Hermandad: Ciudad Oscura (vol.4)

Zelenyy.

Javier hizo que la tierra comenzara a apretar la raíz que tras un esfuerzo más, termino partida gracias la gran presión que logro conseguir. El corte también se logró gracias al viento que había manipulado.

Irina salto hacia un lado cuando la raíz fue cortada y trato de apartarse de la caída pero fue recibido por Javier que se había elevado para golpearla a lo que raíces crecieron para protegerla antes de que lograra impactar.

Ambos chicos regresaron al suelo dejado una estela de escombros y restos de la gran raíz que termino quemada por el puño del chico.

—Ya veo— Comenzó la chica pero de nuevo Javier se había adelantado para atacarla pero esta interpuso su avance con una gran raíz que le golpeo en uno de sus costados, a lo que usando las llamas se detuvo girando y se impulsó hacia enfrente, entonces desde abajo otra raíz lo golpeo en el estómago, apartándolo de forma violenta de ella.

Las raíces trataron de sujetarlo pero el chico se recuperó por lo que girando en el aire, logro cortarlas con el viento que lo rodeaba.

Javier sabía que se agotaría si usaba mucho su defensa de viento pero tomando en cuenta la capacidad de atacar de Irina, quizá sería lo mejor.

La chica lo observaba con atención.

De nuevo no había logrado presentarse.

No importaba que primeras palabras que salieran de la boca de Irina, ya sea “Es un gusto conocerte” o un simple “Hola”, a la gente no le importaba, lo único que le importaba era tratarla como la princesa que era.

Gracias a eso y pese a lo que puede parecer, Irina no tuvo una infancia tan sencilla como le hubiese gustado.

Sus padres son distribuidores de armas a nivel mundial, aunque claro, sus principales actividades estaban en Rusia y pese a que el mundo estaba en constante desarme para conservar la paz, sus padres y su país no parecían estar dispuestos a dejar de invertir en ese negocio.  

Todo era por si acaso, como siempre se decía.

La cosa es que gracias al pesado apellido que era Kuznetsova para su país, ella siempre se vio apartada de forma inconsciente por otros niños que temían su apellido e incluso en las grandes esferas era tratada a cada paso como si fuera una princesa.

—Es un gusto conocerlos— Saludo la chica a un grupo de chicos que estaban reunidos mirando algo en la pulsera holográfica de unos— ¿Qué están viendo? ¡Oh, yo conozco ese! ¡Me gusta mucho!

— ¿En serio? ¡Que pésimos gustos!— Uno de los chicos que también estaba viendo se acercó para señalar otra cosa— Me gusta más ese, es más fuerte y se ve mucho mejor si me lo preguntas.

— ¡Oye, no te subas en mí!— Le dijo el dueño de la pulsera.

Irina pensó que ese día podría hacer amigos y se estaba divirtiendo mucho. Tenía solo siete años.

— ¡Niño ¿Qué se supone que estás haciendo?!— Preguntó una mujer que en realidad era la madre del primer chico quien al instante tomo la mano de su hijo y lo aparto— ¡No puedes hablarle con tanta familiaridad a la señorita Kuznetsova!

—Así es, también deberíamos irnos— Dijo otra mujer, jalando al dueño de la pulsera, apartándola de ella.

Irina se quedó ahí, mirando como ambos eran apartados y más tarde se ponían a jugar como si nada.

—Yo creo que…— La chica trato de acercarse de nuevo pero los chicos se apartaron de ella, dejándola con las palabras en la boca.

En realidad, a esas alturas ya estaba acostumbrada, y también a lo que pasaría después.

— ¿Qué hacías hablando con esos tipos de tan baja cuna?— Le regaño su padre dándole una cachetada— Eres parte de esta familia y como tal, deberás comportarte ¡Ellos tienen suerte de respirar nuestro aire!

—Sí, padre— Susurró está, sobando su mejilla que había quedado roja, con la mirada en otro lado.

— ¡¿Cómo?!

—Sí, padre— La chica le miro con la misma severidad que él.

—Nunca olvides lo que eres, no debes bajar la mirada ante nadie, ni siquiera ante mí— El hombre se levantó de su lugar y se fue de ahí dejando ahí a Irina, quien comenzó a llorar en silencio, tratando de tragarse sus lágrimas.

Irina se encontraba jugando en su habitación con una de sus criadas, una de las pocas personas que su padre permitía estar cerca de ella ya que había servido a su familia por mucho tiempo.

Era una señora mayor que siempre sonreía. La única mujer que podría considerar una figura materna.

— ¿Qué pasa, mi niña?— Le pregunto la mujer mientras le acariciaba su blanco cabello con cariño.

—Me preguntaba ¿Por qué papá es así?

—Ah, es una buena pregunta— La mujer siguió acariciando su cabello con cariño mientras se mostraba pensativa— Creo que fue desde lo de tu madre aunque no podría culparlo, a todos nos dolió…

—Ella era una heroína que murió ¿No?

—No le digas a nadie que te conté— La mujer le guiño un ojo a lo que la niña sonrió un poco— Pero ambos eran muy amorosos y estaban muy emocionados cuando se enteraron que vendrías. De hecho eres muy parecida a ella, ambas eran hermosas con esos ojos y esos cabellos blancos como la nieve.




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