Heridas Sin Cicatriz

Capítulo 1

Había un cuadro con una descripción. Decía: “En conmemoración a María López Novak”, y la  foto de una mujer en blanco y negro. Lo que más destacaba del cuadro no eran los ojos almendrados, ni la cara juvenil, sino la sonrisa. Era la sonrisa de alguien seguro, que sabe lo que está haciendo, como la de esas madres empresarias y dueñas de una multinacional en la tapa de la revista Forbes. Hacía tres meses que ese cuadro estaba y hacía tres meses que la gente pasaba y se quedaba, aunque sea cinco segundos, contemplándola. Después bajaban la mirada y se encontraban con el otro cartel, el punto final, que decía: 1994-2018. Abrían, apenas, los ojos. Y seguían caminando.
Sandra Ollens estaba tan acostumbrada a observar ese cuadro que podría haberlo imitado a la perfección; con una sola hoja y un lápiz negro. Y no solo eso, sino que podría imitarla a ella, su actitud, su personalidad. María López había sido conocida por entrar a la comisaría rodeada de gente que le seguía el ritmo de los pasos y le hablaba de temas diferentes a la vez, y ella conseguía escucharlos y responderles a todos. Con ese traje rosa de tres piezas, y los tacos negros, y un rodete liso a lo azafata de publicidad, la confundían con la ministra de Seguridad. En realidad, era la chica de Recursos Humanos. Había muerto y sin embargo estaba en todos lados: en las noticias, en la pared, en la consciencia.
Por eso Sandra se asustó, esa mañana más calurosa que las demás, cuando vio a María entrar por la puerta principal.
Estaba soleado y en la tele mostraban una sensación térmica de treinta y ocho grados marcado en rojo neón, pero la comisaría se mantenía fría. La gente tiritaba, o miraba el aire acondicionado con recelo. Las cortinas azules tapaban el sol, y teñían las paredes de celeste. Era muy normal que se armaran microclima: Sandra pensaba que era por la angustia de la gente, que entraba a denunciar cosas horribles y así se enfriaba el aire y después no había forma de sacar esa energía. En ese momento estaba distraída, pensando en el cuadro. Y fue entonces cuando una mujercita entró, y Sandra tembló por un instante; porque era María y a la vez, no. Algo la diferenciaba. No sabía bien qué.
Sandra miró la pantalla otra vez. Recordó por un instante la descripción: “Veintidós años, padres muertos, hermana muerta, rasgos de psicopatía, narcisismo o alteración de personalidad, seguro sea soberbia, tenga delirios de grandeza y la desprecie, la quiera tratar mal como a un subordinado, usted no la escuche, no se angustie si la trata mal, finja que le da la razón en todo, finja que no es…”.
La mujercita, el clon de María López Novak, se acercó con una sonrisa amplia; el flequillo le caía por la frente y le hacía sombra sobre los anteojos.
—¡Buenos días! —dijo la mujercita con una sonrisa, y dejó unos papeles sobre la mesa con su mano derecha. La otra, la izquierda, estaba envuelta en un yeso—. Soy la nueva química, Eva López. Mucho gusto. Qué calor, ¿no? En la calle no se puede caminar…
—Buenos días —saludó Sandra, recelosa. Su mente repitió “soberbia, delirios de grandeza, desprecio”. Agarró el folio con los papeles y los ojeó por arriba. Fingió sorpresa—. ¿López? ¿López Novak? Como…
—Soy López Novak, pero preferiría que me dijeran solo López —respondió Eva. Se acomodó los anteojos con la mano libre—. María era mi hermana. Trabajó acá desde los veinte, creo. Ni siquiera estudió Recursos Humanos, ¿sabía? Vi el cuadro de ella. La conmemoración. Se olvidaron de ponerle el lunar, aunque ella estaría re contenta. No le gustaba.
—Ah. —Sandra parpadeó. Se sentía aturdida por la cantidad de palabras que salieron de una boca tan chiquita—. Ah…
Eva se revolvió en el lugar, contenta. Alrededor de ella, los policías caminaban con tazas de café o traían facturas en bolsas; una mujer le gritaba a otra recepcionista; un hombre, sentado, adormecido, se levantó de golpe cuando la pantalla marcó el siguiente turno en números rojos; un niño quiso sacar de la máquina expendedora unas papitas, pero se trabaron a mitad del camino y se largó a llorar. A Sandra todo se le tornaba irreal. Porque María había vuelto en forma de una hermana, o su hermana era una copia hecha sin ganas por los padres. Pero estaba ahí. La recepcionista sacudió la cabeza.
—Sí, o sea, sí, sabía lo del nuevo ingreso… —Sandra se subió los anteojos con forma de medialuna y apoyó las hojas sobre la mesada—. Pero, permítame preguntar, solo por curiosidad… y si se siente incómoda, por favor, no me conteste… pero… ¿por qué trabajar en este lugar?
Qué promesas cumplió, y cuáles no, durante sus dos años de mandato…
Sandra esperó algún gesto de desinterés, o de molestia. Miró la cara con atención.
—Porque María me habló mucho del lugar —respondió, alzando los hombros y mostrando los hoyuelos de las mejillas. Un policía pasó detrás de ella y se acercó a la tele; cambió el canal a uno de deportes y enseguida la voz del periodista se transformó en el relato de un partido de la semana pasada—. Ya es muy conocido para mí. Me habló hasta el color de las paredes. Estoy nerviosa, perdón. Cuando estoy nerviosa hablo mucho. Y cuando no, también. Pasa que conozco a todos acá y nadie me conoce, entonces va a ser raro. Me habló de usted también.
A Sandra le entró calor y se acomodó el flequillo atrás de la oreja.
—Ah. —Sandra miró el yeso—. ¿Vas a trabajar así?
—¡Sí! Me duele un poco. Encima yo soy zurda… No, quiero decir, soy ambidiestra, pero en la zurda tenía más fuerza. Más precisión.
El yeso estaba blanco. Vacío. Solo en un costado, muy chiquito, decía “tía Mabi te ama”.
—Cualquier persona se tomaría el día libre.
—Pero es mi primer día. —Eva sonrió—. No quería faltar por eso.
Sandra estaba confundida. Se acomodó los anteojos.
—Usted es rara, permítame decírselo.
—Sí, ya lo escuché. —Entonces sonrió, y no era la sonrisa de María López, segura y brillante. Sino dulce. Tranquilizadora—. Me dicen que hablo mucho. Por favor, avíseme si la molesto. No quiero ser molesta en mi primer día. ¿Está bien usted? La veo roja. Tengo protector solar. ¿Usted quiere…?
Atrás, en la pantalla del televisor, apareció la cara de Eva López. Sandra apenas posó los ojos y leyó “sospechosa del homicidio de María López Novak, nuevas declaraciones…”; y bajó la cabeza enseguida.
—Estoy bien, gracias, señorita.
Eva ya estaba sacando el protector de la bolsa. Lo metió enseguida y sonrió.




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