Heridas Sin Cicatriz

Capítulo 6

La noche era silencio. Desde la muerte de María y el alejamiento de Santiago, casi nadie hablaba. Las puertas se mantenían cerradas bajo llave por si algún periodista entraba por la ventana. Ya dos veces se habían cruzado con un reportero. En ese entonces Eva estaba acostumbrada a sentarse en el living, abrazada a las piernas y con la cabeza entre las rodillas. Le temblaban los labios como cuando era chiquita. Pero el aire caliente que entraba por la ventana, la brisa que movía un poco las cosas, le daba un choque de placer.
La luz azulada era lo único que iluminaba la habitación. Eva escuchaba entrecortadas las voces del noticiero. En ese momento apareció tía Mabi por atrás; entró sin hacer ruido. Caminó hasta el televisor y empezó a pasar los canales, pero todos los noticieros hablaban de lo mismo.
Caso López Novak...
... por eso en casa solo estaba su hermana, Eva Ló...
... ¿Puede ser que el odio entre hermanas sea motivo...?
... siete puñaladas en...
... dato nuevo y escalofr...
... la competencia estos días es...
... María López Novak estaba en su casa cuando...
... ¡siete! ¡siete puñ...!
... padres fallecieron en...
... porque uno las vería en la calle y no pensaría...
... y las puñaladas fueron de frente...
... entonces vivía con sus tíos, su primo y su hermana...

Y Mabi cambió el canal a Netflix, y aparecieron las cuatro cuentas: tíos, Santiago, Eva y María.
—Cuando la verdad salga a la luz —dijo Mabi. Tenía el pelo agarrado en un rodete, el pijama desteñido que usaba todos los días—, vas a ver, pichona, cómo todos van a salir a pedir perdón.
—Nunca piden perdón —respondió Eva. Seguía con la cabeza entre las piernas.
—Pero se les va a teñir la cara de vergüenza, vas a ver. Hoy me llamó el detective Gómez —dijo Mabi, y Eva levantó la cabeza—. Dijo que no encontraron huellas tuyas en el arma. Pero que así y todo... ¿Vos no podés decirle nada? Hacer memoria y...
—Ya te dije que no escuché nada, tía.
Por la ventana semi-abierta entró una ráfaga de frío. Había un fotógrafo escondido detrás de las rejas, pero ninguna se dio cuenta.
—Ay, nena...
—Hoy tuve otra erupción —dijo Eva, entonces. Tenía los ojos fijos en el televisor, en el ícono de María: era una caricatura blanca con pelo rosa—. Me la agarré contra el detective Leroy.
—¿Quién es ese?
—El detective más importante del país.
—Ah, ¿y?
—Lo traté muy mal, o sea, él me dijo algo feo pero yo... Yo no soy así. Yo no reacciono así, pero ahora...
—Nunca voy a entender por qué te preocupa tanto parecerte a tu mamá.
Eva palideció. Abrió los ojos.
—Porque no lo puedo controlar. No puedo hacer otra cosa que no sea insultar, tratar mal, ser cruel, ser...
—Como tu mamá —repuso Mabi. Se había sentado en el sillón y se miraba las uñas pintadas de negro. En la oscuridad, con apenas un brillo que la iluminaba de costado, Eva no podía verle bien la expresión de la cara.
—Y yo no quiero ser como mi mamá —repuso Eva.
Afuera, el fotógrafo hizo click. Ninguna lo escuchó.
—Pero eso no se elije, pichona.
—Sí se elije. Yo lo voy a cambiar. Te juro que no voy a ser igual.
—Como digas. —Mabi sonrió, se levantó y se fue por la puerta.
Apenas estuvo sola, Eva hundió la cabeza entre las rodillas y se largó a llorar.

 




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