Tras la partida de Jacinta, el joven cerró el acceso al pozo seco. Lo selló con piedras y colocó dos hombres en vigilancia permanente. No quería que la serpiente volviera a arrastrarse por donde antes se ocultaba.
Esa noche no durmió. Revisó cada cuaderno viejo de Alejandro, buscando algo más que cuentas o estrategias. Quería saber quién era Caelum. Por qué parecía conocer tanto de la hacienda. Por qué lo odiaba.
Fue en un diario, escondido detrás de un marco, donde encontró una entrada escrita a mano, casi borrada por el tiempo:
"Caelum no siempre fue Caelum. Una vez lo llamé hermano. Una vez lo creí justo. Pero el poder lo pudrió antes de que pudiera corregirlo. Cometí un error, uno que enterré junto con su nombre. Si algún día regresa… no lo enfrentes con odio. Enfréntalo con verdad."
El joven se quedó helado.
Alejandro había tenido un hermano. ¿Un socio? ¿Un amigo?
Siguió leyendo.
"La tierra que le cedí… jamás debí cederla. Era parte del corazón del Trueno. La serpiente nació ahí. Y ahora se arrastra por todos los caminos."
Una fecha: 1968. Un nombre apenas legible al pie: Celso.
—Caelum… Celso —susurró el joven.
Era claro. El enemigo tenía raíces familiares. Tal vez incluso era parte del linaje.
Ahora todo cobraba sentido. El odio, el conocimiento detallado de la hacienda, el símbolo de la serpiente como algo antiguo. Caelum no quería solo destruir… quería reclamar.
El joven cerró el diario y miró el campo dormido.
—Si viene uno de sus hijos, que venga. Pero ahora sé lo que defiendo. Y sé de dónde viene el veneno.
Al amanecer, mandó llamar a los líderes de los pueblos cercanos. Era hora de formar su propia red. No solo para defenderse, sino para preparar la contraofensiva