AÑO SIN ESPECIFICAR, Aldea de Habeen, en algún lugar de América del Sur.
Una de las tantas tribus guaraníes del territorio que hoy es América del Sur, se asentó cercana al Rio Paraná y nombró a su aldea Habeen. Las casas estaban construidas a base de madera muy dura, y bambú mientras que para el techo usaban paja y hojas de palma. Se ubicaban unas cercanas a las otras formando un círculo cuyo centro era la vivienda del cacique. Los guerreros habían colocado troncos de madera en forma vertical al rededor del lugar para proteger a los habitantes de los animales salvajes o el ataque de otra tribu. En cuanto a religión su modo de relación era politeísta, lo que quiere decir la creencia en varios dioses y diosas. Y a ellos se les ofrecían varias ofrendas en ceremonias las cuales eran precedidas por Pari, el cacique y el mago principal de esta comunidad. Otra de las celebraciones en la que Pari se hacía presente era en el Ara Pyau o el inicio de la primavera.
Por otro lado, el modo de trabajo estaba muy marcado ya que las mujeres se dedicaban al cuidado de su familia, la fabricación de artesanías, el tejido y la medicina, mientras que los hombres se dedicaban a la pesca, la cacería, agricultura y la guerra.
Esta historia inicia luego de que Kerana, la esposa de Pari, había fallecido luego del nacimiento de su hija menor. Todo el pueblo había quedado tan apenado que acordaron proteger entre todos a la pequeña huérfana. Los años pasaron e Itzél, la hija menor de Pari, cumplió la mayoría de edad por lo que se comenzaron con los preparativos ceremoniales.
—Hermana, ¿está listo el agua?—preguntó Itzél ansiosa.
—Ya casi—fue la respuesta de Meruel; la hermana mayor. Se trataba de una joven de tez morena, ojos almendrados de color violeta, y largo cabello negro. Sobre su cara tenía una enorme mancha que nacía en su ceja y recorría su mejilla derecha hasta llegar a su mentón. Para cualquier persona podría parecer una marca atractiva o curiosa pero para su familia o para el pueblo, era signo de una maldición y eso la convertía en una mujer fea y sin la posibilidad de casarse por el resto de su vida.
—¿Te quieres apurar? El pueblo entero me esta esperando. Es mi ritual de paso a la adultez—replicó la muchacha que estaba sentada en la mesa.
Otras mujeres también estaban allí para ayudarla mientras Meruel calentaba el agua para ayudarla a bañarse.
—Espera sólo unos minutos, por favor—le respondió con una sonrisa.
—¡Papá, Meruel no quiere calentar el agua! ¡Me está gritando mucho!—exclamó fingiendo llorar.
El cacique ingresó a la choza preocupado, y preguntó qué pasaba. Itzél le mintió diciéndole cosas que no habían ocurrido con el aval de las otras mujeres, llevando al hombre a golpear y repudiar a su hija mayor.
—¡Lárgate de aquí, monstruo! No te queremos aquí—le gritó el hombre.
Meruel salió corriendo rumbo al bosque a la vez que lloraba desconsoladamente.
La lastimaba la indiferencia de su padre, y el maltrato constante de su hermana menor. ¿Qué daño les había hecho? Ella era servicial, no causaba problemas, tenía un buen carácter, y sabía hacer los quehaceres de la casa. Le dolía que las personas no la tomaran en cuenta o incluso que la consideraran "fea" a causa de la mancha en su rostro.
A veces se odiaba así misma por su aspecto físico, y deseaba que la diosa de la belleza le concediera su anhelo de ser la más hermosa o eliminara su marca de nacimiento pero sabía que eso nunca ocurría. Estaba claro que estaba destinada al sufrimiento o a estar sola por siempre.
La joven estaba tan absorta en sus pensamientos que no vio la piedra en el piso, y se cayó con fuerzas.
—Madre, te necesito—susurró Meruel tratando se secarse las lágrimas—.Mamá.
Dos niños que pasaban por alli, la reconocieron.
—¡La chica monstruo! ¡Hay que tirarle piedras!—exclamó el niño más bajo.
Entre los dos comenzaron a arrojarle un montón de rocas de todos los tamaños mientras se burlaban de su condición.
—¡Basta, por favor!—decía entre llantos mientras se intentaba cubrir la cara.
—¡Que chica más fea!—comentó el otro niño a la vez que agarraba una roca bastante grande.
Cuando estaba por arrojarla, un jaguar apareció y se coloco en posición de ataque. Los niños salieron corriendo desesperados.
—¿A caso es un deidad?—preguntó Meruel secándose las lágrimas—.Le agradezco su compasión, mi señor. No merezco su benevolencia.
El dios jaguar se quedó quieto observándola en posición de ataque.
—Lamento que me vea así. La belleza no nació conmigo.
Ranquel, el dios de la justicia, solía optar por transformarse en animales para visitar a los humanos. Ese encuentro había sido por casualidad ya que el griterío lo había distraído de su caminata. No alcanzaba a a comprender el accionar contra una joven tan noble como ella, siendo la otra causa por lo que decidió ayudarla. El llanto de la chiquilla lo sacó de su transe, y la vio alejarse llorando.
Meruel regresó a su choza donde la esperaban su padre y su hermana con los brazos cruzados.
—¡¿Qué fue lo que hiciste Meruel?! Los padres de dos niños me contaron que les tiraste piedras allá en el bosque—le gritó Pari.
—¡No es verdad! Mire mis marcas como pruebas. Fueron ellos los que me atacaron.
—¡No mientas! Tu hermana ya me conto de las veces que te auto flagelas para echarle la culpa.
—¡Claro que no!
—¡No me respondas, parasito!—le grito mientras le levantaba la mano.
La joven se cubrió la cara a la vez que temblaba del terror que le causaba cuando su padre se enojaba. Por su parte, Itzél sonreía ante la situación. ¡Su padre era tan fácil de engañar!
—Papá, no pierda el tiempo con ella, ya es tiempo de mi ceremonia—le dijo Itzél.
—Tienes razón, mi niña. Vamos.
—Debo prepararme—comentó Meruel todavía asustada.
—¿Quién dijo que vendrías?—preguntó Pari.
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Editado: 05.05.2025