Herencia Maldita

Capítulo 4: Esperanza

Antes de que Alice llegara a mi vida, esta era un completo desastre; ante los ojos de los demás yo lo tenía todo. Mis padres eran exitosos, teníamos dinero, una casa gigante, autos de lujo, ropa y artefactos de última generación. Para todos yo era un chico con suerte, o mejor dicho alguien que tuvo la fortuna de nacer con ''una cuchara de oro en su boca''.

Pero la realidad era otra, ciertamente lo tenía ''todo'', sin embargo, dentro mío solo existía un enorme vacío y eso lo he sentido eso desde que nací, o al menos desde que tengo uso de razón y es una sensación horrible.

Creí que cuando creciera aquello a lo que yo llamaba agujero negro, porqué devoraba mis emociones, iba a desaparecer, pero no lo hizo. Esa cosa solo crecía más y más, quizás con la intención de hacerse tan grande para al final ser capaz de devorarme por completo.

Mi vida era tan patética, tan miserable que ya no podía seguir soportándolo y por ello tomé la decisión más sensata que se me ocurrió. No sé si fue cobardía o desesperación, pero decidí causarme la muerte, algo rápido, eficaz e imposible de revertir. Tomé dos frascos de pastillas para dormir y por último encontrándome al borde de perder la consciencia, até una soga a mi cuello y dejé caer mi cuerpo al vacío.

Antes de cerrar mis ojos oí los tacones de mamá correr rápidamente hacia mi habitación, y sentir los brazos fuertes de mi padre sostener mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, una luz brillante me alumbraba, por un momento creí que estaba muerto y me alegré, pero luego me di cuenta que se trataba del doctor que ''me salvó la vida''. En frente mío se encontraban mis padres aliviados de que estuviera vivo, pero yo solo quería gritarles por haber arruinado mis planes, por regresarme a este infierno, pero no podía hacerlo ya que aquella soga logró lastimarme demasiado, tan solo podía llorar de frustración.

Cuando la noche llegó, nos quedamos mis pensamientos suicidas y yo completamente solos en la habitación; cuando el reloj apuntó la media noche la puerta de mi habitación se abrió sola y las luces comenzaron a parpadear y un hombre de aspecto misterioso, pero a la vez escalofriante ingresó, cuando lo vi a los ojos me convencí de tomar su mano y partir con él a donde fuera. Yo ya no tenía miedo, ni dudas, quizás con ese sujeto podría encontrar cualquiera de las dos cosas que más anhelaba en el mundo, la primera era la muerte y la segunda a la que casi y ya no le tenía fe, era a aquello que destruyera el agujero negro de mi alma.

Aquel sujeto me metió dentro de un camión el cual condujo por varios días el cual poco a poco se fue llenando de más niños, algunos de mi edad, quince años otros de doce y los más pequeños de cuatro y cinco años, quienes eran los que lloraban todo el tiempo, mientras que los más grandes simplemente permanecíamos tranquilos y con la mirada perdida.

Aquel camión viajó por mucho tiempo y cada cierta distancia nos deteníamos para ser llevados a una especie de enfermería donde nos inyectaban algo extraño que, hacia estremecer nuestros cuerpos, y no todos lo soportaban. En el inicio de aquella travesía éramos cincuenta los niños, luego de las primeras vacunas nos redujimos a la mitad, y con el paso del tiempo solo quedamos diez. Aquellas inyecciones me hacían sentir como un recipiente vacío, mucho más vacío que antes sin sentimientos ni emociones.

Mi aspecto físico también cambió, me veía deplorable ya que no comíamos con frecuencia ni nos bañábamos, éramos solamente unas ratas de laboratorio para aquel sujeto; él quería obtener algo con todo eso, las vacunas tenían un porqué, pero claramente él no nos daría las respuestas. Al principio creía que quizás las inyecciones servían para separar a los débiles de los fuertes, pero ahora ya no sé qué creer, pero desde la primera dosis hasta el momento he logrado soportarlo con firmeza.

El tiempo siguió transcurriendo y de repente un día, aquel sujeto quien se hacía llamar ''El Oscuro'' nos bajó del camión y llevó a un lugar extraño donde nos bañaron por primera vez en mucho tiempo y vistieron con ropa deportiva de color blanco; él nos dijo que habíamos pasado tres años viajando y que nosotros diez logramos superar todas las pruebas y por ello había llegado el momento de ser llevados hacia el ''Cuartel''.

Mientras caminaba torpemente por el lugar, no pude evitar sentir que era observado, en realidad todos llamábamos la atención, sin embargo, mi cuerpo y todos mis sentidos solo apuntaban hacia una dirección, una en la cual se hallaba una muchacha que de inmediato despertó la curiosidad en mí. Ella era pequeña, misteriosa, pero además demasiado hermosa, ella era lo que había estado buscando por demasiado tiempo. Si en definitiva lo era y lo supe de inmediato con solo verla, ya que en ese instante las ganas de vivir brotaron dentro de mi ser.

Lamentablemente no pude verla luego de ser ingresado al lugar, puesto que tenía que atravesar una serie de ‘’chequeos médicos’’, para verificar si me encontraba sano y apto para poder soportar el duro entrenamiento que obligatoriamente todos ahí debían afrontar. Pero cuando al fin pude salir y reunirme con los otros chicos, lo primero que hice fue buscarla, pero ella ya no estaba ahí.

En verdad me sentí tan triste y me asustó la idea de pensar si acaso aquella niña fue solo una ilusión o un sueño, no comprendía la situación; cuando me enviaron hacia mi celda noté que mi compañero tenia pegado en la pared una fotografía de una niña de cabellos castaños y ojos azules grisáceos, muy diferentes a los de la niña que me cautivó, pero el rostro era el mismo, no habían dudas de ello.

De inmediato le pregunté a aquel muchacho quién era ella, con tanta insistencia que este no pudo evitar responder y gritar ''¡Es mi hermana mayor!'', era cierto ya que el parecido entre ambos era demasiado notable. Dijo que solo debía esperar hasta la llegada de la primavera ya que traería consigo a aquella preciosa niña de quién sentía me había enamorado.




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