Herencia Oculta

Prólogo

Recuerdo el día con tanta claridad que a veces me sorprende. Mi padre no era alguien que hablara mucho sobre el pasado, y menos sobre el abuelo Arturo. A menudo lo mencionaba, siempre con una sombra de preocupación en su voz, como si hubiera algo que no pudiera decirme. Siempre me había mantenido alejada de Villaserena, de esa casa llena de secretos, bajo la excusa de que era "por mi bien".

Pero ese día fue diferente.

Estaba en la cocina cuando mi padre entró, más silencioso de lo normal. Lo vi por el rabillo del ojo mientras preparaba el desayuno, pero no le di importancia al principio. Mi relación con él había sido distante desde que mamá murió. Nunca fue el tipo de persona que se abriera fácilmente, y yo había aprendido a no esperar mucho en ese sentido.

—Lyvia —su voz sonó más grave de lo habitual, casi quebrada.

Me giré para mirarlo, esperando que dijera algo cotidiano, pero lo que vi en su rostro me dejó fría. Sabía que algo terrible había pasado.

—Es tu abuelo… —empezó a decir, y su tono vaciló por un segundo. No era propio de él mostrarse vulnerable—. Tu abuelo Arturo ha muerto.

No supe qué decir. Mi mente quedó en blanco por un momento, tratando de conectar esas palabras con algo tangible. "Muerto" resonaba en mis oídos, pero no lo entendía del todo. No éramos cercanos a mi abuelo, pero la noticia me golpeó como si, en algún nivel, hubiera estado esperando ese momento.

—¿Cómo? —fue lo único que logré preguntar, aunque en realidad no sabía si quería la respuesta.

Mi padre respiró hondo, evitando mi mirada. Sabía que él estaba luchando consigo mismo. No era solo el dolor de perder a su padre; era lo que la muerte de Arturo significaba para mí.

—Era mayor —dijo, como si eso explicara todo—. Su corazón no pudo más. Pero... hay algo más, Lyvia. Hay cosas que no te he dicho, cosas que tu abuelo y yo decidimos que era mejor mantener lejos de ti... hasta ahora.

Sentí un nudo en la garganta. Siempre había sabido, en el fondo, que mi familia no era como las demás. Había secretos. Y ahora, con la muerte de Arturo, esos secretos empezaban a arrastrarse hacia la superficie.

—¿Por qué nunca me dejaste verlo? —la pregunta salió más dura de lo que esperaba. Había querido conocer a mi abuelo mejor, pero papá siempre había encontrado alguna excusa para evitar que lo visitáramos.

Su mirada se oscureció, y por primera vez en mucho tiempo, vi algo más que preocupación en sus ojos. Era miedo.




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