KASIA
Al cruzar la puerta de la casa que comparto con Gavín, mi sonrisa se amplia involuntariamente.
Todavía no puedo esperar para darle la noticia.
¡Estoy embarazada!
Las palabras del doctor Wilson todavía siguen resonando en mi cabeza como un pequeño eco.
Estoy aterrada y emocionada por partes iguales.
Este bebe no es algo que Gavín y yo hayamos estado planeando pero siento que es justo lo que necesitamos.
Es algo que jamás pensamos que ocurriría, incluso ya puedo imaginarme su cara cuando se entere.
Desde que lo conozco Gavin siempre ha soñado tener hijos, y aunque al principio era reacia a la idea últimamente he comenzado a soñar también con ello.
Cruzó el inmenso pasillo de la casa que lleva al salón, pero nada más poner un pie en el interior noto que algo no va bien.
Encuentro a Gavin parado en el centro de la sala, pero cuando se gira a mirarme no veo ni una pizca de alegría en sus orbes azules.
No hay ni rastro del Gavín amoroso que llevo conociendo los últimos cinco años de mi vida.
—¿Dónde estuviste? —escupe, sin ningún rastro de emoción.
La sangre va abandonando mi cara lentamente mientras lo obserso.
Su tono no tiene la más mínima calidez y un escalofrío me recorre toda la espina dorsal.
—¿Eh? —Trato de recomponerme y sonreír de nuevo, ya que simplemente debe de haberse preocupado. Me acerco a él, todavía con la sonrisa.
Después de todo está a punto de recibir la mejor noticia de su vida.
—No… no te imaginas… Gavín, he estado en el hospital y.
—¿Hospital? —me corta, mientras su expresión se tuerce en una mueca entre enfado y desprecio.
Desde donde estoy logró ver como su mandíbula se tensa y sus manos se cierran en los puños.
Me observa como si me tratara de una extraña, o incluso peor, alguien a quien desprecia.
Mi sonrisa poco a poco desaparece.
—Sí… Gavín, yo… tengo algo importante que contarte, algo que va a cambiarnos la vida. Pero primero necesito que me escuches.
—¿Escucharte? —Una carcajada amarga resuena en toda la sala—. ¿Después de lo que hiciste? ¡Dime cómo te atreves siquiera a mirarme! ¿Crees que soy estúpido? ¿Que no sé lo que está pasando?
Mis latidos comienzan a acelerarse de tal manera que no debe ser normal.
Mi corazón debe de latir tan fuerte que incluso él puede llegar a escucharlo.
Esto no es nada de loq ue tenia planeado face solo unos minutos.
—¿Qué? Gavín, no sé de qué estás hablando. Por favor, necesito que me escuches.
—Claro, claro. Lo único que necesitas es una excusa convincente para justificar por qué estabas con ese doctor. ¿Cuánto tiempo piensas que puedes engañarme, Kasia?
Rato de explicarme, de decirle que está equivocado, que jamás lo engañaría, pero las palabras se agolpan en mi garganta y ninguna sale.
Gavín da un paso en mi dirección, mientras su mirada se torna a una fría y dura que me hace retroceder varios pasos.
—No… no es nada de eso, Gavín. No tienes ni idea de lo que realmente pasa.
Él se ríe, una risa sarcástica y fría que me hace temblar.
—¿Ah, no? Por favor, ilumíname. Cuéntame por qué has pasado tanto tiempo en el hospital si no es por ese tipo. ¡Porque no soy idiota, Kasia! Me enteré que has estado viéndolo más de lo necesario. Y ahora pretendes pararte aquí, como si no pasara nada.
El estómago me da un tirón nada más escucharlo.
Quiero gritarle con todas mis fuerzas, pero las palabras se atoran en mi garganta
Tomó una bocanada de aire tratando de calmar mis pulsaciones.
—Gavín, si tan solo escucharas… No tiene nada que ver con lo que piensas. He estado en el hospital porque… —no puedo terminar la frase porque Gavín me lo impide.
Se pasa una de sus manos por su cabello tirando de él mientras suelta un suspiro exasperado antes de señalar la puerta.
—No quiero oír más mentiras. ¿Sabes qué? Lárgate de mi casa, Kasia. ¡Ahora!
La sangre deja de circular por mi cuerpo mientras siento cómo mi corazón se salta un latido.
Me quedo petrificada observandolo, esperando a que me diga que es una broma de mal gusto.
Pero no dice nada.
Todo lo que hemos vivido se rompe en mil pedazos frente a mi.
Trato de acercarme, levantó una de mis manos tratando de alcanzarlo pero Gavín retrocede con una expresión de desprecio en su cara, como si el simple hecho de que lo tocara le asqueara.
—Gavín, por favor, solo dame cinco minutos. No quiero irme sin que sepas lo que realmente pasa.
No se para a escucharme, sin darme una sola mirada se da media vuelta sacando detrás de uno de los sofás mis maletas.
Las tira como si no fueran gran cosa a mis pies mientras se queda mirándome sin ningún tipo de emoción.
—No hay nada que puedas decirme, Kasia. No después de esto.
Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier tipo de golpe.
El pecho se me oprime como si algo en mi interior se estuviera rompiendo.
Me agacho lentamente recogiendo mis maletas con las manos temblorosas, y sin mirarlo una segunda vez me doy la vuelta y abro la puerta de la casa.
Cierro la puerta detrás de mí con la esperanza de que se arrepienta y no me deje marchar pero nada de eso sucede.
Al salir el aire frío me azota la cara y cierro los ojos tratando de tragarme las lágrimas aunque es completamente imposible.
No quiero que me vea llorar por lo que me las aguanto hasta que llego al cruce de la calle donde él ya no me puede ver.
Camino durante lo que parecen horas sin un rumbo fijo.
El ruido de las ruedas de las maletas arrastrándose por el suelo es lo único que me ancla a la realidad.
Cada paso que doy es como si me arrancaran una parte del alma.
No tengo ningún lugar a donde ir, y eso me hace sentirme más y más pequeña, pero aun así no me detengo.
Las lágrimas resbalan por mi cara nublandome la vista mientras lo que me ha dicho Gavín y la forma en la que me ha mirado y reaccionado cuando me he acercado se agolpan en mi cabeza.