Sangre bajo la tierra

La hacienda respiraba un aire tenso. La carta de Caelum había abierto una herida silenciosa: alguien cercano era el contacto. Alguien que comía con ellos, que caminaba entre los corrales, que conocía cada rincón.

El joven no dormía bien. Se turnaba con dos peones fieles para vigilar los accesos. Cada movimiento, cada mirada, era motivo de sospecha.

Hasta que una noche, una explosión sacudió el ala oeste de la hacienda.

Corrieron todos. El viejo granero ardía en llamas. Dentro… los caballos principales. Y entre ellos, el cuerpo de Manuel.

El joven cayó de rodillas.

—¡No… no puede ser él…!

Pero lo fue. Manuel había ido esa noche a revisar los amarres del granero. Había notado algo extraño, cables y garrafas escondidas. Cuando entró a inspeccionar, activaron el mecanismo.

La rabia no le cabía en el pecho. Pero no era solo ira. Era decepción. Dolor. Había perdido a un leal. A un amigo.

Y lo peor… es que el culpable seguía ahí. Dentro.

La mañana siguiente, el joven reunió a todos. Por primera vez, habló con una voz que no parecía suya. Era la voz de Alejandro. Firme. Férrea.

—Uno de ustedes… vendió a un hermano. Uno de ustedes dejó que el fuego caminara sobre esta tierra.

Miró a todos a los ojos.

—No me importa cuánto tiempo me tome. Pero voy a arrancar esta serpiente de raíz. Y si eso significa romper esta tierra con mis propias manos, lo haré.

Más tarde, uno de los niños del molino se acercó con un sobre.

—Lo encontré donde duerme Jacinta —dijo con inocencia.

Dentro, había notas con horarios, cambios de guardia, y un pequeño papel con una frase escrita:

"Caelum quiere ver si el trueno aún ruge."

El joven lo entendió al instante. Jacinta no era la mente. Pero sí, un canal.

Y el juego... apenas estaba empezando.