Heredero del trueno

Donde el trueno no alcanza

La carta de Germán contenía algo más que amenazas. En una de sus esquinas había una coordenada mal borrada, como si hubiera querido ocultarla de último momento. El joven la hizo copiar y comparar con los mapas antiguos de la hacienda. No coincidía con ninguna parcela. Pero uno de los arrieros veteranos reconoció el nombre que aparecía en una nota: La Quebrada de los Caídos.

—Es tierra maldita —dijo el hombre, haciendo la señal de la cruz—. Alejandro mandó cerrar el paso hace años. Dicen que allá fue donde se pactó algo… algo que él nunca quiso contar.

Con una mezcla de miedo y determinación, el heredero del trueno decidió ir él mismo. No llevó escolta. Solo su caballo, una linterna, y la vieja escopeta de su abuelo.

El camino era denso, cubierto de ramas secas y silencio. Al llegar a la quebrada, encontró una construcción en ruinas: una antigua casona de piedra, medio enterrada en lodo y vegetación.

En su interior, descubrió símbolos tallados en las paredes: serpientes entrelazadas, con inscripciones en latín y fechas que databan de más de cien años atrás. Pero lo que más lo impactó fue un mural semicubierto por musgo. Representaba a un hombre de espaldas, con un bastón en forma de serpiente… y a sus pies, una finca rodeada de truenos.

—Me están vigilando —pensó.

Y tenía razón.

Mientras exploraba, oyó pasos. Voces apagadas. Alguien más había llegado. Se ocultó entre escombros y escuchó una conversación en susurros:

—¿Germán ya salió?
—Sí, pero lo vigilan. El patrón no está contento.
—¿Y el muchacho?
—Dicen que vino. Solo.
—Entonces… que no regrese.

Sintió un escalofrío. Estaba en territorio enemigo. Salió por una ventana rota y se internó entre los árboles. Corrió como nunca antes, con el viento en contra y la garganta seca. Los disparos comenzaron poco después.

No sabía si era suerte o instinto, pero logró escabullirse hasta alcanzar el río. Se arrojó sin pensarlo, dejándose llevar por la corriente. Horas después, mojado y exhausto, llegó a casa.

—No volveré a subestimar lo que hay más allá de mis tierras —murmuró, mientras limpiaba el lodo de su ropa—. Pero ahora sé algo que ellos no saben: tengo miedo… sí. Pero también tengo un propósito.

Y eso, pensó, es más peligroso que cualquier símbolo.



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En el texto hay: aventura epica

Editado: 05.05.2025

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