuviste espiándonos?!

Pim apartó la mirada nervioso y negó incontables veces, pero Sitara le guiñó la oreja, molesta, a lo que Pim reaccionó con quejidos.

—Ay, basta.

—No vuelvas a hacerlo.

Olvidaron fácilmente la falta de Pim, al apreciar detenidamente a Minerva.

Sitara se acercó a la pared mágica e intentó ver detalladamente lo que la manta morada permitía.

Pim se acercó a ella e imitó sus acciones.

—Konan no es buena ocultando cosas, ese sello estaba a simple vista.

—Si Konan no exageró —dijo Sitara—, Minerva debe tener más de un siglo, e increíblemente, sigue teniendo el cuerpo de una niña.

Sitara ignoró las palabras de Pim y recalcó las características jóvenes que llegaba a percibir en su rostro. Pim suspiró con tristeza y se fue a observar los cincelados del pasillo.

—¿Qué tienes? —preguntó Sitara.

—No sé… deseaba hablar con ella. Quería hablar con alguien que me entendiera. Alguien que haya sufrido por culpa de la discriminación…

Pim bajó la mirada y dejó salir un largo suspiro.

—Pim…

Sitara tuvo un conflicto mental al ver a Pim. En una fracción de segundo, su mente intercambió la imagen de Pim, por la imagen de Devika.

«Devika…» Sitara sintió pulsaciones incómodas en su corazón y aclaró su voz.

—Deberíamos irnos, Pim. Konan no durará en descubrirnos.

Ambos no lo habían notado, pero Konan los estaba viendo, de pie, en las escaleras.

—Es muy tarde para eso.

—¡Lady Konan! —expresó Pim, asustado—. Disculpe mi osadía, no fue mi intención faltarle el respeto al entrar en una de sus salas y luego entrar sin permiso por este pasaje secreto a la habitación secreta de Minerva.

Pim habló a la misma velocidad de una locomotora, entorpeciendo los oídos de Konan.

—Demasiado rápido, Pim —expresó asustada—. Solo entendí: mi nombre, faltarle el respeto, sin permiso, y Minerva.

Sitara estaba sorprendida por la reacción de Konan.

—¿No está molesta con nosotros?

Konan alzó la ceja confundida.

—¿Molesta? No, no, solamente un poco, por haber partido en dos mi pluma favorita.

—¿Entonces…?

Pim alargó la palabra.

—Entonces, déjenme explicarles. Yo no suelo usar un sello, es más llamativo, simplemente hago invisible el botón y como nadie piensa en tocar el fondo del estante, nadie abre por accidente el pasaje.

Sitara asintió lentamente sus palabras.

—Entonces quería que entráramos.

—Así es. Y mi motivo es simple, pero difícil de aceptar. Quiero que me ayuden a cuidarla, quiero que sanen su espíritu para que pueda empezar una vida fuera de Limbo.

Ambos casi perdieron el aliento al escuchar tal petición de Konan.

—Pero, Konan…

Expresó Sitara, conmocionada. En sus incontables años como comandante de Calamidad, era la primera vez que le encargaban algo tan delicado como cuidar y tratar a alguien como Minerva.

—Sé que es difícil…

—Lady Konan —respondió Pim—, si usted tampoco pudo sanarla, siendo la Matriarca de los Elfos. ¿Cómo lo haremos nosotros? Un niño marginado, y una forastera.

—Tú eres alguien que ha sufrido algo similar. Fácilmente empatizarás con ella, además de que comparte tu edad física. Y Sitara, ella es ajena a toda la historia, no comprende el racismo entre los elfos y los elfos oscuros, podrá cuidarla y quererla sin límites. ¿No les parece?

La mirada de Konan expresaba seguridad, una seguridad que para ellos significaba que confiaba plenamente en ambos, y eso no hacía más que darle más peso al problema.

—¿Y… si fracasamos? —preguntó Sitara.

—No creo que eso pase, pero de ser así… mi gente tendrá que asumir sus pecados. Amo a mi creación, pero, no puedo permitir que ese amor ciegue mi juicio. Minerva es el fruto del odio y del miedo de los elfos, deben afrontar aquello que crearon y condenaron sin motivo.

Pim estaba callado, ensimismado tras escuchar las palabras de Konan, estaba extrañamente feliz, de que existiera la posibilidad de enfrentar a los elfos.

—Konan. ¿Cree que sea buena idea lidiar con este asunto interno, mientras lidia con el problema de Heradise, en general?

—Los elfos son los que menos participación han tenido en todo esto —expresó—. Después de todo, son ajenos a la guerra. Solamente participan si es de vital importancia su intervención.

Konan cruzó lo que quedaba del pasillo para acortar distancias con ellos. Luego, colocó sus manos en los hombros de ambos.

—Ustedes podrán ayudarme con esto, mientras yo lidio con los asuntos diplomáticos y bélicos para proteger Heradise. En todo caso, ¿aceptan?

Sitara y Pim compartieron miradas.

—Aceptamos.

Konan sonrió con viveza y les hizo un pequeño gesto para que la siguieran. Colocó su mano sobre la pared y desapareció al tacto, permitiéndoles a ambos acercarse a Minerva. Sitara creía que el término elfo oscuro aplicaba también a su color de piel, pero ese no era el caso, el tono de cabello es lo que los distingue de los elfos, se sintió mal al darse cuenta de que estaba equivocada. La piel de Minerva era clara, pero grisácea, producto de la nigromancia. Su cabello negro estaba bien preservado y peinado, tenía cicatrices alrededor de su garganta, en sus mejillas y orejas. Pero a pesar de ello, tenía la belleza de una doncella.

Sitara apretaba sus manos en puños, su sangre ardía, deseosa de matar a golpes al que la lastimó —como si no bastara el castigo que Minerva le impuso—. Pim, intentaba desanudar su garganta. Konan acercó sus labios al rostro de Minerva y besó su mejilla.




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